Paul Auster




Diario de invierno (fragmento)
"Tienes diez años, es pleno verano y hace un calor sofocante, tan húmedo y molesto que, incluso sentado a la sombra de los árboles del jardín, se te llena de sudor la frente.Que ya no eres joven es un hecho indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta, no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos como tú. Ése es un ejemplo de las diversas cosas que podrían no pasar nunca pero que, en realidad, han ocurrido. El viento en tu rostro durante la tormenta de nieve de la semana pasada. El espantoso aguijón del frío, y tú ahí fuera, en las calles desiertas, preguntándote qué te habría llevado a salir de casa con aquella rugiente tempestad, y sin embargo, aun cuando luchabas por mantener el equilibrio, estaba el júbilo de aquel viento, la euforia de ver las familiares calles empañadas de blanco, convertidas en un remolino de nieve.Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes que nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel. Innumerables ocasiones, no pasa un día sin algún instante o instantes de placer físico, y sin embargo los dolores son sin duda más persistentes y obstinados, y en uno u otro momento han asaltado casi todas las partes de tu cuerpo. Ojos y oídos, cabeza y cuello, hombros y espalda, brazos y piernas, garganta y estómago, tobillos y pies, por no mencionar el enorme forúnculo que una vez te brotó en el carrillo izquierdo del culo, llamado lobanillo por el médico, lo que a tus oídos sonaba a dolencia medieval, y que durante una semana te impidió sentarte en una silla.La proximidad que tu menudo cuerpo guardaba con el suelo, el cuerpo que te correspondía cuando tenías tres y cuatro años, es decir, la brevedad de la distancia."

MARCHA DEL SILENCIO

JUSTICIA POR EL FISCAL ALBERTO NISMAN

SAL CON UNA CHICA QUE LEE - Rosemary Urquico

Sal con una chica que lea. Sal con una chica que se gaste el dinero en libros en vez de en ropa. Que tenga problemas de espacio en el armario porque tiene demasiados libros. Sal con una chica que tenga una lista de libros que quiere leer y carné de la biblioteca desde los doce años.

Encuentra una chica que lea. Sabrás que lo hace porque siempre llevará un libro a medias de leer en el bolso. Será la que mire con amor las estanterías de la librería, la que llora silenciosamente cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves la chica rara que huele las páginas de los libros viejos en una librería de segunda mano? Esa es la lectora. Nunca se pueden resistir a oler las páginas, especialmente si están amarillentas.
Es la chica que lee mientras está esperando en la cafetería del final de la calle. Si echas un vistazo a su taza, verás que la crema del café está flotando en la superficie porque ya está absorta. Perdida en un mundo que el autor ha creado. Siéntate. Probablemente te mire fugazmente, como la mayoría de las chicas que leen no le gusta ser interrumpida. Pregúntale si le gusta el libro.

Invítala a otra taza de café.

Hazle saber que lo que piensas de Murakami. Comprueba si ha pasado del primer capítulo deLa Comunidad del Anillo. Entiende que si te dice que entendió el Ulysses de James Joyce sólo te lo dice para sonar inteligente. Pregúntale si le gusta Alice o si le gustaría ser Alice.

Es sencillo salir con una chica que lea. Regálale libros por su cumpleaños, por Navidad y por los aniversarios. Dale el regalo de las palabras, en poesía, en canciones. Regálale a Neruda, Pound, Sexton, Cummings. Hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Entiende que ella conoce la diferencia entre los libros y la realidad, pero por dios que va a intentar hacer su vida un poco como su libro favorito. Nunca será tu culpa si lo hace.
De alguna manera tiene que intentarlo.

Miéntele. Si entiende la sintaxis, entenderá que necesitas mentir. Tras las palabras hay otras cosas: motivaciones, valores, matices, diálogos. No va a ser el fin del mundo.

Fállale. Porque una chica que lee libros sabe que el fracaso siempre lleva hasta el clímax. Porque ellas entienden que todas esas cosas tendrán un final. Y que siempre puedes escribir una secuela. Y que puedes empezar otra vez, y otra y seguir siendo el héroe. Que la vida está destinada a tener un villano o dos.

¿Por qué estar asustado de todo lo que no eres? Las chicas que leen entienden que esa gente, como los personajes, evolucionan. Excepto en la saga Crepúsculo.

