Eduardo Galeano recibe Orden de Mayo en homenaje a la solidaridad uruguayo-argentina




El escritor recibió la Orden de Mayo al Mérito en el grado de Comendador por parte del Gobierno argentino, la cuál consideró un "homenaje a la vida compartida" y a la "solidaridad" entre las dos naciones del río de la Plata.


Al recibir la distinción, una de las mayores que Argentina otorga a ciudadanos extranjeros, Eduardo Galeano recordó su época de exiliado en Buenos Aires, donde fundó la revista "Crisis", una "jubilosa celebración de la cultura vivida como comunión colectiva".

Galeano insistió en la unión entre los pueblos de ambos lados del río de la Plata y sentenció que "los mapas del alma no tienen fronteras".

"La solidaridad era, y sigue siendo, un asunto de sentido común, y por lo tanto era, y sigue siendo, la cosa más natural del mundo", dijo el escritor.

La condecoración fue entregada por el embajador de Argentina en Uruguay, Hernán Patiño Mayer, en un acto que tuvo lugar en la embajada de su país en Montevideo.

Mayer impuso la distinción a Galeano por su uso "de la palabra", de la cuál se sirve "con la maestría y el coraje de los elegidos".

Entre los invitados se encontraba el senador y candidato del Frente Amplio a las elecciones presidenciales, José Mujica, al que el escritor recibió con el saludo de "buenas tardes, señor presidente".

Al acto también acudieron amigos de Galeano, como el compositor Daniel Viglietti, el pintor Carlos Paéz Vilaró, así como Macarena Gelman, nieta del poeta Juan Gelman.

El ensayo "Las venas abiertas de América Latina" (1971) es la obra más reconocida de Galeano, en la que denuncia la expoliación de las riquezas al continente americano durante la conquista española y posteriormente bajo la influencia de los Estados Unidos.

El 18 de abril de este año el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, le regaló un ejemplar de la obra, considerada de culto por el pensamiento de izquierda latinoamericano, a su homólogo estadounidense Barack Obama durante el transcurso de la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.

Poco después, el ensayo se posicionó entre los diez libros más vendidos del portal de Internet Amazon.

Eduardo Galeano nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940, ciudad en la que vive actualmente y que lo declaró Ciudadano Ilustre el 11 de junio de 2008 en reconocimiento a su trascendencia dentro del pensamiento crítico contemporáneo.

Asimismo, el 3 de julio de 2008 recibió en la capital uruguaya la primera distinción como Ciudadano Ilustre del Mercosur, organización regional integrada por Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, por su papel de gran pensador, ensayista e intelectual en Latinoamérica.

Galeano obtuvo en dos ocasiones el premio Casa de las Américas por sus libros "La canción de nosotros" (1975) y "Días y noches de amor" (1978).

En 1982 publicó "Los nacimientos", primer volumen de la Trilogía "Memoria del fuego", que tuvo su continuación con los libros "Las caras y las máscaras" y "El siglo del viento", de 1991.

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Palabras de Eduardo Galeano en Montevideo, al ser condecorado con la Orden de Mayo de la República Argentina:




Permítanme agradecer esta ofrenda que estoy recibiendo, que para mí es un símbolo de la tercera orilla del río. En esa tercera orilla, nacida del encuentro de las otras dos, florecen y se multiplican, juntas, nuestras mejores energías, que nos salvan del rencor, la mezquindad, la envidia y otros venenos que abundan en el mercado.

Aquí estamos, pues, en la tercera orilla del río, argentinos y uruguayos, uruguayos y argentinos, rindiendo homenaje a nuestra vida compartida, y por lo tanto estamos celebrando el sentido comunitario de la vida, que es la expresión más entrañable del sentido común.

Al fin y al cabo, y perdón por irme tan lejos, cuando la historia todavía no se llamaba así, allá en el remoto tiempo de las cavernas, ¿cómo se las arreglaron para sobrevivir aquellos indefensos, inútiles, desamparados abuelos de la humanidad? Quizá sobrevivieron, contra toda evidencia, porque fueron capaces de compartir la comida y supieron defenderse juntos. Y pasaron los años, miles y miles de años, y a la vista está que el mundo raras veces recuerda esa lección de sentido común, la más elemental de todas y la que más falta nos hace.

Yo tuve la suerte de vivir en Buenos Aires, en los años setenta. Llegué corrido por la dictadura militar uruguaya, y me fui corrido por la dictadura militar argentina.

No me fui: me fueron. Pero en esos años comprobé, una vez más, que aquella prehistórica lección de sentido común no había sido olvidada del todo. La energía solidaria crecía y crece al vaivén de las olas que nos llevan y nos traen, argentinos que vienen y van, uruguayos que vamos y venimos. Y en el tiempo de las dictaduras, supimos compartir la comida y supimos defendernos juntos, y nadie se sentía héroe ni mártir por dar abrigo a los perseguidos que cruzaban el río, yendo para allá o desde allá viniendo. La solidaridad era, y sigue siendo, un asunto de sentido común y por lo tanto era, y sigue siendo, la cosa más natural del mundo. Quizá por eso su energía, la siempreviva, fue más viva que nunca en los años del terror, alimentada por las prohibiciones que querían matarla. Como el buen toro de lidia, la solidaridad se crece en el castigo.

Y quiero dar un testimonio personal de mi exilio en la Argentina. Quiero rendir homenaje a una aventura llamada Crisis, una revista cultural que algunos escritores y artistas fundamos con el generoso apoyo de Federico Vogelius, donde yo pude aportar algo de lo mucho que me había enseñado Carlos Quijano en mis tiempos del semanario Marcha.

La revista Crisis tenía un nombre más bien deprimente, pero era una jubilosa celebración de la cultura vivida como comunión colectiva, una fiesta del vínculo humano encarnado en la palabra compartida. Queríamos compartir la palabra, como si fuera pan.

Los sobrevivientes de aquella experiencia creadora, que murió ahogada por la dictadura militar, seguimos creyendo lo que entonces creíamos. Creíamos, creemos, que para no ser mudo hay que empezar por no ser sordo, y que el punto de partida de una cultura solidaria está en las bocas de quienes hacen cultura sin saber que la hacen, anónimos conquistadores de los soles que las noches esconden, y ellos, y ellas, son también quienes hacen historia sin saber que la hacen. Porque la cultura, cuando es verdadera, crece desde el pie, como alguna vez cantó Alfredo Zitarrosa, y desde el pie crece la historia. Lo único que se hace desde arriba son los pozos.

La dictadura militar acabó con la revista y exterminó muchas otras expresiones de fecundidad social. Los fabricantes de pozos castigaron el imperdonable pecado del vínculo, la solidaridad cometida en sus múltiples formas posibles, y la máquina del desvínculo continuó trabajando al servicio de una tradición colonial, impuesta por los imperios que nos han dividido para reinar y que nos obligan a aceptar la soledad como destino.

A primera vista, el mundo parece una multitud de soledades amuchadas, todos contra todos, sálvese quien pueda, pero el sentido común, el sentido comunitario, es un bichito duro de matar. La esperanza todavía tiene quien la espera, alentada por las voces que resuenan desde nuestro origen común y nuestros asombrosos espacios de encuentro.

Yo no conozco dicha más alta que la alegría de reconocerme en los demás. Quizás ésa es, para mí, la única inmortalidad digna de fe. Reconocerme en los demás, reconocerme en mi patria y en mi tiempo, y también reconocerme en mujeres y hombres que son compatriotas míos, nacidos en otras tierras, y reconocerme en mujeres y hombres que son contemporáneos míos, vividos en otros tiempos.

Los mapas del alma no tienen fronteras.