El informe de Brodie


En un ejemplar del primer volumen de las Mil y Una Noches (Londres, 1840) de Lane, que me consiguió mi querido amigo Paulino Keins, descubrimos el manuscrito que ahora traduciré al castellano. La esmerada caligrafía -arte que las máquinas de escribir nos están enseñando a perder- sugiere que fue redactado por esa misma fecha. Lane prodigó, según se sabe, las extensas notas explicativas; los márgenes abundan en adiciones, en signos de interrogación y alguna vez en correcciones, cuya letra es la misma del manuscrito. Diríase que a su lector le interesaron menos los prodigiosos cuentos de Shahrazad que los hábitos del Islam. De David Brodie, cuya firma exornada de una níbrica figura al pie, nada he podido averiguar, salvo que fue un misionero escocés, oriundo de Aberdeen, que predicó la fe cristiana en el centro de África y luego en ciertas regiones selváticas del Brasil, tierra a la cual lo llevaría su conocimiento del portugués. Ignoro la fecha y el lugar de su muerte. El manuscrito, que yo sepa, no fue dado nunca a la imprenta.



Traduciré fielmente el informe, compuesto en un inglés incoloro, sin permitirme otras omisiones que las de algún versículo de la Biblia y la de un curioso pasaje sobre las prácticas sexuales de los Yahoos que el buen presbiteriano confió pudorosamente al latín. Falta la primera página.


















“...de la región que infestan los hombres monos (Apemen) tienen su morada los Mlch[1], que llamaré Yahoos, para que mis lectores no olviden su naturaleza bestial y porque una precisa transliteración es casi imposible, dada la ausencia de vocales en su áspero lenguaje. Los individuos de la tribu no pasan, creo, de setecientos, incluyendo los Nr, que habitan más al sur, entre los matorrales. La cifra que he propuesto es conjetural, ya que, con excepción del rey, de la reina y de los hechiceros, los Yahoos duermen donde los encuentra la noche, sin lugar fijo. La fiebre palúdica y las incursiones continuas de los hombres-monos disminuyen su número. Sólo unos pocos tienen nombre. Para llamarse, lo hacen arrojándose fango. He visto asimismo a Yahoos que, para llamar a un amigo, se tiraban por el suelo y se revolcaban. Físicamente no difieren de los Kroo, salvo por la frente más baja y por cierto tinte cobrizo que amengua su negrura. Se alimentan de frutos, de raíces y de reptiles; beben leche de gato y de murciélago y pescan con la mano. Se ocultan para comer o cierran los ojos; lo demás lo hacen a la vista de todos, como los filósofos cínicos. Devoran los cadáveres crudos de los hechiceros y de los reyes, para asimilar su virtud. Les eché en cara esa costumbre; se tocaron la boca y la barriga, tal vez para indicar que los muertos también son alimento o —pero esto acaso es demasiado sutil— para que yo entendiera que todo lo que comemos es, a la larga, carne humana.


En sus guerras usan las piedras, de las que hacen acopio, y las imprecaciones mágicas. Andan desnudos; las artes del vestido y del tatuaje les son desconocidas.


Es digno de atención el hecho de que, disponiendo de una meseta dilatada y herbosa, en la que hay manantiales de agua clara y árboles que dispensan la sombra, hayan optado por amontonarse en las ciénagas que rodean la base, como deleitándose en los rigores del sol ecuatorial y de la impureza. Las laderas son ásperas y formarían una especie de muro contra los hombres-monos. En las Tierras Altas de Escocia los clanes erigían sus castillos en la cumbre de un cerro, he alegado este uso a los hechiceros, proponiéndolo como ejemplo, pero todo fue inútil. Me permitieron, sin embargo, armar una cabaña en la meseta, donde el aire de la noche es más fresco.


La tribu está regida por un rey, cuyo poder es absoluto, pero sospecho que los que verdaderamente gobiernan son los cuatro hechiceros que lo asisten y que lo han elegido. Cada niño que nace está sujeto a un detenido examen; si presenta ciertos estigmas, que no me han sido revelados, es elevado a rey de los Yahoos. Acto continuo lo mutilan (he is gelded), le queman los ojos y le cortan las manos y los pies, para que el mundo no lo distraiga de la sabiduría. Vive confinado en una caverna, cuyo nombre es Alcázar (Qzr), en la que sólo pueden entrar los cuatro hechiceros y el par de esclavas que lo atienden y lo untan de estiércol. Si hay una guerra, los hechiceros lo sacan de la caverna; lo exhiben a la tribu para estimular su coraje y lo llevan, cargado sobre los hombros, a lo más recio del combate, a guisa de bandera o de talismán. En tales casos lo común es que muera inmediatamente bajo las piedras que le arrojan los hombres-monos.


En otro Alcázar vive la reina, a la que no le está permitido ver a su rey. Ésta se dignó recibirme; era sonriente; joven y agraciada, hasta donde lo permite su raza. Pulseras de metal y de marfil y collares de dientes adornan su desnudez. Me miró, me husmeó y me tocó y concluyó por ofrecérseme, a la vista de todas las azafatas. Mi hábito (my cloth) y mis hábitos me hicieron declinar ese honor, que suele conceder a los hechiceros y a los cazadores de esclavos, por lo general musulmanes, cuyas cáfilas (caravanas) cruzan el reino. Me hundió dos o tres veces un alfiler de oro en la carne; tales pinchazos son las marcas del favor real y no son pocos los Yahoos que se los infieren, para simular que fue la reina la que los hizo. Los ornamentos que he enumerado vienen de otras regiones; los Yahoos los creen naturales, porque son incapaces de fabricar el objeto más simple. Para la tribu mi cabaña era un árbol, aunque muchos me vieron edificarla y me dieron su ayuda. Entre otras cosas, yo tenía un reloj, un casco de corcho, una brújula y una Biblia; los Yahoos las miraban y sopesaban y querían saber dónde las había recogido. Solían agarrar por la hoja mi cuchillo de monte; sin duda lo veían de otra manera. No sé hasta dónde hubieran podido ver una silla. Una casa de varias habitaciones constituiría un laberinto para ellos, pero tal vez no se perdieran, como tampoco un gato se pierde, aunque no puede imaginársela. A todos les maravillaba mi barba, que era bermeja entonces; la acariciaban largamente.