Si encuentras una chica que lea, mantenla cerca. Cuando la encuentres a las 2 de la mañana sosteniendo un libro contra su pecho y llorando, hazle una taza de té y abrázala. Puedes perderla por unas cuantas horas, pero siempre volverá a ti. Hablará como si los personajes del libro fuesen reales, porque durante un rato, siempre lo son.

Te declararás en un globo aerostático. O durante un concierto de rock. O casualmente la próxima vez que esté enferma. Por Skype.

Sonreirás con tantas ganas que te preguntarás por qué tu corazón no ha explotado y la sangre no está corriendo ya por tu pecho . Escribirás la historia de vuestra vidas, tendréis hijos con nombres extraños y gustos aún más extraños. Les presentará a vuestros niños al Gato Garabato y a Aslan, quizá el mismo día. Pasaréis los inviernos de vuestra vejez juntos y ella recitará a Keats en voz baja mientras te sacudes la nieve de las botas.
Sal con una chica que lea porque te lo mereces. Te mereces una chica que pueda darte la vida más colorida imaginable. Si sólo puedes darle monotonía y horas aburridas y compromisos a medias, entonces estás mejor solo. Si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, sal con una chica que lea.

O mejor aún, sal con una chica que escriba.


CANCIÓN DE LA AMETRALLADORA por MIGUEL HERNÁNDEZ


De mis hombros desciende,
codorniz de metal,
y a su nido de arena
va la muerte a incubar.

Acaricio su lomo,
de humeante crueldad.
Su mirada de cráter,
su pasión de volcán
atraviesa los cielos
cuando se echa a mirar,
con mis ojos de guerra
desplegados detrás.

Entre todas las armas,
es la mano y será
siempre el arma más pura
y la más inmortal.
Pero hay tiempos que exigen
malherir, disparar
y la mano precisa
esgrimir, además
de los puños de hierro,
hierro más eficaz.

Frente a mí varias líneas
de asesinos están,
acechando mi vida,
campeadora y audaz,
que acobarda al acecho
y al cañón más fatal.

Con el alba en el pico,
delirante y voraz,
con rocío, mi arma
se dedica a cantar.

Donde empieza su canto
el relámpago va:
donde acaba el disparo
de su trino mortal,
no es posible la vida,
no es posible jamás.

¡Ay, cigüeña que picas
en el viento del mal,
fieramente, anhelando
su exterminio total!
Canta, tórtola en celo,
que en mis manos estás
encendida hasta el ascua,
disparada hasta el mar.

Malas ansias se acercan,
pero no pasarán.
Escuchadla en el centro
del combate, escuchad.

Hambre loca, insaciada
con la carne y el pan;
sed que aumenta la fuente
de mi sed fraternal;
fuego bien orientado,
que ni el agua es capaz,
ni la nieve más larga,
de rendir, de aplacar.

Sobre cada colina
de la tierra que hay,
sobre todas las cumbres,
en un rapto animal,
abalánzate, ciérnete,
canta y vuelve a cantar,
máquinas de mi alma
y de mi libertad.

Sed, ametralladoras,
desde aquí y desde allá,
contra aquellos que vienen
a coger sin sembrar.


Vedme a mí desvelado,
sepultando maldad
con semilla de plomo
que jamás verdeará,
sobre España mi sombra,
sobre el sol mi verdad.

Sed la máquina pura
que hago arder y girar;
la muralla de máquinas
de la frágil ciudad
del sudor, del trabajo,
defensor de la paz.
Y al que intente invadirla
de vejez, enturbiad
sus paredes con sangre,
¡disparad!

ADRIENNE RICH


Qué clase de tiempos son éstos

Hay un lugar entre dos grupos de árboles donde el pasto crece cuesta arriba
y el viejo camino de la revolución se interrumpe entre sombras
cerca de un templo abandonado por los perseguidos
que desaparecieron en esas mismas sombras.

Por allí caminé juntando setas al filo del espanto, pero no te equivoques
éste no es un poema ruso, éste no es otro lugar sino aquí,
nuestro país que se acerca a su propia verdad y espanto,
a su propia manera de hacer a la gente desaparecer.

No voy a decirte dónde está ese lugar, la trama oscura del bosque
que se encuentra con la franja inmaculada de la luz –
cruces fantasmas, paraíso de mantillo:
ya sé quién quiere comprarlo, venderlo, hacerlo desaparecer.

Y no voy a decirte dónde es ¿Para qué te digo ésto, entonces? 
Porque todavía escuchas, porque en tiempos como éstos
para tenerte siquiera escuchando es necesario
hablar sobre los árboles.