"El Enigma del Sufrimiento", aborda desde un fuerte vuelo poético y filosófico, uno de los misterios humanos más intensos: el dolor. Para el autor el hombre sufriente es aquel que enfrentándose al padecimiento logra asumir la carga, recuperar el protagonismo y transformar así su interioridad.
Nadie es ajeno al dolor y sin embargo muy poco sabemos de él. Todos en algún momento de nuestras vidas hemos sido trastornados por un dolor intenso: amoroso, físico o psíquico. Si bien el dolor es algo muy íntimo y personal, pues cada uno de nosotros lo vive y siente de un modo particular, no por ello deja de pertenecer a la experiencia universal, en la medida que todos hemos sido y somos expuestos a él.
Para Santiago Kovadloff lo que distingue a unos hombres de otros es su manera específica de afrontar el dolor. "El Enigma del Sufrimiento" expresa la necesidad del pasaje del dolor al sufrimiento como camino ineludible hacia la libertad.
Con una musicalidad digna de alguien que también es poeta y traductor, su prosa aborda la problemática del dolor situándola en distintos escenarios de la historia e interrogando en cada uno de estos momentos a grandes personajes míticos atravesados por el dolor.
Así desfilan por las páginas del ensayo figuras como Job, Eloísa, Abelardo, Montaigne, Descartes, y hasta las Madres de Plaza de Mayo, entre otros. También aborda desde una perspectiva muy novedosa una nueva interpretación de la vejez y la muerte.
El autor se ocupa de desentrañar el lugar del otro en la construcción de la propia felicidad. Examina distintos dolores y se detiene ha reflexionar sobre el dolor de la tierra y los nuevos desafíos que imponen al hombre el deterioro del ambiente. En esta entrevista intima Santiago Kovadloff nos invita nuevamente a indagar sin miedos en los misterios profundos del corazón.
-¿Cuál es la tesis central que recorre "El Enigma del Sufrimiento"?
-Este libro fue concebido como una tentativa de distinguir entre el dolor y el sufrimiento. El dolor se caracteriza como aquel padecimiento que avasalla al sujeto, sea cual fuere su forma: amoroso, psíquico, físico o moral.
Como tal normalmente aniquila y arrebata al sujeto del protagonismo de su vida y lo convierte en alguien que está a merced de la intensidad de lo que padece. Mientras que el sufrimiento se caracteriza como aquello que el sujeto puede hacer con el dolor, es decir la capacidad que tiene de transformar esa pasividad a la que lo obliga el dolor en una actividad que capitaliza el dolor y lo convierte en una herramienta de reconstrucción de la propia vida.
-¿Tiene este libro relación con alguno de sus anteriores?
-"El Enigma del Sufrimiento" forma parte de una trilogía que compone junto a "El Silencio Primordial" y "Lo Irremediable".
-¿Qué influencia ejerce la poesía en sus planteos filosóficos?
-Escribir es ante todo poner de manifiesto la intensidad con que uno vive un problema o un concepto. La intensidad de la enunciación nos da pruebas de la veracidad de la preocupación. Creo que no se trata de escribir sobre nada sino desde todo.
Y escribir desde algo es poner en juego la profundidad con que uno habita una cuestión. He buscado siempre que la poesía, entendida como la puesta de manifiesto de la intensidad privilegiada de la enunciación, esté presente en lo que escribo.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de "El Enigma del sufrimiento"?
-Este es un libro que compuse a lo largo de siete años. Porque encontré y perdí la brújula del mismo varias veces. Los libros van naciendo a través de notas, de pequeños apuntes, en principio disgregados o fragmentados que no responden al anhelo general que uno quisiera brindar, sino que se presentan como indicios de una búsqueda y un hallazgo.
Este libro nació así. Yo había compuesto el ensayo inaugural del libro entre los 57 y 59 años y el último capítulo lo compuse a los 64 años. Cada uno de los capítulos fue naciendo y estancándose paulatinamente.
