Fragmentos del Manifiesto Poético de Dylan Thomas

(...) quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron canciones infantiles, y antes de poder leerlas, me había enamorado de sus palabras, (...) Lo que las palabras representan, simbolizan o querían decir tenía una importancia secundaria; lo que importa era su sonido (...). Y para mí esas palabras eran como pueden ser para un sordo de nacimiento que ha recuperado milagrosamente el oído, los tañidos de las campanas, los sonidos de instrumentos musicales, los rumores del viento, el mar y la lluvia, el ruido de los carros de lechero, los golpes de los cascos sobre el empedrado, el jugueteo de las ramas contra el vidrio de una ventana. No me importaba lo que decían las palabras, ni tampoco lo que le sucediera a Jack, a Jill, a la Madre Oca y a todos los demás; me importaba las formas sonoras que sus nombres y las palabras que describían sus acciones creaban en mis oídos; me importaba los colores que las palabras arrojaban a mis ojos. (...) Me enamoré inmediatamente -esta es la única expresión que se me ocurre-, y todavía estoy a merced de las palabras, aunque ahora a veces, porque conozco muy bien algo de su conducta, creo que puedo influir levemente en ellas, y hasta he aprendido a dominarlas de vez en cuando, lo que parece gustarles. Inmediatamente empecé a trastabillar detrás de las palabras. Y cuando yo mismo empecé a leer los poemas infantiles, y, más tarde, otros versos y baladas, supe que había descubierto las cosas más importantes que podía existir para mí. (...) Era la época de la inocencia; las palabras estallaban sobre sí, despojadas de asociaciones triviales o portentosas; las palabras eran su propio ímpetu, frescas con el rocío del Paraíso, tales como aparecían en el aire. (...) Las palabras "Cabalga en un caballito de madera hasta Banbury Cross" (Ride a cock-horse to Bandury Cross), aunque entonces no sabía qué era un caballito de madera ni me importaba un bledo donde pudiera estar Bandury Cross, eran tan obsesionantes como lo fueron más tarde líneas como las de John Donne: "Ve a recoger una estrella errante. Fecunda raíz de mandrágora" (Go and catch a falling star. Get with child a mandrake root), que tampoco entendí cuando leía por primera vez. Y a medida que leía más y más, y de ninguna manera eran sólo versos, mi amor por la verdadera vida de las palabras aumentó hasta que sabía que debía vivir con ellas y en ellas siempre. (...) Lo primero era sentir y conocer sus sonidos y sustancia; que haría con esas palabras, como iba a usarlas, que diría a través de ellas, surgiría más tarde. Sabía que tenía que conocerlas mas íntimamente en todas sus formas y maneras, sus altibajos, partes y cambios, necesidades y exigencias.

Carta a mi madre, de Georges Simenon

Cabría decir que su biografía resulta tan descomunal como su propia obra, Tenemos delante a uno de los escritores más fecundos; y en cuanto a su vida, fue en verdad también plena, ajetreada, llena de trabajos diversos, viajes, sobresaltos… Así, sabemos que mantuvo una curiosa amistad con un grupo de bohemios, alcohólicos y consumidores de drogas; que se codeó con el mundo del arte parisién (mantuvo cierta relación con Josephine Baker) y se dejó seducir también por el misterio del cine que comenzaba: de hecho presidió el Festival Internacional de Cannes en 1960 cuyo premio recayó, por cierto, en "La dolce vita" de Fellini. En 1923 se casó con "Tigy", una pintora-viajera que le impulsó en su creación literaria, naciendo entonces su famoso inspector Maigret, un detective lleno de sagacidad psicológica cuyas historias están escritas en un lenguaje directo, fluido y tan preciso que a veces nos hace olvidar el nudo de tensión propio de las novelas policíacas -el crimen que se ha de resolver- crimen que en él no es más que un pretexto para desenmarañar otras cuestiones. Y su prosa tan directa y veraz -a veces cristalina- nos sumerge en la atmósfera de descripciones que llegan hasta las últimas consecuencias, sin concesiones a la ambigüedad, ni siquiera al hálito en que nos sumerge la propia poesía.