Con insensibles al dolor y al placer, salvo al agrado que les dan la carne cruda y rancia y las cosas fétidas. La falta de imaginación los mueve a ser crueles.


He hablado de la reina y del rey; paso ahora a los hechiceros. He escrito que son cuatro: este número es el mayor que abarca su aritmética. Cuentan con los dedos uno, dos, tres, cuatro, muchos; el infinito empieza en el pulgar. Lo mismo, me aseguran, ocurre con las tribus que merodean en las inmediaciones de Buenos-Ayres. Pese a que el cuatro es la última cifra de que disponen, los árabes que trafican con ellos no los estafan, porque en el canje todo se divide por lotes de uno, de dos, de tres y de cuatro, que cada cual pone a su lado. Las operaciones son lentas, pero no admiten el error o el engaño. De la nación de los Yahoos, los hechiceros son realmente los únicos que han suscitado mi interés. El vulgo les atribuye el poder de cambiar en hormigas o en tortugas a quienes así lo desean; un individuo que advirtió mi incredulidad me mostró un hormiguero, como si éste fuera una prueba. La memoria les falta a los Yahoos o casi no la tienen; hablan de los estragos causados por una invasión de leopardos, pero no saben si ellos la vieron o sus padres o si cuentan un sueño. Los hechiceros la poseen, aunque en grado mínimo; pueden recordar a la tarde hechos que ocurrieron en la mañana o aun la tarde anterior. Gozan también de la facultad de la previsión; declaran con tranquila certidumbre lo que sucederá dentro de diez o quince minutos. Indican, por ejemplo: Una mosca me rozará la nuca o No tardaremos en oír el grito de un pájaro. Centenares de veces he atestiguado este curioso don. Mucho he vacilado sobre él. Sabemos que el pasado, el presente y el porvenir ya están, minucia por minucia, en la profética memoria de Dios, en Su eternidad; lo extraño es que los hombres puedan mirar, indefinidamente, hacia atrás pero no hacia adelante. Si recuerdo con toda nitidez aquel velero de alto bordo que vino de Noruega cuando yo contaba apenas cuatro años ¿a qué sorprenderme del hecho de que alguien sea capaz de prever lo que está a punto de ocurrir? Filosóficamente, la memoria no es menos prodigiosa que la adivinación del futuro; el día de mañana está más cerca de nosotros que la travesía del Mar Rojo por los hebreos, que, sin embargo, recordamos. A la tribu le está vedado fijar los ojos en las estrellas, privilegio reservado a los hechiceros. Cada hechicero tiene un discípulo, a quien instruye desde niño en las disciplinas secretas y que lo sucede a su muerte. Así siempre son cuatro, número de carácter mágico, ya que es el último a que alcanza la mente de los hombres. Profesan, a su modo, la doctrina del infierno y del cielo. Ambos son subterráneos. En el infierno, que es claro y seco, morarán los enfermos, los ancianos, los maltratados, los hombres-monos, los árabes y los leopardos; en el cielo, que se figuran pantanoso y oscuro, el rey, la reina, los hechiceros, los que en la tierra han sido felices, duros y sanguinarios. Veneran asimismo a un dios, cuyo nombre es Estiércol, y que posiblemente han ideado a imagen y semejanza del rey; es un ser mutilado, ciego, raquítico y de ilimitado poder. Suele asumir la forma de una hormiga o de una culebra.


A nadie le asombrará, después de lo dicho, que durante el espacio de mi estadía no lograra la conversión de un solo Yahoo. La frase Padre nuestro los perturbaba, ya que carecen del concepto de la paternidad. No comprenden que un acto ejecutado hace nueve meses pueda guardar alguna relación con el nacimiento de un niño; no admiten una causa tan lejana y tan inverosímil. Por lo demás, todas las mujeres conocen el comercio carnal y no todas son madres.


El idioma es complejo. No se asemeja a ningún otro de los que yo tenga noticia. No podemos hablar de partes de la oración, ya que no hay oraciones. Cada palabra monosílaba corresponde a una idea general, que se define por el contexto o por los visajes. La palabra nrz, por ejemplo, sugiere la dispersión o las manchas; puede significar el cielo estrellado, un leopardo, una bandada de aves, la viruela, lo salpicado, el acto de desparramar o la fuga que sigue a la derrota. Hrl, en cambio, indica lo apretado o lo denso; puede significar la tribu, un tronco, una piedra, un montón de piedras, el hecho de apilarlas, el congreso de los cuatro hechiceros, la unión carnal y un bosque. Pronunciada de otra manera o con otros visajes, cada palabra puede tener un sentido contrario. No nos maravillemos con exceso; en nuestra lengua, el verbo to cleave vale por hender y adherir. Por supuesto, no hay oraciones, ni siquiera frases truncas.


La virtud intelectual de abstraer que semejante idioma postula, me sugiere que los Yahoos, pese a su barbarie, no son una nación primitiva sino degenerada. Confirman esta conjetura las inscripciones que he descubierto en la cumbre de la meseta y cuyos caracteres, que se asemejan a las runas que nuestros mayores grababan, ya no se dejan descifrar por la tribu. Es como si ésta hubiera olvidado el lenguaje escrito y sólo le quedara el oral.