-El ensayo está dividido en escenarios…
-Si así es, el bíblico, el medieval, el moderno y el actual. Cada uno de esos escenarios trata de exponer modalidades de la viabilidad o no del pasaje del dolor al sufrimiento. Por ejemplo en el escenario bíblico el estudio que dediqué a Job, esta centrado en la convicción de que logra ese pasaje. No lo logra en cambio Caín y la Torre Inconclusa evidencia también una dificultad muy grande para lograr este pasaje.
En el escenario medieval Eloísa lo logra y parece ser que Abelardo no lo consigue. En el moderno Montaigne lo consigue y Descartes no lo consigue. Y en el actual, la agonía de la Tierra es un ensayo que mostraría que este pasaje, en la relación del hombre con la Tierra, no estaría cumplido.
-Dedica un capítulo para hablar especialmente sobre Madres de Plaza de Mayo…
-Sí, las Madres protagonizaron une experiencia totalmente infrecuente en la historia de Occidente. Que es justamente la de haber transitado de la impotencia y el dolor personal a un sufrimiento compartido mediante el hallazgo de un hijo simbólico que lograron construir para poder inscribir su impotencia en un terreno de potenciación.
Más allá de lo político y de lo ideológico, ese pasaje me parece que es un fenómeno de total originalidad cultural y espiritual en la vida de una nación, y la Argentina lo tuvo.
-¿Cómo distinguiría la tristeza de la melancolía?
-Bueno, un hombre triste no es un hombre deprimido, es alguien que guarda en sí la huella del padecimiento y lo ha convertido en vida. La melancolía hipoteca una vida en la ausencia de aquello que se perdió, que se fue. La melancolía es destitutiva, la tristeza es constitutiva. Estar triste es estar, estar melancólico es estar ausente.
-En uno de los apartados realiza una novedosa interpretación de la vejez y la muerte…
-Sí, planteo la posibilidad de reconsiderar la paradoja de nuestro tiempo, en la que los hombres podemos vivir cada vez más años pero la vejez tiene cada vez menos sentido. Este para mí es un contraste desgarrador. Hoy a los viejos se los ha marginado como testigos de valores vigentes. Son fundamentalmente criaturas que demandan nuestro cuidado, pero no necesariamente figuras a las que recurrimos para conocer el mundo donde vivimos.
Considero que a partir del momento en el que alguien se sabe envejeciendo, aparece el gran desafío de trabajarse a sí mismo para poder alcanzar el desarrollo de esa última gran aventura que es la visión de conjunto que uno puede tener de aquello que ha recorrido y ha vivido. Es un derecho saber decir adiós mediante un balance que le infunde a la propia trayectoria una inteligibilidad muy especial.
Por otra parte, la muerte no es algo que va a sobrevenir. Uno viviendo se va muriendo y deja de morir cuando expira. Para poder morirse hace falta estar vivo. ¿Que es uno cuando ha dejado de morir? : "es pura exterioridad". Uno es nadie.
-También examina con detenimiento el "dolor de la Tierra" ¿a qué se refiere con ello?
-Creo que el hombre está ante el desafío de saber si puede trabajar para transformar el dolor de la Tierra. La Tierra agoniza bajo el avasallamiento brutal de una cultura que ha convertido el planeta en objeto de dominio. Hemos perdido la vivencia de que la Tierra es nuestra casa.
El hombre es simultáneamente el habitante de un lugar y el habitante paradójico del infinito, por que la Tierra no está en ningún lugar. El hombre es el habitante de una casa que él no creó y es al unísono el que no tolera ser criatura entre criaturas y aspira a ser el creador y el amo.
Si nos excedemos, como lo hemos hecho, la Tierra se desquitará del hombre mostrándole que su ruina es la del hombre. Porque la Tierra envenenada es el hombre envenenado. La conversión de esta tragedia, es decir la posibilidad de que le restituyamos a la Tierra el cuidado que nos debemos a nosotros mismos tal vez sea una posibilidad incierta. Quizás porque la tecnocracia ha hecho del hombre un ser sin capacidad de diálogo con su entorno.
