Max Weber, LA SOCIOLOGÍA MODERNA




Junto a Karl Marx, Vilfredo Pareto, Ferdinand Tönnies y Émile Durkheim, Max Weber fue uno de los fundadores de la sociología moderna.







Mientras Pareto y Durkheim trabajaron en la tradición más vinculada a las vertientes positivistas de las ciencias humanas (en cierta medida siguiendo los postulados de Saint-Simon y Comte), Weber creó y trabajó en una tradición antipositivista y hermeneutica, al igual que Werner Sombart, su amigo y para entonces, el más famoso representante de la sociología alemana. Estos trabajos iniciaron la revolución antipositivsta de las ciencias sociales, que marcó la diferencia entre éstas y las ciencias naturales, especialmente debido a las acciones sociales de los hombres. Las ciencias sociales tienen un objeto específico que debe abordarse a partir de una metodología específica. Siguiendo a Kant, el hombre es un ser moral, con voluntades y decisiones y no puede ser reducido a leyes universales. Clave para entender el proceso de análisis de la realidad social es el concepto de que la sociología debe ser una comprensión (Verstehen) interpretativa de la acción de éstos. Pero de ningún modo, estos intentos se llevaron a cabo en desmedro del carácter científico de las ciencias sociales. Para esto, construyó el método de los tipos ideales, que consisten en conceptos que describen la intencionalidad de los agentes sociales mediante casos extremos, puros y exentos de ambigüedad, aunque tales casos no se hayan dado nunca en la realidad; Weber puso así los fundamentos del método de trabajo de la sociología moderna -y de todas las ciencias sociales-, a base de construir modelos teóricos que centren el análisis y la discusión sobre conceptos rigurosos.










En términos generales, puede decirse que Weber se esforzó por comprender las interrelaciones de todos los factores que confluyen en la construcción de una estructura social; y en particular reivindicó la importancia de los elementos culturales y las mentalidades colectivas en la evolución histórica, complementando más que rechazando, el trascendente condicionamiento económico sostenido por Marx y Engels. Frente a la prioridad de la lucha de clases como motor de la historia en el pensamiento marxista, Weber prestó más atención a la racionalización como clave del desarrollo de la civilización occidental: un proceso guiado por la racionalidad instrumental (con arreglo a fines) plasmada en la burocracia. El concepto de racionalidad como característica específica de las culturas occidentales fue otro de sus grandes descubrimientos. Escindió a ésta en dos categorías, racionalidad con arreglo a fines y con arreglo a valores. Advirtió más tarde que encaminar la vida de las sociedades humanas exclusivamente de acuerdo a la primera tendría consecuencias nefastas y al desencantamiento del mundo.










Esta idea surge de sus estudios sobre la religión y sus influencias en las diferencias en el desarrollo de las culturas occidental y oriental. Por ejemplo, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905) estudió la moral que proponían algunas sectas calvinistas de los siglos XVI y XVII para mostrar que la reforma protestante habría creado en algunos países occidentales una cultura social más favorable al desarrollo económico capitalista que la predominante en los países católicos. En otra de sus obras famosas, La política como vocación, Weber definió el Estado como una entidad que posee un monopolio en el uso legítimo de la fuerza, una definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia política moderna en occidente.