El ausentismo de los muchos

"Odio a los indiferentes, creo que (...) Vivir significa tomar partido. No pueden existir solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano y de participar. La indiferencia es abulia, parasitismo, ruindad; no es vida.(...)"

"La indiferencia actúa potentemente en la historia. Actúa pasivamente, pero actúa. Es la fatalidad; es aquello que con lo que no se puede contar; es lo que descompone los programas, subvierte los planes mejores construidos; es la materia bruta que se revela frente a la inteligencia y la destroza.
Lo que ocurre, no ocurre tanto porque algunos quieren que ocurra, como porque la masa de hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja anudar lo que únicamente la espada puede cortar, deja promulgar leyes que solo la revuelta puede luego abrogar, deja acceder al poder a los hombres que luego un amotinamiento podrá únicamente derrocar."
(...)
"Los hechos maduran en las sombras, pocas manos no vigiladas por ningún control urden la tela de la vida colectiva, y la masa no se entera porque se despreocupa de esto. Los destinos de una época son manipulados según visiones estrechas, objetivos inmediatos, ambiciones y pasiones personales de pequeños grupos activos; y la tela urdida en las sombras se completa; Entonces parece que es la fatalidad la que viene a sacudir a todo y a todos, al que quiso y al que no quiso, al que sabía y al que no sabía, al que había sido activo y al que permaneció indiferente."

Antonio Gramsci
Extracto del primer y único editorial de “La Cittá Futura”, periódico de cultura obrera escrita y dirigida por el mismo Gramsci.
11 de febrero de 1917

Albert Camus-La esperanza y lo absurdo en la obra de Kafka/En El mito de Sísifo

Todo el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer. Sus desenlaces, o la ausencia de desenlaces, sugieren explicaciones, pero que no se revelan claramente y que exigen, para que parezcan fundadas, una nueva lectura del relato desde otro ángulo. A veces hay una doble posibilidad de interpretación, de donde surge la necesidad de dos lecturas. Eso es lo que buscaba el autor. Pero sería un error querer interpretar todo detalladamente en Kafka. Un símbolo está siempre en lo general, y, por precisa que sea su traducción, un artista no puede restituirle sino el movimiento: no hay traducción literal. Por lo demás, nada es más difícil de entender que una obra simbólica. Un símbolo supera siempre a quien lo emplea y le hace decir en realidad más de lo que cree expresar. A este respecto, el medio más seguro de captarlo consiste en no provocarlo, en leer la obra con un espíritu no prevenido y en no buscar sus corrientes secretas. En cuanto a Kafka en particular, está bien consentir en su juego, y acercarse al drama por la apariencia y a la novela por la forma.

A primera vista, y para un lector desapegado, se trata de aventuras inquietantes que arrastran a personajes temblorosos y obstinados en la persecución de problemas que no formulan nunca. En El proceso es acusado José K... Pero no sabe de qué. Quiere, sin duda, defenderse, pero ignora por qué. Los abogados encuentran difícil su causa. Entre tanto, no deja de amar, de alimentarse o de leer su diario. Luego le juzgan, pero la sala del tribunal está muy oscura y no comprende gran cosa. Supone únicamente que lo condenan, pero apenas se pregunta a qué. A veces duda de ello y también sigue viviendo. Mucho tiempo después, dos señores bien vestidos y corteses van a buscarle y le invitan a que les siga. Con la mayor cortesía le llevan a un arrabal desesperado, le ponen la cabeza sobre una piedra y lo degüellan. Antes de morir, el condenado dice solamente: "Como un perro".

