Alfonsina Storni


Se la recuerda por romántica y suicida. Dice el mito que caminó dulcemente mar adentro. Pero el zapatito gastado que quedó en la escollera afirma que antes, corrió y recorrió las calles de la ciudad. Derritió el cemento de la Buenos Aires siglo XX con sus versos, que la convirtieron en referente para generaciones posteriores. Convulsionó al patriarca, despabiló a las damas, acompañó a las trabajadoras, acunó a los niños, peleó, enamoró, lloró, enseñó, y antes de irse, cambió las letras femeninas para todo el viaje. En el 70° aniversario de su muerte, un homenaje a la excepcional Alfonsina Storni.


Llegará un día en que las mujeres se atrevan a revelar su interior; este día la moral sufrirá un vuelco; las costumbres serán cambiadas.
(Alfonsina Storni, Cositas sueltas)



...tengo el libro al revés!(1)

Nació un 22 de mayo de 1892, en un pueblo de la Suiza italiana, llamado Sala Capriasca. Fue la tercera de los ocho hijos del matrimonio de Pasqualina Marianna Aurora Martignoni (Paulina) y Alfonso Ambrogio Carlo Storni.

Alfonsina Storni

Subconciencia

Has hablado, has hablado y me he dormido.
Pero duermo y no duermo, porque siento
que estoy bajo el supremo pensamiento:
vivo, viviré siempre y he vivido.

Has hablado, has hablado y he caído
en un marasmo... cede hasta el aliento.
Tiempo atrás, en las sombras, me he perdido:
estoy ciega. No tengo sentimiento.

Como el espacio soy, como el vacío.
Es una sombra todo el cuerpo mío
y puedo como el humo levantarme:

Oigo soplos etéreos... sobrehumanos...
Sujétame a la tierra con tus manos,
que si el viento se mueve ha de llevarme.



 Tanta dulzura alcánzame tu mano...

Tanta dulzura alcánzame tu mano
que pienso si las frutas te engendraron,
si abejas con su miel te amamantaron
y si eres nieto excelso del verano.

Tanta dulzura no es de rango humano:
los dioses tus pañales perfumaron,
sobre tu sangre roja destilaron
ojos de niños, lasitud de llano.

Tanta dulzura, que cayendo al alma
mueve esperanzas, le procura calma
y todo anhelo de virtud corona.

Tanta dulzura, para bien sentida,
que digo al mal que me consume: olvida.
y al fuerte daño que me dan: perdona.




Mario Benedetti

Tenía 20 años y era joven; tenía treinta y era joven; tenía cuarenta y era joven. Ahora tengo 50 años y soy "todavía joven". Todavía quiere decir: se termina."
de La tregua, Mario Benedetti

Carlos Fuentes

"Es domingo y todo el pueblo está reunido en la playa, viendo a los muchachos jugar fútbol. Pero tú tienes mirada para otras cosas. Las islas están muy cerca: conoces su leyenda. Las señalas con la mano y me cuentas lo que no sé. Son las islas de las sirenas que vigilan la ruta a Capri. Dices que su canto puede escucharse, pero exige un riesgo. Y Ulises era el prudente. ¿Qué habrán sido esos rumores? No sé si en realidad te escucho. Los jóvenes de Positano, gamberros y estudiantes, cargadores y camareros (¿gigolós estivales?), juegan con esa fuerza nerviosa, esa rapidez muscular"

Carlos Fuentes
Zona Sagrada (fragmento)

Canción de los poetas líricos - Bertolt Brecht


Esto que vais a leer está en verso.
Lo digo porque acaso no sabéis ya lo que es un verso ni un poeta.
En verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.

¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar?
¿No observasteis que nadie publicaba ya versos?
¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir:
Antes, los versos se leían y pagaban.

Nadie paga ya nada por la poesía.
Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan:
«¿Quién la lee?» Mas también se preguntan:
«¿Quién la paga?»
Si no pagan, no escriben. A tal situación los habéis reducido.
Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido?
¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban?
¿Acaso no he cumplido mis promesas?
Y oigo decir a los que pintan cuadros

que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también
fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván...
¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar?
Leemos que os hacéis cada día más ricos...

¿Acaso no os cantamos, cuando teníamos
el estómago lleno, todo lo que disfrutabais en la tierra?
Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres,
la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...

Y el dulzor de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer.
Y de nuevo la carne de vuestras mujeres. Y lo invisible
sobre vosotros. Y hasta el recuerdo del polvo
en que os habéis de transformar al final.

Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que escribíamos
sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro,
también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas enjugamos!
¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais!
Mucho hemos trabajado para vosotros. jamás nos negamos.
Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era «¡Pagadlo!»
¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros!
¡Cuántos crímenes!
¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de vuestra comida!

Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería
nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras.
A vuestro corral de matanzas le llamamos «campo del honor»,
y «hermanos de labios largos» a vuestros cañones.

En los papeles que pedían impuestos para vosotros
hemos pintado los cuadros más maravillosos.
Y declamando nuestros cantos ardientes
siempre os volvieron a pagar los impuestos.

Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas,
aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes.
Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron,
y se entregaron a vuestras manos como corderos.

A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que os placía.
En general, con los que fueron también celebrados injustamente
por quienes les calificaban de mecenas sin tener nada caliente en el estómago.
Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos con poesías como puñales.

¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados?
¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras!
¿Por qué no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro?
¿Ni una loa siquiera?
¿Es que os creéis agradables tal como sois?

¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros!
Ojalá supiéramos cómo atraer
vuestra mirada hacia nosotros!
Creednos, señores: hoy seríamos más baratos.
Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.

Cuando empecé a escribir esto que leéis -¿lo estáis leyendo?¬
me propuse que todos los versos rimaran.
Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto,
y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.