Las diversiones de la gente son las riñas de gatos adiestrados y las ejecuciones. Alguien es acusado de atentar contra el pudor de la reina o de haber comido a la vista de otro; no hay declaración de testigos ni confesión y el rey dicta su fallo condenatorio. El sentenciado sufre tormentos que trato de no recordar y después lo lapidan. La reina tiene el derecho de arrojar la primera piedra y la última, que suele ser inútil. El gentío pondera su destreza y la hermosura de sus partes y la aclama con frenesí, arrojándole rosas y cosas fétidas. La reina, sin una palabra, sonríe. Otra costumbre de la tribu son los poetas. A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecogen, todos se apartan de él, en silencio, bajo el mandato de un horror sagrado (under a holy dread). Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo. El poeta, si puede, busca refugio en los arenales del Norte.


He referido ya cómo arribé a la tierra de los Yahoos. El lector recordará que me cercaron, que tiré al aire un tiro de fusil y que tomaron la descarga por una suerte de trueno mágico. Para alimentar ese error, procuré andar siempre sin armas. Una mañana de primavera, al rayar el día, nos invadieron bruscamente los hombres-monos; bajé corriendo de la cumbre arma en mano, y maté a dos de esos animales. Los demás huyeron, atónitos. Las balas, ya se sabe, son invisibles. Por primera vez en mi vida, oí que me aclamaban. Fue entonces, creo, que la reina me recibió. La memoria de los Yahoos es precaria; esa misma tarde me fui. Mis aventuras en la selva no importan. Di al fin con una población de hombres negros, que sabían arar, sembrar y rezar y con los que me entendí en portugués. Un misionero romanista, el Padre Fernandes, me hospedó en su cabaña y me cuidó hasta que pude reanudar mi penoso viaje. Al principio me causaba algún asco verlo abrir la boca sin disimulo y echar adentro piezas de comida. Yo me tapaba con la mano o desviaba los ojos; a los pocos días me acostumbré. Recuerdo con agrado nuestros debates en materia teológica. No logré que volviera a la genuina fe de Jesús.


Escribo ahora en Glasgow. He referido mi estadía entre los Yahoos, pero no su horror esencial, que nunca me deja del todo y que me visita en los sueños. En la calle creo que me cercan aún. Los Yahoos, bien lo sé, son un pueblo bárbaro, quizás el más bárbaro del orbe, pero sería una injusticia olvidar ciertos rasgos que los redimen. Tienen instituciones, gozan de un rey, manejan un lenguaje basado en conceptos genéricos, creen, como los hebreos y los griegos, en la raíz divina de la poesía y adivinan que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo. Afirman la verdad de los castigos y de las recompensas. Representan, en suma, la cultura, como la representamos nosotros, pese a nuestros muchos pecados. No me arrepiento de haber combatido en sus filas, contra los hombres-monos. Tenemos el deber de salvarlos: Espero que el Gobierno de Su Majestad no desoiga lo que se atreve a sugerir este informe.”










[1] Doy a la ch el valor que tiene en la palabra loch. (Nota del autor)

La Navidad, Joseph Brodsky


Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940-1996) forma, junto con Ana Ahmátova y Marina Svetáieva, a quienes mencionó en su discurso de recepción del Premio Nobel de la literatura en 1987, la trilogía de poetas rusos más importantes del siglo veinte. Brodsky abandonó sus estudios escolares a los quince años para desempeñar diversos oficios, aprender lenguas y escribir sus primeros poemas. Sus actividades literarias no fueron bien vistas por el régimen soviético el que, en 1963, lo sentenció a cinco años de trabajos forzados acusándolo de “parasitismo social”. Brodsky, gracias a la intervención de Ana Ahmátova, Dimitri Shostakóvich y otros artistas célebres, sólo cumplió uno y medio de condena en la penitenciaría de Arjanguelsk, a orillas del río Dvina, en el helado norte ruso.


Él mismo cuenta que en una dacha de Komarovo, donde convivió un tiempo con su amigo Aksel Berg, contemplaba a diario una página tomada de una revista polaca que había pegado sobre su estufa de cerámica. El recorte representaba la adoración de los magos y fue el origen de sus poemas de Navidad, de los que se propuso escribir uno cada año como “una especie de felicitación de cumpleaños”, según confiesa en la entrevista concedida a Peter Vail.

Lo que conmovía, e incluso “agobiaba” al poeta ruso era el peso de esa fecha, 25 de diciembre, en el cómputo de la vida humana. El hecho de que el nacimiento de un ser pudiera dividir la historia en dos mitades, que la categoría “antes de cristo” abarcara no sólo a César Augusto y a todos sus antepasados sino también a las diferentes edades Geológicas remontándose hasta el principio del tiempo. Del mismo modo, la clasificación “después de Cristo” incluye no nada más los dos mil años transcurridos hasta nuestros días, sino todos lo que restan por venir.

Exiliado desde 1972, Brodsky emigró a Estados Unidos donde estuvo dando clases de literatura en el Mount Holyoke college de Nueva York. Con su primer sueldo se pagó un viaje a Venecia, ciudad de la que se enamoró y a la que, a partir de entonces, regresaría todos los años. Muchos de sus poemas de Navidad fueron escritos y están situados ahí, y ahí, por voluntad propia, descansan sus restos desde el día de su muerte, acaecida en 1996.

Mucho de la magia de estos poemas, en versos pareados imitando las rimas del folklore popular, se pierde forzosamente en las traducciones de Svetlana Maliavina y Juan José Herrera de la Muela. El espíritu, sin embargo, está en ellos y, como decía el propio Brodsky, “un gran poeta nos hace hablar siempre una lengua distinta”

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24 DE DICIEMBRE DE 1989







Imagina, encendiendo una cerilla, aquella noche en la cueva:


utiliza para sentir el frío de las grietas del suelo;


para sentir el hambre, la vajilla apilada,


y el desierto… el desierto está en todas partes.






Imagina, encendiendo la cerilla, aquella medianoche en la cueva:


el fuego, las sombras de los animales o de las cosas,


e imagina, con tu cara confundida en los pliegues de la toalla,


a María, a José, y el hatillo con el niño.






