Cuando el poeta chileno Vicente Huidobro, murió en 1948, tenía una veintena de libros publicados en español, trece en francés y un nutrido prontuario anecdótico. Las anécdotas, al mismo tiempo que otros factores que se pretende analizar en estas páginas, le crearon una suerte de descrédito literario e, incluso, obstaculizaron una cabal difusión de su obra. Fuera de un puñado de composiciones poéticas más conocidas que se repiten en diversas antologías y, a veces fragmentariamente, no se intentó una recopilación exhaustiva de sus obras hasta 1964[1], sin considerar esfuerzos anteriores de deliberada intención parcial. En cuanto a una evaluación total de su poesía, la monografía más completa que es dable de encontrar, pertenece al profesor chileno Cedomil Goic y data de 1956.[2]
Curioso resulta también el hecho de que pese a la menciones de su nombre con los de sus compatriotas Mistral y Neruda, en las enumeraciones poéticas hispánicas, ni la atención crítica ni la bibliografía sobre su obra alcanzan la exhuberancia de sus conterráneos mencionados. Aún más, en la actualidad suele objetarse su talento literario y poner en desmedro su contribución a la poética de nuestra lengua. Es así como sus publicaciones se han convertido en verdaderas rarezas bibliográficas y estudios de extraordinario mérito como el mencionado del profesor Goic, han alcanzado lamentablemente una difusión prácticamente local.
Parecería que a Huidobro no se le hubiera tomado en serio, literariamente, y eso se debería -por lo menos en parte- a la peculiar personalidad del poeta. Al respecto, el crítico Hernán Díaz Arrieta, compatriota suyo, resulta ilustrativo en su Historia Personal de la Literatura Chilena (1962): “la acrobacia pueril, el malabarismo humorístico de su vida, y parte de su obra, las bromas enormes que le gustaban, tanto como sus rebeldías religiosas, sociales, literarias, contribuyeron a poner en duda su dedicación artística y aun su autenticidad literaria”.
Producto de esta personalidad de Huidobro son las anécdotas que hasta parecen haber logrado mayor dominio popular que los títulos mismos de sus obras. Conocidas son aquellas como la del robo del teléfono de Hitler, recientemente terminada la segunda conflagración mundial y que habría sido perpetrado por el autor mismo; la de un secuestro de su persona en París y a causa de sus ataques al Imperio Británico; la de un suculento premio europeo que habría ganado él mismo y cuyo producto monetario hubiera destinado el poeta a sus padres “indigentes”, en realidad mentores de negocios vitivinícolas de alcance internacional; la de la transmisión radiofónica con la noticia de su propia defunción que el poeta se encargó de difundir; su fallida candidatura presidencial, en Chile, en 1925; y otras muchas de variada intención y grado humorísticos y en las que parecen reverberar ecos valleinclanescos; no en vano dedicó Huidobro sus incipientes “Canciones en la noche”(1913) a dicho escritor español, de abolengos tan imprácticos como los propios.[4]
Gloria Videla, en su obra sobre el Ultraísmo[5], rastrea parentescos literarios entre ambos escritores que van más allá de la obra juvenil de Huidobro.
Sin embargo, la anécdota más elocuente y reveladora de la actitud literaria del poeta sea, tal vez, la que él mismo transcribió en su libro “Vientos Contrarios” (1926): “en mis primeros años, toda mi vida artística se resume en una escala de ambiciones. A los diez y siete años me dije:
‘debo ser el primer poeta de América’; luego, al pasar de los años pensé: ‘debo ser el primer poeta de mi lengua’. Después, a medida que corría el tiempo, mis ambiciones fueron aumentando y me dije: ‘es preciso ser el primer poeta del siglo’[5] La importancia de estas anécdotas radica en su doble efecto ilustrativo de su actitud literaria y como elemento ingerente en la evaluación de su poética.
