Antonio Machado


Cante hondo

Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta

a una caliente noche de verano,
el plañir de una copla soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.

...Y era el Amor, como una roja llama...
-Nerviosa mano en la vibrante cuerda
ponía un largo suspirar de oro,
que se trocaba en surtidor de estrellas-.

...Y era la Muerte, al hombro la cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
-Tal cuando yo era niño la soñaba-.

Y en la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear, fingía
el reposar de un ataúd en tierra.

Y era un plañido solitario el soplo
que el polvo barre y la ceniza avienta.

LOS OJOS DE LOS POBRES - CHARLES BAUDELAIRE



¡Ah!, queréis saber por qué hoy os aborrezco. 
Más fácil os será comprenderlo, sin 
duda, que a mí explicároslo; porque sois, creo yo, el mejor ejemplo de impermeabilidad
femenina que pueda encontrarse.
Juntos pasamos un largo día, que me pareció corto. Nos habíamos hecho la promesa
de que todos los pensamientos serían comunes para los dos, y nuestras almas ya no serían
en adelante más que una; ensueño que nada tiene de original, después de todo, a no ser
que, soñándolo todos los hombres, nunca lo realizó ninguno.
Al anochecer, un poco fatigada, quisisteis sentaros delante de un café nuevo que hacía
esquina a un bulevar, nuevo, lleno todavía de cascotes y ostentando ya gloriosamente sus
esplendores, sin concluir. Centelleaba el café. El gas mismo desplegaba todo el ardor de
un estreno, e iluminaba con todas sus fuerzas los muros cegadores de blancura, los
lienzos deslumbradores de los espejos, los oros de las medias cañas y de las cornisas, los
pajes de mejillas infladas arrastrados por los perros en traílla, las damas risueñas con el
halcón posado en el puño, las ninfas y las diosas que llevaban sobre la cabeza frutas,
pasteles y caza; las Hebes y las Ganimedes ofreciendo a brazo tendido el anforilla de
jarabe o el obelisco bicolor de los helados con copete: la historia entera de la mitología
puesta al servicio de la gula.
Enfrente mismo de nosotros, en el arroyo, estaba plantado un pobre hombre de unos
cuarenta años, de faz cansada y barba canosa; llevaba de la mano a un niño, y con el otro
brazo sostenía a una criatura débil para andar todavía. Hacía de niñera, y sacaba a sus
hijos a tomar el aire del anochecer. Todos harapientos. Las tres caras tenían extraordinaria
seriedad, y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con una admiración igual,
que los años matizaban de modo diverso.
Los ojos del padre decían: «¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso! ¡Parece como si todo el oro
del mísero mundo se hubiera colocado en esas paredes!» Los ojos del niño: «¡Qué
hermoso!, ¡qué hermoso!; ¡pero es una casa donde sólo puede entrar la gente que no es
como nosotros!» Los ojos del más chico estaban fascinados de sobra para expresar cosa
distinta de un gozo estúpido y profundo.
Los cancioneros suelen decir que el placer vuelve al alma buena y ablanda los
corazones. Por lo que a mí toca, la canción dijo bien aquella tarde. No sólo me había
enternecido aquella familia de ojos, sino que me avergonzaba un tanto de nuestros vasos
y de nuestras botellas, mayores que nuestra sed. Volvía yo los ojos hacia los vuestros,
querido amor mío, para leer en ellos mi pensamiento; me sumergía en vuestros ojos tan
bellos y tan extrañamente dulces, en vuestros ojos verdes, habitados por el capricho e
inspirados por la Luna, cuando me dijisteis: «¡Esa gente me está siendo insoportable con
sus ojos tan abiertos como puertas cocheras! ¿Por qué no pedís al dueño del café que los
haga alejarse?»
¡Tan difícil es entenderse, ángel querido, y tan incomunicable el pensamiento, aun
entre seres que se aman!

Antonin Artaud


Oeuvres complètes (tome I)


Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.

En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.

El rostro obtuso de los techos
contempla los cuerpos extendidos.
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.

Poeta, lo que te preocupa
nada tiene que ver con la luna;
la lluvia es fresca,
el vientre está bien.

Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía,
la cabeza está lejos.

En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.

En cada aposento
el mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.

Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.

En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos
de los sueños mal construidos.

Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea áerea.

El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.

El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.

El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
el vacío gira.

La vida pasa por el pensamiento
del poeta melenudo.

HIJA DEL VIENTO



Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.

Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.

Alejandra Pizarnik