Imagina a tres reyes, la procesión de sus caravanas


hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan


la estrella, el crujido de su carga, el sonido de las campanillas


(en el azul espeso, el Niño aún no cuenta






con el eco de una gran campana).


Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera


se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota, en las tinieblas:


un vagabundo en otro vagabundo.






24 DE DICIEMBRE DE 1986






Cae la nieve dejando al mundo reducido.


En esta época, se dan el desenfreno, los Pinkerton,


y te descubre a ti mismo, de cualquier manera,


la huella impresa en ella con descuido.


Esos hallazgos no exigen tributo.


Silencio por todo el barrio.


¡Cuánta luz se metió en ese trozo de estrella


al llegar la noche! Tanta como fugitivos en una balsa.


No te ciegues, ¡mira! Tú también eres huérfano,


desarraigado, canalla, estás fuera de la ley;


no busques, porque nada tienes. De tu boca,


Como de un dragón, salen bocanadas de humo.


Mejor será que reces en voz alta, como un segundo nazareno,


por los reyes sin reino que vagan con sus presentes


en ambos confines de la tierra,


y por todos los niños en sus cunas.






24 DE DICIEMBRE DE 1971






En Navidad todos somos un poco Reyes Magos.


Empujones y barro en los abastos.


Por una caja de turrón de café,


gente cargada con montones de paquetes


emprende el asedio del mostrador:


cada cual hace de Rey y de camello.






Cestas, bolsas, paquetes, envoltorios,


corbatas torcidas, gorros.


Olor a vodka, a pino a bacalao,


a mandarinas, a canela y a manzanas.


Un caos de caras y no se ve, entre la nieve,


el camino que lleva a Belén.






Y los portadores de estos modestos presentes


saltan a los transportes, se abalanzan sobre las puertas,


desaparecen en los huecos de los patios,


sabiendo incluso que el portal está vacío:


no hay animales, ni pesebre, ni Aquélla


sobre quien brilla un nimbo dorado.






El vacío es absoluto. Pero sólo al pensar en ella,


ves de pronto una luz que viene de quién sabe dónde.


Si Herodes supiese que, por más riguroso que fuera,


el milagro sería tanto más cierto, inevitable…


En el rigor de esa ley está


el mecanismo clave de la Navidad.






Y lo que se festeja ahora por todas partes


es Su Advenimiento, que pone juntas


todas las mesas. Aún, quizás, no necesiten la estrella:


aunque la buena voluntad de los hombres


se distingue de lejos,


y los pastores encendieron hogueras.






Cae la nieve. No echan humo sino suenan las trompetas


de las chimeneas en los tejados. Y las caras son manchas.


Herodes bebe. Las mujeres esconden a los chicos.


¿Quién se aproxima? –nadie lo sabe:


ignoramos cual es su señal, y los corazones


puede que no reconozcan al forastero.






Pero, cuando en el umbral el aire disuelve


la espesa niebla nocturna


y surge la figura con su manto,


al Niño y al Espíritu Santo,


los sientes dentro de ti sin avergonzarte;


miras al cielo y ves la estrella.






PRESEPIO


(24 de diciembre de 1991)






El Niño, María, José, los Reyes,


los pastores envueltos en las pieles,


animales, camellos, sus guías…


Todo convertido en figuritas de arcilla.






Sobre la nieve de algodón, rociada de purpurina,


arde la hoguera. Y apetece tocar con el dedo


el papel de plata de la estrella; con los cinco mejor


como entonces lo quiso el Niño de Belén.






Entonces en Belén todo era más grande; pero la arcilla,


con el baño de plata por encima


y el algodón esparcido alrededor,


gustaba hacer el papel de lo que había desaparecido.






Ahora eres más grande que todos ellos. Tú,


como un transeúnte a medianoche, desde inalcanzable altura,


te asomas a la ventana del cuartucho-,


y contemplas desde el espacio estas pequeñas figuras.






Allí la vida sigue igual, igual que unos disminuyen


con los siglos en su volumen,


y otros crecen –como ocurrió contigo- .


Allí luchan con copos de nieve las figuritas,


y la más pequeña prueba el pecho.


Y uno tiende a cerrar los ojos, o… a abreviar el trecho


que le separa de otra galaxia, donde tú desprendías


luz en un sórdido desierto –como en las arenas de Palestina.



Osvalvo Bayer, ÉTICA Y ESTÉTICA DEL PODER


En esta entrevista Osvaldo Bayer analiza las complejas y estrechas vinculaciones que surgen del ejercicio intelectual en relación a las nociones de ética y poder. Constituyen el eje central de este reportaje temas como la continuidad histórica del concepto "ética y estética del poder", el posicionamiento que un intelectual adopta frente a un modelo económico de gran concentración y exclusión de mayorías, como así también, los nexos establecidos con el nuevo mapa comunicacional . A su vez, estos núcleos conforman el corpus vital y filosófico de un trabajo reflexivo, desarrollado por Bayer desde una vasta práctica real, sustentada en investigaciones históricas y periodísticas, el cual apela a tender puentes entre el desarrollo de la conciencia crítica y el espíritu de una época que aún agita sus cavilaciones entre la rebeldía y la esperanza.















Poder y ética: el mutualismo de la voluntad general.






- Desde su perspectiva, ¿cómo define usted los conceptos de poder y de ética?






- El poder debería ser siempre sólo representación de la voluntad general. Y entonces allí sí se conjugarían poder y ética como términos que se soportan . Poder sólo es soportable y tal vez aceptable en tanto se rija por aquello de : "la libertad mía termina donde comienza la de mi semejante".


Consenso, sí, pero en tanto ese consenso no avasalle los principios inmanentes e imprescriptibles de la ética : derecho a la vida, a la igualdad, a la libertad, a la justicia.






- ¿Es la ética siempre una, igual e inmutable?






- Debería ser siempre la misma mientras es respetada. Pero si es avasallada, como en el caso de las tiranías, vale el derecho a la rebelión, el derecho de volver a restablecer el derecho.