De prosapia solvente y holgada situación económica, Huidobro solía actuar como un niño díscolo y mimado y, aunque dotado de talento literario y perspicacia intelectual, su carácter extrovertido, sus extravagancias y enconadas pasiones le granjearon adversarios personales y literarios. Testimonios de sus contemporáneos literarios, aun por entre el tamiz de la evocación, confirman que esta actitud de nuestro escritor no fue siempre fácil de aceptar aunque ello varíe, naturalmente, de acuerdo con la personalidad del testigo correspondiente.
Gerardo Diego recuerda que: “era Vicente Huidobro, cuando lo conocí, un muchacho lleno de vida, de ímpetu juvenil, de simpática petulancia y simpatía abierta y generosa. Era, aparte de sus virtudes artísticas, un amigo leal, óptimo y optimista. Sus terribles pasiones y sus pueriles vanidades quedaban olvidadas ante el espectáculo pintoresco que la vida le deparaba al pasear del brazo de cualquier amigo de buena fe”.[6]
Justo sería indicar que ha habido referencias a este escritor y a su obra que denotan que no todos sus contemporáneos le fueron adversos y que, incluso, hubo algunos que vislumbraron alguna importancia literaria, en ella, aun en sus comienzos literarios. El escritor español Juan Larrea opina: “Sus magníficos libros “Horizon Carré”, “Tout-á-Coup” y “Automme Reguliér”, son los más bellos de su nueva poesía; los viajes de Huidobro a España y Francia, sobre todo sus estancias en Madrid, en 1918, significaron en el panorama de la poesía española algo parecido a lo que representaron, en su tiempo, los de Rubén Darío, no menos discutido y negado que Huidobro, en aquellos días”.[7]
Una aproximación crítica objetiva recomendaría obviar antecedentes biográficos para intentar un análisis meramente estético de su obra literaria. Sin embargo, en el caso particular del escritor en cuestión y, precisamente debido a su precaria difusión y escasa atención crítica resultantes de su personalidad polémica, la disección entre el poeta y el hombre no se hace fácilmente expedita. Conceptos emitidos al calor de contiendas literarias temporales, han trascendido, pese a los años transcurridos desde su formulación y han circunscrito, por largo tiempo, la crítica y el comentario casi exclusivamente al nivel local. Con mayor razón aún trascendieron estos conceptos considerando que provinieron de voces generalmente aceptadas en lo que respecta a los movimientos
de la Vanguardia literaria. Guillermo de Torre, en sus “Literaturas Europeas de Vanguardia”[8], cuya primera edición data de 1925, incluye conceptos que afectaron a Huidobro y a su crédito artístico, en forma considerable. Dicha obra transcribe, además, declaraciones que habría hecho el poeta francés Paul Reverdy quien disputó, a Huidobro, la iniciación del Creacionismo en declaraciones formuladas al periodista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y publicadas por el periódico madrileño El Liberal, en 1920: “ sí, ya estoy enterado de que existe en lengua española un movimiento de Vanguardia interesante del que se dice importador, ignoro con qué motivos, un tal señor Huidobro, quien se titula, allí, iniciador del movimiento Cubista, en España. Ese poeta chileno, muy influenciable, tuvo la debilidad de sugestionarse ante mis obras y, hábilmente, publicó en París, un libro con el perverso fin de hacer creer que éramos nosotros quienes lo imitábamos a él y no él quien imitaba a los demás”.
Reverdy se había referido, en tales términos, al libro de Huidobro “El Espejo del Agua”, cuya segunda edición se publicó en Madrid, en 1918. La primera edición del libro de Huidobro, la que el poeta francés había considerado “antidatada”, fue costeada por su propio autor y publicada en Buenos Aires cuando Huidobro viajaba de paso a París, en 1916. Se trata de una breve “plaquette”- hoy inencontrable, salvo en contadísimas colecciones privadas-, que consta sólo de nueve poemas, entre ellos, dos (el que títuló al volumen y su conocido “Arte Poética”) los cuales demarcarían la aplicación poética de las teorías creacionistas de Huidobro.
