Sortilegios


Y las damas vestidas de rojo para mi dolor
y con mi dolor insumidas en mi soplo,
agazapadas como fetos de escorpiones
en el lado más interno de mi nuca,
las madres de rojo que me aspiran
el único calor que me doy con mi corazón
que apenas pudo nunca latir,
a mí que siempre tuve que aprender sola
cómo se hace para beber y comer y respirar
y a mí que nadie me enseño a llorar
y nadie me enseñará ni siquiera las grandes damas
adheridas a la entretela de mi respiración
con babas rojizas y velos flotantes de sangre,
mi sangre, la mía sola, la que yo me procuré
y ahora vienen a beber de mí
luego de haber matado al rey que flota en el río
y mueve los ojos y sonríe pero está muerto
y cuando alguien está muerto, muerto
está por más que sonría y las grandes,
las trágicas damas de rojo han matado
al que se va río abajo y yo me quedo
como rehén en perpetua posesión.

Alejandra Pizarnik
Sortilegios, de Extracción de la piedra de la locura

De Sabina, para Chavela


El cantautor español Joaquín Sabina sorprendió con una sentida carta de despedida a la gran dama Chavela Vargas, quien murió el pasado domingo 5 de agosto a sus 93 años.
'Quién pudiera reír como ella' es la reflexión que escribió el artista español para las páginas de Cultura del diario El País de España.
Sabina dice que haber conocido a Chavela Vargas es una de las cosas más grandes que le pudo haber sucedido en la vida.
 En el texto, Joaquín narra la vez que la conoció, "aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. 'La admiro desde niño', le dije. 'Yo también le admiro mucho a usted', contestó. Ante la mentira, exclamé: 'Vete a la mierda'. Nos fundimos en un largo abrazo que nunca aflojamos hasta ayer mismo".
La carta ha sido ampliamente replicada en las redes sociales entre los miles de mensajes de condolencias que pululan en la red antes de su muerte. "Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común", escribió Sabina que entre los párrafos contó lo que pasó cuando se enteró de la muerte de la gran dama: "Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo".

"Andaba dibujando en un cuadernito, una costumbre que recién adquirí, cuando vi por la televisión, encendida sin sonido, la imagen de Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me había sucedido. Siempre me culpé por no ser capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he cantado, nos hemos abrazado y reído hasta hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán siempre entre las más grandes cosas que me han sucedido en la vida.
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí. Fue una noche de hace unos veinte años, en Madrid, en la sala Morasol. Dijo: “Yo vivo en el bulevar de los sueños rotos”. Y yo tuve que escribirle una canción con esa frase. Ya se había recuperado de su alcoholismo. Calculaba que había bebido algo así como 1,8 millones de botellas de tequila y solía decirme cuando me veía beberlo a mí: “Joaquín, ese tequila tuyo es muy malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José Alfredo Jiménez y yo”. Al conocer la triste noticia, que todos veníamos anticipando, he sentido la necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud, aunque el brebaje sin ella siempre será de los malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la menor idea. “La admiro desde niño”, le dije. “Yo también le admiro mucho a usted”, contestó. Ante la mentira, exclamé. “Vete a la mierda”. Nos fundimos en un largo abrazo que nunca aflojamos hasta ayer mismo, incluso aunque no pudiéramos vernos en su última visita a España, un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de cantar llorando, un quejío inigualable, una expresividad fuera de lo común. Unos cojones y unos ovarios nunca vistos en la música popular desde la muerte de Roberto Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un estilo. Era una maestra en perder la primera al tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo, sin duda, tengo mucho que aprender. En estos momentos de pérdida me digo, como en la canción: ¡Quién pudiera reír como llora Chavela! Y recuerdo estas palabras de Almodóvar: “Desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”.

Joaquín Sabina

MARÍA ELENA WALSH - Viento Sur

No hay tunel que dure cien años, mi vida. Mira
como se arruga la tiniebla, la procesión de pálidas
se desbarranca, los funcionarios inauguran ruinas.
Y vos y yo fundamos aires buenos.

Donde estará la plata de mi río, solo barro y olitas
de minué. En los camalotes cantan sirenas, pero
Ulises camionero no las oye, solo escucha la radio.

Llueve liquen en los decrépitos televisores, buenas
noches a todos, mariposas y difuntos. Transmiten
en cadena las cadenas.

El cemento se cansa de ser cobija de la Pampa. Por
los baches asoma la luz mala, resucitan cardos y
maíces, abran paso las luciérnagas curiosas que
verán.

Viento sur, olor a transparencia, silbo de la
calandria, madrecita cantora del primer rayo de la
aurora.

La sopa de los pobres llega al centro, y su vapor
al reino de los cielos.

Ventolina que barre tormentas, lavadero del alma,
nos deja serenitos, reciclando la pena en vasto
amor. Silbo de la calandria y vidalita de la
esperanza.

Darle cuerda al amanecer, empujar un poco al Sol,
al buen día meterlo en casa. Silba la calandria y
nos sorprende en vela, amuchados, con ganas de
seguir.

Estación claridad vamos llegando.

SALVADOR DALÍ y el mito de Narciso

De todas las versiones del mito de Narciso, la más conocida es la de las Metamorfosis de Ovidio, según la que Narciso es hijo de la ninfa Liríope y del río Cefiso. Al nacer, el adivino Tiresias predice a su madre que éste tendrá una larga vida “si no llega a conocerse”.
De joven es objeto de deseo de numerosos jóvenes de ambos sexos por su belleza, pero él los rechaza a todos. Entre sus pretendientes, la ninfa Eco se enamora perdidamente pero él no le hace caso y, desesperada, se retira a un lugar solitario donde de ella sólo queda su voz.
Némesis, recogiendo la súplica de una de sus víctimas, logra que Narciso, en un día caluroso, paseando por un lugar donde hay una fuente, se incline a beber y se enamore de la imagen que ve allí reflejada, la suya. Y, como no la puede conseguir, se deja morir, inclinado sobre su propia imagen. En el lugar de su muerte nace una flor que lleva su nombre, narciso.
“Había una fuente extremamente clara, plateada, de ondas transparentes, que ni los pastores, ni las cabras que pacen en la montaña ni ningún otro animal habían tocado jamás; que ningún pájaro había enturbiado, ni rama caída del árbol.”

Vladimír Holan

Se levantaba antes del mediodía, pasaba largo rato lavándose con agua fría, por la tarde empezaba a escribir y permanecía despierto hasta la mañana. Afirmaba que algunas noches lo visitaba en su piso en la isla praguense de Kampa el antiguo inquilino de esa casa, el patriarca de la resurrección de la lengua checa Josef Dobrovský.
Vladimír Holan era un Maestro de la palabra, un erudito que disponía de un vocabulario extraordinariamente rico. En sus textos aparecen expresiones olvidadas, así como voces que creó él mismo. Sus versos son difíciles de entender, pero no es que el poeta deseara ser incomprensible. Sólo no quería subestimar al lector.
Vladimír Holan nació en Praga, pero a sus seis años se trasladó con sus padres a Podolí cerca de Belá pod Bezdezem, región del poeta romántico Karel Hynek Mácha. Allí nació el deseo de Holan de convertirse en monje. Sin embargo, ocurrió todo lo contrario. El poeta confesó que desde pequeño al oír el crujido de una falda se olvidaba de los monasterios. El amor lo acompañaba tanto en su vida, como en sus obras. Porque según decía Holan: "Sin el amor no se puede nada. Ni siquiera morir se puede sin el amor".