- ¿Existe algún tipo de vinculación entre ética, poder y movimientos sociales?






- Todo tiene que estar vinculado entre esos tres principios. Los movimientos sociales son el motor, tienen que ser el motor, para que se llegue a la paz de las comunidades y de sus relaciones entre sí, sobre la base de los principios que detallábamos : derecho a la vida, a la igualdad, a la libertad, a la justicia. Filósofos, políticos, sociólogos y pensadores vieron en la lucha de clases ese motor que iba a llevar a la felicidad y a la dignidad ; otros, la vieron en la unión de todos aquellos rebeldes y revolucionarios que aparecieron y aparecen en la historia diciendo no a la servidumbre y a los abusos del poder.






- Desde una concepción histórico-política, ¿cuáles son los elementos que definen materialmente al poder?






- Esencialmente tres : el poder económico, el político y el religioso ; estos dos, en general, dependientes del primero. La llamada democracia burguesa, es decir, que se representa a través de partidos políticos, es la que mejor clarifica esto del dominio económico. Por lo general, el ciudadano sólo puede elegir entre dos partidos políticos ninguno de los cuales tiene en su programa la socialización de la economía, sino que se diferencian apenas por distintos modos de conservar el status : republicanos y demócratas en Estados Unidos ; conservadores y laboristas en Inglaterra ; socialdemócratas y demócratas cristianos en Alemania ; socialistas obreros y populares, en España ; socialistas y conservadores, en Francia ; peronistas y radicales ( y ahora aliancistas ) en la Argentina. Es decir, entre conservadores y populistas . En el llamado socialismo real, por la falta de democracia interna, se llegaron a conformar sectores que ejercieron el poder sin posibilitar a las bases la discusión ni de ejercer el antiautoritarismo democrático.






- ¿Existe una "continuidad histórica" en relación al ejercicio del poder?






- Absolutamente, sí. Aunque muchas veces dominaron en forma cambiante intereses sectoriales de la economía, por ejemplo, entre los agraristas y los industrialistas. Pero también hubo luchas internas por llegar a ese poder, por parte de los representantes de las diferentes religiones, como lo fue en la Alemania del siglo XV y XVI entre católicos y protestantes, quienes también - si se hace un profundo análisis - respondían a los intereses de los dueños de la tierra y del país.










El único poder que manda es el que escucha.














- ¿Qué es, o cómo se define un intelectual?






- El intelectual tiene que ser un hombre esencialmente independiente. Independiente en la creación, independiente en su relación con la sociedad. No por eso creerse dueño de la verdad. Por eso, ante todo, humildad, en el intelectual ; darse cuenta de aquello : "sólo sé que no sé nada" . Aprender de la sabiduría de la vida popular como de la de los grandes cenáculos de la ciencia y la filosofía. Ser, dentro de la búsqueda de la más profunda sabiduría - que siempre es pesimista -, el más ingenuo de los optimistas, porque sólo el optimismo nos puede guiar hacia el paraíso aunque nunca lo divisemos.






- ¿Un intelectual es siempre pragmático?, ¿es siempre vanguardia?






- El pragmatismo del intelectual debe ser el defender a los más débiles de la sociedad y denunciarlo. Nunca ser bufón del poder de turno ni el siempre adaptado al régimen.






- ¿Cuál debe ser la función del intelectual frente al poder y frente a un modelo económico de exclusión de grandes mayorías sociales.?






- El intelectual tiene que ser un constante crítico del poder, debe buscar disminuirlo, ridiculizarlo, demostrar que el único poder que no se equivoca es aquel que no manda, sino escucha.


En relación al modelo económico, no puede ni ignorarlo ni debe apoyarlo. No debe sentirse élite sino que debe ser el que acompaña a las protestas justas de los necesitados y olvidados. Intelectual debe significar pasión por la sabiduría. Es decir, humildad, profundidad, bondad .






- ¿Cómo cree usted, que se estructuran las relaciones entre sociedad civil e intelectuales?






- Las relaciones entre sociedad civil e intelectuales, en la actualidad, no es otra cosa que el distinguir a aquellos que justifican - con mil artilugios - a esa sociedad civil. Los intelectuales aplaudidos y premiados son los que en sí no han puesto nunca en peligro al poder, aunque aparezcan sabios y solitarios. Y más aceptados todavía si son o se hacen los tristes. Hacen el papel de sumos sacerdotes, por eso, algunas veces, amenazan con que va a sonar la hora del escarmiento. Es lo que también pasa en las iglesias, que sirven para posternarse y escuchar una filípica, pero nada más ; todos saben que las cosas luego seguirán igual, que serán perdonados y, en sí, justificados para seguir en la misma línea del egoísmo. En la Argentina, los que valen como los grandes intelectuales conocidos jamás sufrieron un minuto de cárcel ni se les prohibió ningún libro ni tuvieron que dejar el país en el exilio. Son especies de sumos sacerdotes cuya presencia sirve para proteger al poder, aunque parezcan seres sufrientes.






- ¿Es ético que un intelectual sea "funcionario".?






- No tengo nada en contra de que un intelectual sea funcionario. Pero sí lo tengo de los intelectuales que son funcionarios de dictaduras o de gobiernos profundamente corruptos.






- ¿Qué relación existe entre lo puramente académico y el poder?






- Lo académico siempre tiene que significar duda y debate, y tiene que estar alejado de todo poder de turno. Tiene que ser foro de sabiduría y no de catapulta para cargos o dádivas políticas. Eso no quiere decir que a veces, los intelectuales aplaudan tal o cual medida de gobierno o lo censuren si la consideran negativa o positiva para los principios éticos.














El cuerpo y el alma de una sociedad.


















- ¿Cómo define los conceptos de "ética y estética del poder" desde su doble función, es decir, como intelectual y escritor?