La importancia atribuida a la fecha de la publicación de este libro, se debió que ello iba a probar si Huidobro o Reverdy había sido el iniciador de las prácticas creacionistas de la poesía de la época. Ello suscitó una polémica, por entonces bullada, que dividió a cenáculos literarios europeos y que, además de la mencionada obra de Guillermo De Torre, ha sido referida por críticos y comentaristas en diversos tonos. Por ejemplo, en la Antología de Antonio de Undurraga, mencionada en las notas al pie de este artículo, hay también una enconada defensa de Huidobro y en relación con esta misma polémica. Además, el crítico y ensayista argentino Juan Jacobo Bajarlía publicó en 1964, “La polémica de Reverdy-Huidobro, origen del Ultraísmo”. Bajo este elocuente título, dicho autor incluye documentos destinados a probar en forma concluyente la propiedad intelectual de Huidobro sobre el Creacionismo. Entre ellos, transcribe dos cartas escritas por éste al poeta chileno Ángel Cruchaga Santa María, quien se encontraba en Buenos Aires, en 1920, solicitándole que obtuviera una certificación de la primera edición de “El Espejo de Agua”, poemario de Huidobro, de su editor Carlos Muzio Sáenz-Peña y de la fecha de esta primera edición, con el objeto de refutar las imputaciones de “antidatación” de que lo acusaba Reverdy y sus prosélitos. En la segunda de estas cartas, Huidobro acusa recibo del solicitado documento y da, también, cuenta, a Cruchaga Santa María, de los diversos testimonios de adhesión que había recibido de sus simpatizantes, atestiguando tales hechos. Pese a esta documentación y a la compresible intención de tal obra del señor Bajarlía, este autor llega a una exégesis que parecía inevitable, afirmando, entre otros conceptos, que el Ultraísmo fue única consecuencia del Creacionismo de Huidobro.
Sin embargo, el juicio de este escritor chileno y su obra que parece haber tenido mayor influencia en la reacción crítica posterior, fue el expresado en la primera edición de la mencionada obra de Guillermo de Torre. Ello considerando la importancia capital de este libro para con la época literaria a que se refiere y significación cuya, en líneas generales, es por demás atendible. Es posible que estas opiniones con respecto a Huidobro hayan sido influenciadas por las justas aspiraciones que De Torre también tuvo en una época de agitadas innovaciones y buceos poéticos. Con el paso de los años y ya tapizados los fragores literarios de juventud que, ulteriormente, él mismo calificara de “divertimientos joculares de muchachos”, de Torre intentó una suerte de identificación del crédito poético de Huidobro. Ya en 1946, calibraba términos concediendo en su libro “Apollinaire”: “ no me interesa, ahora, puntualizar el papel desempeñado por el autor de “Horizón Carré’ (Huidobro) en este grupo, con Max Jacob, Jean Cocteau, Paul Darmée, el pintor Braque, el escultor Lipchitz y otros, quizá no tan de primer plano como él , ni tan secundario como, por necesidades de la polémica, yo se los asigné a un capítulo de mis “Literaturas europeas de Vanguardia”, que exige revisión”.[9]
No obstante, no fue hasta 1965, o sea cuarenta años después de omitidos sus juicios originales sobre Huidobro, que este crítico no los reparara definitivamente, como lo hizo en esta segunda edición de “Literaturas Europeas de Vanguardia”. A pesar de insistir, aquí, en calificar a Huidobro de “muchacho fácilmente influible”, le concede “una personalidad diferente y aun admirable pero, no única ni absolutamente original. Deniega, empero, una influencia determinante de éste sobre el Ultraísmo cediendo, en cambio, en un aspecto que parece de importancia más trascendente. Ello dice relación con el decisivo carácter de portador de las novedades de la Vanguardia que Huidobro asumió en su época, especialmente debido a sus viajes entre Francia y España y de los que también usufructuaron los escritores sudamericanos. Las palabras de Guillermo de Torre , que se transcriben, servirían de corolario a un “impasse” literario que no benefició a nadie, si es que no perjudicó a Huidobro, y de concurrencia lamentablemente retrasada.