MARGUERITE DURAS - EL VICECÓNSUL (Fragmento)

Esta noche, en el Círculo, sólo hay una mesa de jugadores de
bridge. Se han acostado pronto, porque mañana es la recepción. El
director del Círculo y el vicecónsul están sentados uno al lado del
otro, en la terraza, mirando al Ganges. Estos hombres no juegan a
las cartas, hablan. Los jugadores de la sala no pueden oír su
conversación.
—Hace veinte años que llegué aquí —dice el director—, y
lamento mucho no saber escribir. ¡Qué novela haría con todo lo que
he visto... con todo lo que he oído!
El vicecónsul mira el Ganges y, como de costumbre, no
responde.
—...Estos países —continúa el director— tienen su encanto... no
se olvidan nunca. En Europa nos aburrimos enseguida. Aquí, el
verano es duro, por supuesto... pero esta costumbre del calor... el
recuerdo allí del calor... de este enorme verano... fantástica
estación.
—Fantástica estación —repite el vicecónsul. Cada noche, el
director del Círculo habla de la India y de su vida. Y después, el
vicecónsul de Francia en Lahore relata lo que quiere de la suya. El
director sabe manejar al vicecónsul: cuenta unas cosas anodinas que
el vicecónsul no escucha, pero que, algunas veces, al final, acaban
soltando su voz sibilante. A veces, el vicecónsul habla mucho tiempo
de una manera inteligible. Otras veces, su discurso es más claro. El
vicecónsul parece ignorar lo que sus palabras llegan a ser en
Calcuta. Lo ignora. Nadie, aparte del director del Círculo, le dirige la
palabra. El director del Círculo es interrogado a menudo sobre lo que
cuenta el vicecónsul. En Calcuta se quiere saber algo.
Los jugadores de cartas se han marchado. El Círculo está
desierto. La luz, que corre a lo largo de la terraza en una guirnalda
de pequeñas bombillas color de rosa, acaba de apagarse. El
vicecónsul ha estado preguntando largo rato al director del Círculo
sobre Anne-Marie Stretter, sobre sus amantes, su matrimonio, su
empleo del tiempo, sus estancias en las Islas. Al parecer ya sabe lo
que quería saber, pero no se va todavía. Ahora callan ambos. Han
bebido, beben mucho cada noche, en la terraza del Círculo. El
director desea morir en Calcuta, no regresar nunca a Europa. Le ha
dicho algo de sus deseos al vicecónsul. Este ha dicho al director que,
en ese punto, tenía su asentimiento.

Libro de las poéticas - Juan Calzadilla

El poema

Escríbelo. Escríbelo de todos modos. Escríbelo como si finalmente nada hubiera de decir.
Escríbelo. Escríbelo aunque sólo fuera para demostrar que lo que tenías que decir no ha elegido en ti al instrumento para decirlo.

Cero grandes pasiones, cero poesía.

El poeta supera el fracaso de su vida sólo cuando se exime de hablar de él. Es entonces cuando a costa de ese fracaso y sin mencionarlo puede exhibir algún trofeo.
En cambio, el éxito de la poesía se refiere sólo a ella misma. Y en caso de tenerlo, sólo se haría efectivo si encontrara a un lector. Y si el olfato de éste fuera tan bueno como para hacer borrón de autor. Para quedarse sólo con el poema.
Los poetas mueren solos.


Poética objetualista

El problema no es crear una lámpara en el poema, sino cómo, una vez creada, encenderla. Así pasa con la rosa: la cuestión no es inventarla en el poema, como aconsejaba Huidobro, sino colorearla.
La rosa no es rosa hasta que la mirada la entinta. Es el color el que decide. No la palabra.

Instrucciones para leer

 Más allá de su apariencia el monólogo es un diálogo con lo invisible. A la inversa, en el caso del poeta, todo ensayo de escritura es un tipo de diálogo que tiene como interlocutor al papel. ¿Y es que puede el poeta hacer algo? Si, leerse piadosamente. A eso podría reducirse toda esperanza en el porvenir de la poesía.

El conocimiento en poesía

En poesía no hay que hacerse ninguna ilusión respecto de que pueda llegarse a saber. Ni aún si está de por medio el conocer. Saber en poesía es asunto de iluminación genética.
La poesía conoce por ósmosis. Y se guarda el secreto.

Autobiografía

Ahora estoy poniendo en limpio mi autobiografía, efectuando una especie de balance de ingresos y egresos morales de mi necesidad expresiva, desanudando a ésta del enrevesado mapa de mi cobardía. Confieso que antes había ocupado mucho tiempo en oír a los otros y en sacar conclusiones serías acerca de cosas que tenían por eje todo lo que yo no había sido. Ahora trato de oírme más a mí mismo, ayudado por una máscara.
Y el perverso espejo de la memoria.

Escrito en la piel

Piensa en una poesía que,  aún estando escrita, no necesitara de palabras. Y en la cual el sentido y no lo que se ha escrito sea lo que dé la cara por el poema. Un poema que estuviese escrito en la piel y que yo pudiera leerlo en tu cuerpo cuando estuvieras a mi lado desnuda en la cama.

Epitafio atribulado

Todos los que han muerto, murieron por mí. Todos los que mueren, mueren por mí. Si no murieran por mí, yo no estaría vivo ni estuviera yo llenando por ellos el lugar que dejaron vacío para mí. Ni estaría yo ocupado de escribir en este momento el poema con que pongo fin a mi libro.

Libro de las poéticas - Juan Calzadilla
(fragmentos)