Marlene Dietrich



Marie Magdalene Dietrich


Berlín, 27 de diciembre, 1901

París, 6 de mayo, 1992



Lo que más le gustaba a Marlene Dietrich era hacer el amor con hombres y mujeres, cocinar para sus amantes y tocar la sierra musical. Aprendió a manejar el serrucho cantante gracias a Igo Sym, un músico bávaro que se empeñó en enseñarle a templar una larga tira de metal que se tocaba con un arco de cerdas engrasadas y emitía una música extraña y lastimera. En los asuntos del amor se inició con su profesor de violín y con la periodista Gerda Huber, quien además le hablaba de Goethe y de Karl Marx. A cocinar aprendió por su cuenta, pero lo hizo personalmente durante toda su vida como una verdadera ama de casa alemana.



A su madre, viuda de un teniente de la Policía Real prusiana, no le gustó que Marlene, o mejor dicho, María Magdalene Dietrich von Losch, abandonase un brillante futuro como violinista con el vago pretexto de una lesión en la muñeca, para matricularse en la escuela teatral del prestigioso Max Reinhardt.



Ya en aquellos años Marlene, que había nacido casi con el siglo, en diciembre de 1901, solía irrumpir en clase con una boa de plumón o un sombrero llamativo. A veces pedía un perro prestado y hacía una espectacular aparición arrastrando lánguidamente un pastor escocés. El Berlín de los años veinte era como lo describió Bertolt Brecht "una maravillosa aventura, desbordante de cosas con el gusto más espantoso...¡Pero cuánto fasto!". En ese Berlín de los nuevos teatros, los cabarets, los cafés de artistas, las fiestas salvajes y la prostitución callejera, en esa "Babel del mundo" como dijera Stefan Zweig, inició su carrera teatral Marlene Dietrich, con más obstinación que facultades. Se estrenó en el cine alemán en una breve intervención en Tragedias del amor que dirigió Joe May, un prolífico director de los primeros tiempos del cine. Su aparición en dicha película, en el papel de la descarada amante de un juez, no hubiera pasado de mera anécdota de no haber conocido en el rodaje a Rudolf Sieber, un atractivo eslovaco-alemán, ayudante de dirección de May, con quien Marlene se casaría en mayo de 1923. Fue el padre de su única hija, María, y a pesar del batallón de amantes de uno y otro sexo que coleccionó Marlene a lo largo de su vida, nunca llegaron a separarse oficialmente.



A más de un crítico de la época le llamó la atención la caída de ojos y lánguida indiferencia de aquella meritoria que aparecía siempre en segundo plano en papelitos de coqueta o de mujer de vida alegre. Tampoco pasaba desapercibida en las noches berlinesas. En una fotografía de aquellos años se la puede ver en un conocido club de mujeres con un esmoquin de caballero, y fue sonado el sensual tango que bailó con Carola Noher, la actriz de la producción original de La ópera de tres centavos, en el baile de gala de Eugen Robert, que era entonces director del teatro Tribune.











La transformación de Marlene Dietrich se acentúa con su traslado a Estados Unidos. Allí el director Joseph von Sternberg la convenció para que se sacara las muelas del juicio, que se depilara las cejas al estilo de Greta Garbo y que se maquillara para disminuir la anchura de su nariz y su rostro eslavos.





"En Berlín importa poco si se es hombre o mujer. Hacemos el amor con cualquiera que nos parezca atractivo". Su lista de amantes fue interminable.





Hubo muchos más trabajos insignificantes y un tórrido romance con el popular actor vienés Willi Forst mientras representaban la versión europea de Broadway, donde Marlene hacía un pequeño papel de corista en un ambiente de jazz, gángsteres y locales clandestinos. Cuando Sieber, el marido ofendido, contraatacó amenazando con tener él también sus propios asuntos extramatrimoniales, Marlene se lo recomendó vivamente. No hace falta decir que Rudi Sieber aceptó las reglas del juego y, aunque casi siempre vivieron separados, acabaron siendo buenos amigos, viajaban juntos con sus amantes y Marlene pasaba con él algunos días en navidad.



Años de cine. En esos años berlineses intervino en 16 películas mudas y en otras tantas obras de teatro, pero hasta entonces se había contentado con la mención de algún crítico que veía en ella "una doble de Greta Garbo con su actitud sonámbula y sus miradas con los ojos entrecerrados."



Todas las enciclopedias aseguran que fue el legendario director de cine austriaco Joseph von Sternberg el verdadero creador del mito Marlene Dietrich y quien inventó para ella el rentable arquetipo de "mujer fatal", y sin duda fue así, pero el propio Sternberg aseguró que la magia ya estaba de modo letal en Marlene: "No le di nada que ella no tuviera. Lo único que hice fue potenciar sus atributos, hacerlos más visibles para que todos los notaran". Cuando la descubrió en el Berliner Theater, en un musical titulado Dos corbatas, Sternberg buscaba una actriz cantante para la película que estaba preparando. La película sería El ángel azul y el papel reservado para Marlene el de la cabaretera Lola-Lola que acaba arrastrando a la depravación al honrado profesor Rath. La inmediata fusión profesional y erótica que se produjo entre Marlene y Sternberg marcó el trabajo de ambos durante los siguientes años. "Se comportaba como si fuera mi criada, era la primera en darse cuenta cuándo yo buscaba un lápiz y la primera en correr en busca de una silla cuando yo quería sentarme. No oponía la más ligera resistencia a mi dominio sobre su actuación", diría Sternberg. Con él descubrió la actriz todos los trucos para iluminar su rostro. Aprendió a trazar una línea plateada en el centro de la nariz y a colocar un foco sobre su cabeza, que incidiera justo sobre esa línea para reducir la anchura de su nariz eslava. "Sin ti yo no soy nadie", le escribiría ella una y otra vez.