- Respondería con la adaptación de un adagio popular, al revés : "cuando se ejerce el poder no sólo hay que parecer honesto, sino serlo". La mejor estética del poder es la ética. Más todavía, la única estética del poder debe ser la ética. Y por eso, ejercer cada vez menos poder, llegar sólo a representar las voluntades éticas.






- ¿Cuál es su actitud frente al poder, desde los mismos conceptos : ética y estética?






- No hay más profundo pecado contra la belleza que las actitudes de simulación de los demagogos, los totalitarios, los delincuentes que tratan de aprovechar el bien común para vivir mejor. Son palabras, poses, actitudes ridículas. Compárese el presidente que toma el subte para ir a la casa de gobierno con aquel que su sueño máximo es conducir una testa rossa.


Las manos limpias, qué mejor obra de arte?, igual que las manos llenas de tierra por su trabajo, y qué espanto las manos húmedas de recibir dinero que pertenece a los demás.






- ¿Qué relaciones pueden establecerse entre ética y estética?






- Son el cuerpo y el alma. No pueden estar separadas mientras hay vida. Aún la fealdad nos muestra la bondad y aún la obscenidad nos está haciendo pensar, por contraposición, la belleza eterna de la austeridad y del altruísmo.






Los trabajadores: la reacción frente a la impunidad.






- Frente al poder, ¿existe una única expresión del concepto de ética, o éste está ligado a los diferentes movimientos y luchas de los trabajadores?






- No puede haber ética ( honestidad en este caso ) en un político que defiende un estado de cosas que deje libradas las riquezas a los fuertes en desmedro de los pobres. Siempre serán oportunistas aunque no roben, y el oportunismo es una deshonestidad. Lo de las luchas de los trabajadores es una teoría revolucionaria pero no la única. También el cambio puede conseguirse a través de la lucha de movimientos populares que proclamen la lucha contra regímenes que se basen en el privilegio y la corrupción. Los trabajadores marginados pueden ser el motor de la futura reacción contra la impunidad actual.






Poder y medios de comunicación: democracia versus intereses particulares.






- En relación al poderío desplegado por los medios masivos de comunicación, luego del fenómeno de alta concentración de los mismos ¿Cuál debe ser la actitud de un intelectual?






- Defender el pluralismo en la dirección de los medios. Los medios, ningún medio, debe pertenecer a empresas privadas. El ejemplo alemán - desde la finalización de la guerra hasta 1983 - es un ejemplo terminante a seguir . Todas las radios y la televisión eran de derecho público. Es decir, sus directorios se integraban con representantes de los partidos políticos con representación en el Bundestag, más representantes de organizaciones populares : de las iglesias, de mujeres, barriales, universitarias .Esta especie de parlamento elegía a un director quién se hacía responsable por el equilibrio de la información . En un segundo canal, el directorio estaba integrado por representantes de los distintos gobiernos provinciales, para fomentar el federalismo . Los terceros canales pertenecían a los Estados-provincias y estaban integradas sus direcciones de la misma manera proporcional que el canal nacional . Y esos canales eran por encima de todo, canales culturales . Así no había publicidad y ninguna interrupción en lo que se emitía . Lo mismo con respecto a las radios . Uno realmente gozaba y se instruía con esos canales y no tenía que soportar el lenguaje pérfido y obsceno de la publicidad.


Desgraciadamente, con el advenimiento de Helmut Kohl todo eso se cambió y hoy el dominio es privado, así que uno puede ahogarse en la publicidad más absurda y en la pornografía en los horarios más insólitos. Ahora el gusto y la cultura están en manos de las grandes cadenas de los grandes consorcios. Si bien siguen existiendo los canales de derecho público, se hace casi imposible competir con los privados en cuanto estos se llevan a los mejores trabajadores de la escena televisiva y radial, y además se cae en la concesión de lo más fácil y demagógico para el público. Como digo, el ejemplo alemán en esos años muestra que es posible la organización de los medios de comunicación sobre bases democráticas y no sobre el poder de los intereses particulares.

Augusto Monterroso


Augusto Monterroso Bonilla nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa. Hijo de la hondureña Amelia Bonilla y del guatemalteco Vicente Monterroso, pasó su infancia y juventud en Guatemala; después, en septiembre de 1944, llegó como exiliado político a Ciudad de México, donde se estableció y donde desarrolló, prácticamente, toda su excepcional vida literaria. En Los buscadores de oro, sus memorias, habla con cariño de sus años infantiles entre Honduras y Guatemala, al tiempo que reconoce dos hechos: el primero, haber elegido la nacionalidad guatemalteca al hacer uso, simple y llanamente, de su libertad; el segundo, sentirse plenamente centroamericano, con las múltiples connotaciones que esto implica. Monterroso se crió y educó en el seno de una familia muy liberal, en la que se leía y se frecuentaba a los intelectuales, artistas, toreros y músicos de la época, no sólo centroamericanos, sino también hispanoamericanos e incluso españoles.



De clara inclinación autodidacta, confesó que ya a la edad de 11 años, motu proprio, abandonó la escuela y se puso a leer y aprender diversas disciplinas, entre ellas la música, primero con un profesor pagado por su padre; más tarde, por su cuenta y riesgo. En 1936, la familia se instala definitivamente en Ciudad de Guatemala; al año siguiente Monterroso se adentra en actividades literarias y funda la Asociación de artistas y escritores jóvenes de Guatemala, conocida como la «Generación del cuarenta». En 1941 publica sus primeros cuentos en la revista Acento y en el periódico El Imparcial, mientras trabaja clandestinamente contra la dictadura de Jorge Ubico.






En el exilio moviliza a la opinión pública en contra del dictador y tras la caída de éste, funda con otros escritores el diario El Espectador. Finalmente, es detenido ese mismo año por orden del general Federico Ponce Valdés, por lo que pide asilo en la embajada de México. Durante su prolongada estancia en este país mantiene una intensa actividad en torno a la Universidad Nacional Autónoma de México, donde entabla amistad con los escritores e intelectuales de este país.