Mark Twain

"Pasaron dos o tres días con sus noches; creo que podría decir que pasaron nadando, que se deslizaron, callados, serenos, hermosos. Así pasábamos el tiempo: allá abajo el río era monstruosamente grande..., en algunos lugares tenía una milla y media de ancho; por la noche navegábamos, y de día parábamos y nos escondíamos; en cuanto empezaba a hacerse de día dejábamos de navegar y amarrábamos la balsa, casi siempre en las aguas muertas, debajo de una barra de arena; luego cortábamos unos álamos jóvenes y unos sauces y tapábamos la balsa con ellos. Después de echar los sedales, nos metíamos en el río sin hacer ruido, y nadábamos un rato para lavarnos y refrescarnos, y nos sentábamos en el fondo arenoso donde el agua nos llegaba más o menos hasta las rodillas y mirábamos la luz del día. No se oía nada, un silencio perfecto, como si el mundo entero durmiese; a veces, sólo el chapaleo de las ranas. Si mirábamos por encima del agua, lejos, lo primero que se veía era algo que parecía una línea oscura: era el bosque, al otro lado; no se distinguía nada más; luego, un pedazo pálido de cielo, y más palidez, extendiéndose; entonces, muy lejos, el río empezaba a suavizarse, y ya no era negro, sino gris; se veían unas manchitas oscuras que flotaban, muy lejos; chalanas y esas cosas, y unas rayas largas y negras, balsas; a veces se oía el crujir de un remo, o voces entreveradas, porque era tan grande el silencio y los sonidos llegaban de muy lejos; y enseguida se veía una raya en el agua, por su aspecto sabíamos que era un tronco sumergido en la corriente rápida que se rompía encima y le daba esa forma; y luego la neblina, rizándose sobre el agua, y el este se ponía rojo, y también el río, y aparecía una cabaña de troncos al borde del bosque, muy lejos, en la otra orilla, seguramente un depósito de maderas, con las pilas hechas por unos chapuzas, tan mal, que se podía soltar un perro y hacerlo pasar por cualquier parte. Y luego, una brisa muy suave que viene desde allí, abanicándote, fresca y pura y con ese olor tan dulce que le dan los bosques y las flores, aunque hay veces que no llega así porque alguien deja peces muertos por ahí, peces aguja o de otra clase, y huelen bastante mal; y luego, ¡el día!, ¡y todo sonríe al sol, y los pájaros cantan y cantan!"

Huckleberry Finn (fragmento)

Fragmento de El amante del volcán de Susan Sontag


Me cuentas un chiste. Me encanta tu chiste. Me hace reír tanto que me duelen los costados y se me humedecen los ojos. Y es muy agudo y sutil. Incluso bastante profundo. Todo esto en un chiste. Debo pasarlo.
Aquí viene otra persona. Le contaré tu chiste. Quiero decir, el chiste. No es tuyo, claro. Alguien te lo contó. Y ahora lo contaré a otra persona si puedo recordarlo. Antes de que lo olvide. Quiero compartirlo con alguien, ver que esa persona reacciona como yo (ruge de risa, asiente apreciativa con la cabeza, se le humedecen los ojos), pero para ser el lanzador, no el receptor, no debo estropear su gracia. Debo contarlo como tú lo contaste, por lo menos tan bien. Debo estar al volante del chiste y conducirlo adecuadamente sin atascar las marchas o precipitarlo en una zanja.
[...]
Un chiste nunca es mío. Párame si ya lo conoces, dice quien cuenta chistes, cuando se dispone a compartir su última adquisición. Está en lo cierto al asumir que otros también deben contarlo: un chiste circula.
El chiste es esta posesión impersonal. No lleva la firma de nadie. Me lo contaron, pero no lo inventé; estaba bajo mi custodia y decido pasarlo, que circule. No se refiere a ninguno de nosotros. No habla de ti ni de mí. Tiene una vida propia.
Sale… como una detonación, como una risa, un estornudo; como un orgasmo, como una pequeña explosión, un desbordamiento. Contarlo quiere decir: aquí estoy. Sé lo suficientemente como para apreciar este chiste. Soy lo suficientemente sociable y expresiva como para contarlo a otros. Me encanta divertir. Me encanta figurar. Me encanta que me valoren. Me encanta sentirme competente. Me encanta estar detrás de mi cara y conducir este pequeño vehículo hasta su pronto destino… y luego salirme. Estoy en el mundo, que tiene muchas cosas que no son yo y que yo valoro.
Pásalo.

Fragmentos para dominar el silencio - ALEJANDRA PIZARNIK

   I

        Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.

    II
        Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo.
        Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.

    No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.

    III
        La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino.


(Alejandra Pizarnik, de La extracción de la piedra de la locura, 1968)

Carta de Jack London a Ana Strunsky (Fragmento)

Ana querida:

¿Dije que el ser humano podría ser clasificado por categorías? Bien, y si lo hice, déjeme cuantificar: no todos los seres humanos. Usted me elude. No puedo encontrarla, no puedo entenderla. Puedo jactarme de que a nueve de diez personas, bajo circunstancias dadas, puedo pronosticar su acción; que de nueve de diez, por su palabra o acción, puedo tomar el pulso de sus corazones. Pero de la décima desespero. Está más allá de mí. Usted es la décima.
¡Estaban siempre dos almas, con los labios mudos, emparejados más incongruentemente! Podemos sentirnos en comunión -seguramente, a menudo podemos- y cuando no nos sentimos en comunión, con todo nos entendemos; pero no tenemos ninguna lengua común. Las palabras habladas no vienen a nosotros. Somos ininteligibles. Dios debe reírse de la actuación.