Lo cierto es que la Marlene que se reunió con Sternberg en América con un contrato de la Paramount, dejando a Rudi y a su hija María sólo "durante unos meses", estaba dispuesta a triunfar y contaba para ello con una disciplina prusiana. Bajo el control de su Pigmalión, Marlene adelgazó quince kilos, se dejó extraer las muelas del juicio -aunque ella siempre lo negó-, acentuó su palidez y depiló sus cejas como Greta Garbo. Viajaba en un Rolls-Royce descapotable de la Paramount y había decorado su apartamento con espejos y alfombras de leopardo. En su íntima colaboración con Sternberg se fraguaron, entre 1930 y 1935, siete títulos memorables: El ángel azul, Marruecos, Fatalidad, El expreso de Shanghai, La venus rubia, Capricho imperial y El diablo es una mujer. El barroquismo característico de Sternberg, abundante en fetichismos y escenarios exóticos contribuyó a fomentar la leyenda de la Dietrich que en adelante no podría pasar sin pieles, plumas, joyas y maquillajes sofisticados. Cabareteras, espías, vampiresas y mujeres aventureras con una cierta ambigüedad sexual jalonarían sus primeros títulos hasta conducirla a un callejón sin salida cuando los espectadores se cansaron de las caídas de ojos de las actrices de los años treinta.



"Jamás podría volver a mi país mientras semejante hombre fanatice a las masas".

Esa fue su opinión sobre Hitler.



Su larga lista. Mientras seguía con Sternberg, su marido y su hija se instalaron en California, lo que no le impidió mantener intensos romances con Gary Cooper, con Maurice Chevalier y con la guionista y escritora Mercedes de Acosta, que también había sido amante de Greta Garbo. Después seguirían John Gilbert, Douglas Fairbanks Jr., Erich María Remarque, John Wayne, Jean Gabin, el general Patton, Richard Burton, Burt Bacharach y otros muchos como Hemingway, Noël Coward, Orson Welles, Giacometti, Edith Piaff, la cantante Marti Stevens, que compartieron su amistad, su cocina, su sierra musical y, en alguna que otra ocasión, su cama. Su famosa réplica de El expreso de Shanghai: "Necesité muchos hombres en mi vida para llamarme Shanghai Lili", es perfectamente aplicable a Marlene, aunque ella incluía en su lista sentimental a sus amantes femeninas. Cuando alguien criticó su bisexualidad, la actriz zanjó: "En Berlín importa poco si se es hombre o mujer. Hacemos el amor con cualquiera que nos parezca atractivo."



Tras su ruptura con Von Sternberg trabajó con George Marshall, con Lubitsch, René Clair, Billy Wilder y Hitchcock, por citar algunos directores de su larga y no siempre brillante filmografía, casi siempre haciendo de Marlene Dietrich. Los críticos aseguran que solamente en Arizona, en el papel de madura chica de saloon y en su pequeña colaboración en Sed de mal, de Orson Welles, interpretando a una gitana adivina, pudo quitarse de encima el peso de su propia leyenda.



Anti nazi. Fue una activa militante antinazi y rechazó la invitación de Goebbels para regresar a Alemania donde Hitler quería convertirla en la estrella del cine del Reich. "Cuando abandoné Alemania oí por la radio un discurso de Hitler y fui presa de un gran malestar. No, jamás podría volver a mi país mientras semejante hombre fanatice a las masas", declaró, y poco tiempo después pidió la nacionalidad norteamericana. En 1943 decide abandonar su carrera, vestirse de soldado e irse a arengar a las tropas norteamericanas a la primera línea de fuego. Curiosamente, su canción Lilí Marlen, se convirtió en un símbolo para los soldados de ambos bandos. Convivió con los combatientes, alentó íntimamente a los generales Patton y Gavin, sufrió bombardeos, cogió una pulmonía y casi se le congelan las manos en las Ardenas. En 1947 recibió la Medalla de la Libertad, la más alta condecoración civil que se concedía en EEUU.



Parece que Marlene Dietrich se tomó muy en serio su nuevo papel de heroína de guerra. Según Billy Wilder, en esa época, ella era una "extraña combinación de femme fatale, de Hausfrau alemana y de Florence Nightingale".



Desde finales de los años cincuenta instaló su cuartel general en París e inició una serie de recitales como cantante por toda Europa. Dirigida por el músico Burt Bacharach, uno de sus últimos amantes, su voz, que siempre había fascinado a sus admiradores, cobró una carnalidad que conquistó a quienes escucharon sus versiones de Lili Marlen, Lola o Ich bin die fesche.



Cuando los espejos de su casa de la Avenue Montaigne empezaron a reflejar su verdadera edad, bajó las persianas y nunca más volvió a salir. "Nunca estoy sola", dijo al recluirse entre los recuerdos de los seres que había amado. Murió nonagenaria en 1992. La enterraron en su ciudad natal, porque volvió a sentirse berlinesa cuando contempló la reunificación de Alemania, después de la caída del muro. "La muerte es algo que a ti no te concierne, Marlene. Tú eres inmortal", le había escrito en una ocasión Ernest Hemingway.