Ahora bien, ninguna de las anteriores objeciones impide dejar de reconocer la valía de su personalidad puramente literaria (más allá de la megalomanía que deformó, en su vida, su personalidad) ni la importancia de algunos de sus libros memorables; quizá el que mejor representa y, desde luego, el más ambicioso de intenciones, sea “Altazor”, poema de alcance cosmológico ya que tal héroe (“alto azor”) vierte sobre el universo una mirada global equivalente a la posesión -si no a la creación-
y lleva al límite los alardes imaginistas y los juegos verbales. Cabría, pues, concluir según ya queda considerado, que sus teorías serían disputables y su poesía lírica, admirable.[10]
Conviene destacar, en este punto, que dos años antes de publicarse estas declaraciones de Guillermo de Torre, aparecieron los conceptos vertidos por Gloria Videla, en su mencionado estudio sobre el Ultraísmo, que difieren de los de aquél con respecto a un aporte de Huidobro a los movimientos que conforman la Vanguardia. Dicha autora considera el concurso de éste como un factor fundamental en la aparición del Ultraísmo, en España, valiéndose entre otros antecedentes, del testimonio de Rafael Cansinos-Asséns contenido en su libro “La Nueva Literatura” (1927). En esta última obra, el Creacionismo aparece catalogado como la escuela de vanguardia que dio mayores aportes al Ultraísmo y, particularmente a Huidobro, como influencia intensiva en los primeros inicios de este movimiento. Dicha aserción se refuerza, además, por medio del endoso de Federico de Onís a las palabras de Gerardo Diego reproducidas en la “Antología de la Poesía Española e Hispanoamericana” (1934)[11]
Con respecto a la ascendencia de Huidobro sobre la poesía hispánica, Gloria Videla resulta concluyente, en su obra mencionada, al referirse al vate chileno como fundamental para las relaciones entre la poesía peninsular y transatlántica e, incluso, rastrea vestigios políticos huidobrianos en las obras de Aleixandre, García Lorca, Diego, Larrea (estos dos últimos seguidores confesos suyos), Neruda, Borges y, para mayor curiosidad, en la de De Torre mismo. Se hace mención, también aquí, del papel de transportador de novedades literarias que le cupo a Huidobro en su calidad de poeta bilingüe y de viajero empedernido. Gerardo Diego se había referido ya a estos parentescos poéticos señalando que: “Directamente o, a través de Larrea o de algún otro discípulo directo, algo de lo mejor de Fernando Villalón, de Rafael Alberti, de Pablo Neruda, de Leopoldo Marechal, de Federico García Lorca y de otros poetas de lengua española y de otros idiomas, procede de fuente huidobriana”.[12]
En la declaración que Guillermo de Torre publicara en 1965, y transcrita anteriormente en estas páginas, éste alude a un aspecto de la obra de Huidobro que ha servido, a su vez, para poner en detrimento sus bondades literarias y lo que ha hecho su obra vulnerable ante más de un crítico. Hecho conocido es que el poeta substanció bastamente sus postulados estéticos en los diversos “Manifiestos” que publicara en una época en que, por lo demás, este recurso fue prácticamente convertido en un género literario más por los escritores de la Vanguardia. Lo cierto es que, al analizar la obra total de Huidobro, una fluctuación entre teoría y praxis es dable de observarse. Parecería fútil embarcarse en una investigación que resultaría -por lo menos- extensa acerca de la paternidad absoluta de los numerosos “Manifiestos” formulados en esta época y que se caracterizan precisamente por representar tanteos de corto vuelo aunque de común impulso, el de una frenética huida de lo tradicional o estereotipado en el arte. De causa común con la Vanguardia y no en vano considerado como uno de sus mentores en tal o cual grado, la obra de Huidobro tampoco podría acompasar las fases de su gestación en tiempos