-¿De dónde proviene la convicción de ver al sufrimiento como posibilidad de realización?
-Pertenezco a un pueblo y a una cultura que no se ha resignado a darle la última palabra al dolor y ha convertido sus pesares en materia de esperanza. El judío confía en una interpretación más y cree que es posible volver a empezar. El holocausto no tuvo la última palabra.
Por otro lado está la experiencia psicoanalítica que permite sustraerse a las zonas de estancamiento espiritual. Poder transformar la impotencia en una potencia relativa. Y también esta convicción surge de mi experiencia como padre y amante. Uno como padre es una figura insatisfactoria para sus hijos, tarde o temprano es desplazado.
Y esta derrota, no obstante, es un triunfo extraordinario. El padre que logra proveer a sus hijos de elementos para que, unidos a los propios, se autonomice, es un padre que con su fracaso como figura hegemónica logra su triunfo como figura paterna.
Y por último el amor. Ser amado implica ser conocido por alguien como uno mismo no puede conocerse. Cuando uno es amado pierde el monopolio de la propia identidad, no me agoto en la significación que me atribuyo, por que para otro significo algo que no puedo significar para mí.
-¿Hay en su propuesta una revalorización del ascetismo como conducta moral? ¿Cómo establecería un diálogo entre su mirada y un filósofo como Nietzsche?
-No diría que mi propuesta esté en comunión con el ascetismo. El ascetismo implica una renuncia al placer. Para mí el problema no está en el placer mismo sino más bien en el goce desmedido. En términos puramente analógicos yo no me privaría nunca de un vaso de licor y sin embargo sí de una botella repleta.
El ascetismo cree que el espíritu puede lograrse en la medida en que prescinda del riesgo del encuentro sensual con la vida. En este punto yo estaría más inclinado a pensar como Nietzsche. Lo que se trata de buscar no es una actitud ascética sino tal vez una intensidad equilibrada. Toda experiencia de la vida implica el riesgo de la desmesura, es más fácil caer en la desmesura y advertirlo y volver a la mesura que presumir que uno no va a caer.
-Finalmente, ¿cómo siente que han sido recibidas sus ideas en una sociedad saciada por búsquedas antagónicas a sus propuestas?
-Nada es más extraño que la propia palabra tenga sentido para otro. Es extraordinario y es incomprensible. Yo no puedo creer hasta hoy, y he escrito casi veinte libros, que mis palabras tengan sentido para otras personas. Me sorprende y me conmueve infinitamente y me llena de perplejidad.
En este punto debo decirle que para mi sorpresa a los tres meses de editada la primera edición de "El Enigma del Sufrimiento", se volvió a reeditar, y lo mismo ha ocurrido con todos mis libros. Claro que me satisface que sea así, sobre todo por que eso implica la existencia de un repertorio de lectores que comparten conmigo ciertas convicciones y anhelos.
Pero no me engaño, yo no soy un best seller, ni tampoco soy un autor confiable en una sociedad primordialmente orientada hacia el consumo y el hedonismo y la concepción del tiempo como instrumento que debe ser aprovechado.
Si una de las aspiraciones de un escritor es ser reconocido como un semejante por otros, yo puedo decirle que me ha ocurrido. Pero si sumamos, cosa que no me interesa, le podría decir que soy menos conocido que otros. Sin embargo, cuál es la dimensión del reconocimiento: la intimidad. Lo que mis lectores me han devuelto es intimidad y no frivolidad.
En este sentido también hay que decir que la vocación de un escritor que es filósofo consiste, en resumidas cuentas, en contribuir al insomnio general. Y si estamos de acuerdo con ello, me parece que algo hice al respecto. Estoy ayudando a que no abunde el sueño. Quizá por que yo mismo soy un desvelado y no podría ser de otra manera.