En 1952 publica en México «El concierto» y «El eclipse», dos cuentos breves que lo iniciarán en su quehacer como escritor. Posteriormente, al ser nombrado cónsul de Guatemala en La Paz, se traslada a Bolivia, pero cuando es derrocado Jacobo Arbenz con la ayuda de la intervención norteamericana, renuncia a su cargo y viaja a Santiago de Chile donde publica en el diario El Siglo el cuento «Míster Taylor», escrito en La Paz, en el que ironiza sobre la intervención norteamericana en el país andino. En 1956 regresa definitivamente a la Ciudad de México donde ocupa diferentes cargos relacionados con el mundo académico y editorial.






La publicación, en 1959, de Obras completas (y otros cuentos), su primer libro, lo da a conocer internacionalmente sobre todo por el relato «El dinosaurio», el más breve de la literatura hispanoamericana, y que ha suscitado hasta el día de hoy numerosos elogios y alabanzas, por la modestia y la humildad que caracterizaron la existencia del autor guatemalteco. Después, en 1969, vendrá La oveja negra (y demás fábulas), que lo catapulta al reconocimiento más amplio y definitivo. Ese mismo año, se hace cargo del Taller de Cuento de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, así como del Taller de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes; ambos talleres desempeñaron un papel de capital importancia en la formación de algunos de los más conocidos escritores mexicanos de la actualidad; también, en lo personal, significaron un cambio importante en la vida de Monterroso, ya que en octubre de 1970 participaba en uno de los talleres Bárbara Jacobs, hoy reconocida escritora mexicana, que se convertiría en su esposa en 1976.






En 1972 se publica Movimiento perpetuo, considerado por la crítica mexicana como el mejor libro del año. Tras su publicación se suceden continuos viajes tanto por el continente americano como por el europeo. En 1975 se le concede el Premio Javier Villaurrutia; en 1978, siguiendo con su impulso de dejar tiempo suficiente entre publicación y publicación sale a la luz la única novela del autor: Lo demás es silencio (La vida y la obra de Eduardo Torres).






Mientras tanto, se van sucediendo distintas ediciones de sus primeros libros, nuevas publicaciones, como Viaje al centro de la fábula, entrevistas y conversaciones con distintos escritores y críticos literarios, y el fantástico La palabra mágica, diseñado para la editorial Era por Vicente Rojo, libro que incluye ilustraciones y dibujos suyos. En La letra e. Fragmentos de un diario, de 1987, Monterroso se desnuda en lo personal y en lo profesional ante sus lectores, siempre cómplices.






Así, discretamente, paso a paso, sin prisas pero sin pausas, Monterroso se fue haciendo un lugar más que respetable en las letras hispánicas.






En 1992, aparece Antología del cuento triste, una recolección de bellos cuentos, llevada a cabo junto a su esposa Bárbara Jacobs. Al año siguiente se publica Los buscadores de oro, biografía que rompe los moldes de este género, ya que, no en vano, en ella el autor termina de contar su vida cuando cumple los quince años. Destacan en las páginas de este libro la evocación nostálgica y emotiva de una infancia rodeada de bohemia, de música, de libros, pero también de problemas económicos, de angustias familiares y de anuncios de muerte, todo lo cual contribuye a que la infancia de su autor concluya a una edad muy temprana.






La década de los noventa le traerá más premios y distinciones honoríficas, como la investidura de doctor honoris causa por la Universidad de San Carlos de Guatemala, la Orden Miguel Ángel Asturias y el Quetzal de Jade Maya, de la Asociación de Periodistas de Guatemala; y en México, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.






En el año 2000 se le concede el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su brillante carrera literaria. Viaja a España para participar como invitado en las jornadas «Siete mil personajes en busca de autor» en 2001, dentro de los Cursos de Verano que la Universidad Complutense organiza en El Escorial; y, de nuevo, vuelve en el 2002 para recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Mientras, pese a sus problemas de salud, trabaja sin descanso en la recopilación de los textos que saldrán a la luz en agosto de 2002, en México, y que componen el libro Pájaros de Hispanoamérica, un tributo de amistad y admiración a sus coetáneos escritores.






Hasta su muerte, acaecida en Ciudad de México en la noche del 8 de febrero de 2003, estuvo trabajando en la segunda parte de sus memorias, que comprenden desde los 16 hasta los 22 años de edad.






Pese a su intención de hacerse invisible, Monterroso refleja las huellas luminosas de un talento y una modestia excepcionales. Querido Tito, muchas gracias por tus maravillosos libros y por tu amistad.

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La honda de David




Había una vez un niño llamado David N., cuya puntería y habilidad en el manejo de la resortera despertaba tanta envidia y admiración en sus amigos de la vecindad y de la escuela, que veían en él -y así lo comentaban entre ellos cuando sus padres no podían escucharlos- un nuevo David.

Pasó el tiempo



Cansado del tedioso tiro al blanco que practicaba disparando sus guijarros contra latas vacías o pedazos de botella, David descubrió que era mucho más divertido ejercer contra los pájaros la habilidad con que Dios lo había dotado, de modo que de ahí en adelante la emprendió con todos los que se ponían a su alcance, en especial contra Pardillos, Alondras, Ruiseñores y Jilgueros, cuyos cuerpecitos sangrantes caían suavemente sobre la hierba, con el corazón agitado aún por el susto y la violencia de la pedrada.



David corría jubiloso hacia ellos y los enterraba cristianamente.



Cuando los padres de David se enteraron de esta costumbre de su buen hijo se alarmaron mucho, le dijeron que qué era aquello, y afearon su conducta en términos tan ásperos y convincentes que, con lágrimas en los ojos, él reconoció su culpa, se arrepintió sincero y durante mucho tiempo se aplicó a disparar exclusivamente sobre los otros niños.