en que se teorizaba tanto o más de que lo que se poetizaba. Que sus teorías son debatibles podría justificarse con que, por entonces, se teorizaba, en gran parte y precisamente, para debatir. El hecho de que no exista una correspondencia absoluta entre las teorías y la poesía misma, no niega el valor per se de aquéllas ni tampoco hace válido afirmar que, por ello, la lírica se resiente si considerada como un fenómeno estético aparte. Además, objetar en la obra de Hiuidobro los recursos de polimetría, versificación amorfa, ausencia de puntuación y distribución tipográfica arbitraria, significa desentenderse no ya del espíritu que este poeta se propuso, sino de la Vanguardia misma. Tampoco y, como es natural, Huidobro pudo jamás haber reclamado exclusividad sobre tales recursos. Así también contender que algunos de sus poemas podrían redistribuirse hasta convertir sus versos en prosa resulta un aserto de aplicación más que múltiple y común a una infinidad de poetas.[13] Etiquetar de “desabrido” el resultado de “metáforas disparatadas” implica desatender al resorte lúdico que animó las acrobacias vanguardistas por antonomasia. Que éstas ofendan a oídos prestos sólo a las más frecuentadas tesituras líricas, no mezquina el valor de las que buscan huir del lugar común y de la reclusión de lo consagrado. Sería de desear que un peculiar pronunciamiento estético no prive a lo plural del diletante.
Considerados, entonces, los factores que pueden haberse confabulado con el malogro de las relaciones literarias de Huidobro, el comúnmente olvidado escritor chileno tendría una importancia literaria preponderante. Debido a ello, el escritor se rodeó de un halo escasamente permeable y que repelió la atención del estudioso. Su actitud literaria, tanto en persona como en el texto, habría predispuesto a la crítica y al comentario literario, lo que se ha traducido en una precaria difusión de su obra total, según se desprende del análisis bibliográfico. Para una justa aproximación a su obra urge descubrir lo eutrapélico de su conducta atrabiliaria, elemento en ningún caso ajeno a la Vanguardia. Para este mismo efecto, debería considerarse, además, la proyección histórico-literaria que se desprende de los juicios de Guillermo de Torre especialmente emitidos ulteriormente y basados en una evaluación total de la obra de Huidobro. Sería de enfatizar el implícito llamado que hace este crítico a deponer baluartes partidistas enarbolados en tiempos en que las pasiones juveniles dictaron sentencias precipitadas y que adolecen de la decantación de sus declaraciones finales al respecto. Asimismo, la llamada “polémica Reverdy-Huidobro” resulta de ingerencia extemporánea sobre todo en lo que respecta a establecer una una improcedente exclusividad sobre el Creacionismo. Parecería de mayor exclusividad escudriñar y, si se quiere, comparar el aporte de sendos autores a sus respectivas literaturas. En lo que respecta a una comunión entre las teorías y la poética misma de Huidobro, aun concediendo a que ésta no es absoluta ni se hace evidente en diversas instancias, sería válido considerar la importancia intrínseca y documental de aquéllas. En su “Manifiestos”, este poeta concentra conceptos representativos de una época que contribuyó intensamente a la evolución del pensamiento estético moderno. Ello adquiere especial significado si se atiende a la ubicuidad otorgada a Huidobro por su personal solvencia económica ,no común a la mayoría de los escritores de la época y considerando, además, el agravante circunstancial del primer conflicto bélico mundial. Tanto críticos como compañeros de oficio literario coinciden en asignar a este poeta un papel preponderante en la difusión de “las nuevas de vanguardia”, mediante sus viajes entre Francia y España y también a Sudamérica. Habría que conceder, a Huidobro, entonces, el beneficio de una expansión literaria del que no estaría ausente un nada despreciable vuelo lírico puesto que, en la época, diversas revistas y publicaciones dieron cabida tanto a sus versos como a los “Manifiestos” mismos.[14]
