JOHN STUART MILL y los fines de la vida

La libertad y la diversidad de pensamientos han creado sociedades tan complejas que la convivencia tuvo que hacerse en términos en algunas ocasiones muy estrictas y en otras demasiado libres. En ambos casos, la tolerancia un nuevo factor de convivencia y equilibrio. Los valores personales se establecieron como normas de orden dentro de un contexto social en el que imperaba la comprensión y la libertad de pensamiento y acción, supeditada a un gobierno con fuerzas de represión profesionales. Solo así puede ser posible la tolerancia en una diversidad racial y étnica tan grande. Los grandes centros humanos se establecieron en sectores raciales después de la segunda guerra mundial. La creación de Estados dentro de otros Estados propició las condiciones –otra vez el determinismo- bajo las que la segregación racial, política y religiosa que antes de la guerra se mantenían estables, terminaran por crear conflictos que llevarían a la desintegración de Estados enteros. De nueva cuenta, la tolerancia operó como medio de conciliación, aunque la división por la libertad de pensamiento y de acción no pudo evitarse.



La diversidad provoca riqueza y por lo tanto, la vida del hombre podrá ser más placentera ya que la monotonía tiene la cualidad de hastiar hasta a las personas más pasivas. Entramos en una disyuntiva filosófica ya que el pensamiento por principio siempre será individual, lo que complica la realización de una proyección global. Mill siempre defendió el pensamiento individual y racional sobre el pensamiento colectivo y razonable. Igualmente defendía la instrucción escolar como la forma más libre de pensamiento y sería entonces una libertad transformada en un medio y no se consideraría más como un fin. En un pensamiento romántico, se quitaría el pensamiento utilitarista de las capacidades del individuo para tomar un pensamiento humanista y llevarlo a expresiones filantrópicas como en el Renacimiento, donde el hombre era el sujeto y objeto de la literatura, pintura, escultura y en fin de todo aquello que representara evolución.



Comparativamente, las sociedades contemporáneas han suplantado el interés por el desarrollo humano con el desarrollo económico. Este es un fenómeno palpable en todos los aspectos de la vida y del cual, no podemos evadir hacer mención como causa de desorden, injusticia y pérdida de valores. Las sociedades se han transformado en centros de trabajo, pero no de crecimiento. ¿Cómo recuperar entonces todo el valor moral, de justicia y familiar en un entorno de desvalorización? ¿Quizá tolerar algún desacuerdo significa acreditación hacia el mismo? Las libertades son tan variadas en su interpretación, que la disyuntiva del ser humano en cuanto a considerar lo justo y lo moral queda en un margen tan pequeño que las sociedades se están convirtiendo en una congregación de pensamientos mediocres, que no buscan una finalidad como objetivo en la vida sino que se satisfacen con la llana supervivencia diaria. También la restricción de las libertades de convivencia, pertenencia y afecto se ha vuelto más grande en la medida que lo justo y lo moral se vuelven más pequeños. Retomando el determinismo, vemos que la explotación de la naturaleza crea vacíos que pueden provocar dos cosas. La primera, una necesidad de satisfactores alternos a los naturales que si bien se podría pensar que se limitaría el pensamiento ante la carencia de recursos, lo que se logra es ampliar el pensamiento para buscar opciones. La segunda es una guerra fratricida por el control de los remanentes naturales –en especial de los hidrocarburos- lo que implica la devastación de Estados enteros, la restricción total de libertades, la dominación de regiones enteras por parte de las potencias dominantes y el retorno al pensamiento utilitarista con la consecuente pérdida total de justicia y equidad. Mill establece que si no hubiera disidentes, tendríamos la necesidad de crear argumentos contra nosotros mismos. Esto es cierto parcialmente, ya que el afán de sobrevivencia lleva implícita la teoría del caos, que determina que el orden lleva al desorden y viceversa. Es decir, la convivencia humana, la libertad y diversidad de pensamiento son elementos naturales por medio de los cuales se distinguen rasgos físicos, étnicos y religiosos. Como consecuencia tendremos la diversidad obligada y por tanto los conflictos que el manejo de recursos y ambición del ser humano provoca. Esto es el orden que provoca un desorden. Pero enseguida, ante la carencia de recursos, el ser humano se verá orillado a conciliar estas diferencias que dan riqueza a la vida, para establecer un orden que permita aprovechar al máximo la escasez. Viene entonces el orden producto del desorden y la historia nos repite incansablemente esta lección sin que hasta la fecha, parece que la hayamos aprendido. Como vemos, no es obligada la necesidad de crear argumentos en contra de nosotros mismos. Las condiciones naturales de convivencia, las pasiones naturales de dominación y las incongruencias entre pensamientos y actos llevan al ser humano a llevar la vida social más complicada que se puede encontrar en el reino animal.



El análisis de Mill no radica en el utilitarismo ni el determinismo, sino la capacidad del ser humano de calificar lo que es bueno y lo que es malo de acuerdo a una específica filosofía, por lo que Mill no identifica una meta o un ideal único del pensamiento humano, por lo tanto podemos decir que la libertad del individuo no es aquella que le permite vivir como él quiere, ni tampoco la que le deja vivir como le permiten sus recursos, sino la coherencia entre sus deseos, sus actos y sus objetivos.