Dedicado años después a la milicia, en la Segunda Guerra Mundial David fue ascendido a general y condecorado con las cruces más altas por matar él solo a treinta y seis hombres, y más tarde degradado y fusilado por dejar escapar con vida una Paloma mensajera del enemigo.









ESTANISLAO DEL CAMPO (1834-1880)

Con el pseudónimo de Anastasio el Pollo, entró Estanislao del Campo en el mundo de las letras. Su poema gaucho-burlesco Fausto alcanzó casi de inmediato una enorme popularidad, popularidad que ha persistido y aumentado si cabe hasta nuestros días. Su aparición fue entusiasmarte saludada por la crítica, y lo que nunca había ocurrido antes en nuestro medio, suscitó una larga polémica entre dos jóvenes talentos que habían de afirmarse más tarde, Pedro Goyena y Eduardo Wilde. La polémica interesante y animadísima derivó hacia conceptos generales de la poesía, pero contribuyó indudablemente a tener a Del Campo y su libro sobre el tapete de la actualidad. Escribió también otras muchas composiciones de diferentes estilos, sin embargo es en la cuerda gauchesca donde da las mejores notas. De humor festivo, tiene una pluma llena de colorido para verter su fácil filosofía campera y fresca imaginación.



Es curioso advertir que, no obstante el género escogido, era más bien un hombre de ciudad. Nació en la capital el 7 de febrero de 1834, hijo de padre porteño, don Estanislao del Campo, y madre tucumana, doña Gregoria Luna. Se educó aquí mismo en la Academia Porteña Federal empleándose luego como dependiente de tienda según era costumbre entre los jóvenes de buena familia de esos tiempos. Muy porteño lo vemos en 1852 tomar parte en la defensa de la ciudad cuando el general Lagos le puso sitio. Concluido éste entró a prestar servicio en la aduana. Más tarde fue secretario de la cámara de diputados cuando ya militaba abiertamente en las filas alsinistas, alternando la carrera administrativa con las más animadas acciones de Cepeda y pavón donde se batió con entusiasmo. Llegó así a capitán en 1861. En 1874 es ascendido a teniente coronel saliendo a campaña con motivo de la revolución de ese año. Luego tuvo una corta actuación como diputado nacional y terminando su mandato fue nombrado oficial mayor del Ministerio de Gobierno de la Provincia. Se desempeña en todos estos cargos con escrupulosidad y competencia y toma asimismo parte activa en las luchas políticas, pero sin abandonar la poesía que es sin duda su vocación más íntima.



Murió joven aún el 6 de noviembre de 1880 y los mejores poetas de la época, José Hernández y Guido y Spano, pronunciaron conmovedoras oraciones en su tumba. Mereció también fuera del aplauso popular y de la crítica del país, grandes elogios de un crítico español tan severo como Menéndez y Pelayo.



(Literatura argentina del siglo 19)



ESTANISLAO DEL CAMPO (1834-1880)



Estanislao del Campo, escritor argentino, nacido en Buenos Aires, que perteneció a la generación del 80 y llevó a su culminación el juego dialogado de los poetas gauchos.



Inició su carrera literaria con versos gauchescos que aparecieron bajo el seudónimo de Anastasio el Pollo y es a raíz de esa actividad que se vincula con Ascasubi.



Entre sus obras son de destacar: Los debates de Mitre y Carta de Anastasio el Pollo, ambas de 1857; esta última es una anticipación de Fausto (1866). En Fausto, un paisano, Anastasio el Pollo, que por casualidad, asiste a una función en el Teatro Colón de Buenos Aires, en donde se representaba la ópera "Fausto" de Gounod.



El hombre conversa largamente con Don Laguna, un gaucho amigo al que se encuentra en la soledad del campo bonaerense, y le relata lo visto en el teatro. Anastasio no distingue entre realidad y ficción e, impresionado, habla del Diablo, de las transformaciones de Fausto y de las vicisitudes de Margarita como si todo fuera verdad.



FAUSTO




-Fragmento-





En un overo rosao,

Flete nuevo y parejito,

Caía al bajo, al trotecito,

Y lindamente sentao,

Un paisano del Bragao,

De apelativo Laguna:

Mozo jinetazo ¡ahijuna!,

Como creo que no hay otro,

Capaz de llevar un potro

A sofrenarlo en la luna.



¡Ah criollo! si parecía

Pegao en el animal,

Que aunque era medio bagual,

A la rienda obedecía

De suerte, que se creería

Ser no sólo arrocinao,

Sino tamién del recao

De alguna moza pueblera.

¡Ah Cristo! ¡quién lo tuviera!...

¡Lindo el overo rosao!



Como que era escarciador,

Vivaracho y coscojero,

Le iba sonando al overo

La plata que era un primor;

Pues eran plata el fiador,

Pretal, espuelas, virolas

Y en las cabezadas solas

Traiba el hombre un Potosí:

¡Qué!... Si traía, para mí,

Hasta de plata las bolas.



En fin: -como iba a contar,

Laguna al río llegó,

Contra una tosca se apió

Y empezó a desensillar.

En esto, dentró a orejiar

Y a resollar el overo,

Y jué que vido un sombrero

Que del viento se volaba

De entre una ropa, que estaba

Más allá, contra un apero.



Dió güelta y dijo el paisano:

-¡Vaya "Záfiro"! ¿qué es eso?

Y le acarició el pescuezo

Con la palma de la mano.

Un relincho soberano

Pegó el overo que vía,

A un paisano que salía

Del agua, en un colorao,

Que al mesmo overo rosao

Nada le desmerecía.



Cuando el flete relinchó,

Media güelta dió Laguna,

Y ya pegó el grito: -¡ahijuna!

¿No es el Pollo?

-Pollo, no,

Ese tiempo se pasó.

(Contestó el otro paisano),

Ya soy jaca vieja, hermano,

Con las púas como anzuelo,

Y a quien ya le niega el suelo

Hasta el más remoto grano.