Se ha sostenido, en estas páginas, que hay también méritos en la fase lírica de la obra de este escritor, que le harían digno de un revalorización literaria. Hay, en ellos, elementos cuya substanciación se insinúa como trascendente, ya que encontraron en el poeta un progresión que, incluso, alcanza al siglo XX. Si bien es cierto que sería improcedente reclamar, por ejemplo, derechos de este poeta sobre los recursos lúdicos utilizados en su poesía, no lo es menos que éstos lograron con él una expresión muy personal, además de su debido ingreso a nuestra literatura. Quede sugerido el análisis sobre la “jitanjáfora”, de autoría huidobriana, formulado en un valioso estudio de Alfonso Reyes que figura en su obra “La experiencia Literaria” (1941). No parece que ello fuera totalmente ajeno al uso experimental del lenguaje en la novela hispanoamericana del tiempo literario del vate. Así como con Huidobro, nadie atribuiría a Julio Cortázar, por ejemplo, la introducción de tales recursos al medio literario de entonces y, no obstante, se le concede con justicia, la orientación estética de avanzada que su obra le ha otorgado. Una mayor exposición de la obra de Huidobro, libre de prejuicios hoy extemporáneos, puede revelar a un escritor que si bien no fue descubridor, eligió a veces el farragoso camino del adelantado, para abrir nuevas sendas de liberación al límite expresivo, también una característica del artista imperecedero.
Notas
[1] Braulio Arenas, “Obras completas de Vicente Huidobro” (Santiago, Chile, 1964. Dos volúmenes. Las recopilaciones parciales serían: “Antología de Vicente Huidobro”, por Eduardo Anguita y el autor. Santiago, Chile, 1945. Antonio de Undurraga, “Vicente Huidobro, Poesía, Prosa (Madrid, 1957); Hugo Montes, “Vicente Huidobro. Obras Selectas” (Santiago, Chile, 1959) volumen I.
[2] Cedomil Goic, “La Poesía de Vicente Huidobro” (Santiago, Chile, 1956), publicado en Los Anales de la Universidad de Chile. Este mismo crítico había publicado, antes, el artículo “Vicente Huidobro y la primera etapa del Creacionismo”, en la Revistas “Estudios” (Santiago, Chile, 1954, número 241). Además su monografía contiene la bibliografía más completa que es dable de encontrarse acerca de Huidobro y sus obras.
[3] Raúl Silca castro, “Vicente Huidobro y el Creacionismo”, en “El Modernismo y otros ensayos literarios” (Santiago, Chile, 1965). Arturo Torres Rioseco, “La Gran Literatura Iberoamericana” (Buenos Aires, 1945), p. 143.
[4] Gloria Videla, “El ultraísmo, estudios sobre movimientos poéticos de vanguardia en España” (Madrid, 1963)
[5] David Bary, “Huidobro o la vocación poética” (Granada, España, 1963), Colección filosófica de la Universidad de Granada, Volumen XX.
[6] Gerardo Diego, “Homenaje Póstumo a Huidobro”, Revista de Indias (Madrid, 1948), Nos. 33-34, p. 7.
[7] Juan Larrea, “Vicente Huidobro”, en “Atenea” (Santiago, Chile, 1950) Nos. 295-296, p. 13.
[8] Guillermo de Torre, “Literaturas Europeas de Vanguardia”, (Madrid, 1925). Rafael Caro Raggio, editor, p. 90.
[9] Guillermo de Torre, “Guillaume Apollinaire, su vida, su obra, las teorías del Cubismo” (Buenos Aires, 1946), p. 18.
[10] Guillermo de Torre, “Historia de la Literatura de Vanguardia”, (Madrid, 1965), p. 533.
[11] Gerardo Diego, “Vicente Huidobro”, en la revista Atenea (Santiago, Chile, 1950), Nos. 295-296. p. 7.
[12] Raúl Silva Castro, “”Pablo Neruda” (Santiago, Chile, 1964) p. 122-124, (véase lo que este crítico afirma, además, de la influencia de Huidobro en la obra de Neruda).
[13] Gloria Videla y Guillermo de Torre ofrecen los pormenores de estas publicaciones en sendas y mencionadas obras.