Nacido Andrew Warhola el 6 de agosto de 1928, Andy Warhol fue un maestro ante todo, y sobre todas las cosas, de la reinterpretación. Icono por excelencia del arte pop (apócope de popular), su producción responde a una concepción de la realidad mucho menos frívola de lo que pudiera creerse. Consciente de la dirección que estaba tomando el mundo contemporáneo, se acerca incluso en ocasiones a los presupuestos del “arte denuncia”. Y es que, si bien parece que obvia cualquier tipo de implicación personal en ésta, los propios temas escogidos para ser mostrados al público evidencian en sí mismos una crítica, en muchas ocasiones feroz.
Hijo de inmigrantes checoslovacos afincados en Pittsburgh (Pennsylvania, Estados Unidos), ciudad donde Warhol nació, su infancia estuvo marcada por el aislamiento al que su precaria salud le obligó y que tanto influiría posteriormente en el desarrollo de su trabajo creativo y de su propia personalidad. Una personalidad que iría construyendo poco a poco, al igual que su imagen, hasta terminar por conformar la más famosa de sus obras: el propio Andy Warhol. Un personaje polémico para muchos, visionario para otros, pero con una incuestionable capacidad de revulsión artística.
Su interés por el mundo del arte queda prontamente manifiesto y ya durante sus primeros años de juventud es posible encontrarle interesado por el aspecto más popular de su aplicación. Tras unos años de estudio en su Pittsburgh natal, donde cursará Arte Comercial en el Carnegie Institute of Technology, se trasladará a Nueva York, prueba de fuego para cualquier artista del mundo que desee triunfar. Y Andy lo consiguió: va a cosechar éxitos ya desde sus comienzos. Primero dentro del mundo publicitario y editorial, al que estará asociado como ilustrador, y posteriormente como artista plástico y, sobre todo, conceptual; un término en boca de todos en el Nueva York de los años 60.
Los pasos que le habrán de encaminar en la dirección del pop art, un arte con una concepción realista de la forma, parten, sin embargo, de los presupuestos depurados del expresionismo. Corriente a la que se suman en esta década las nuevas tendencias de la neofiguración, que estaban surgiendo por doquier en rebelión a un camino artístico previo agotado. Andy Warhol subirá un peldaño más en esta búsqueda de nuevos modos de expresión, concentrando sus atenciones en dos aspectos principales que favorecerán la aparición de un lenguaje creativo diferente: la relación arte-sociedad y los sistemas de producción seriados, todo ello en una clave característicamente americana.
El descubrimiento de la serigrafía y la forma en que ésta se adecuaba a su idea del arte resultarán determinantes. Al igual que los temas para sus obras, tomados de la cotidianeidad que le rodeaba y de su propia experiencia vital (productos de supermercados, personajes encumbrados por los mass media; elementos generados en masa para ser fagocitados), la serigrafía le habría de permitir revertir el concepto de obra de arte de pieza única en pieza múltiple. Un sistema de trabajo en cadena para un mundo que generaba productos en serie. Así, con Warhol surge por fin un verdadero arte-máquina, el arte sin autor propugnado por Sol LeWitt, llegando incluso a fundar en 1963 un epicentro de producción al que acudirán multitud de artistas buscando otras formas de experimentación: The Factory. Famosas son sus obras de esta etapa, convertidas hoy día en estandartes del movimiento pop. Hablamos de las latas de sopa Campbell (1962-65), reproducidas hasta la saciedad en diversos formatos, las representaciones disociadas de Elvis (1962) o los conocidísimos “retratos Warhol” de
Jackie Kennedy (1964) y Marilyn Monroe (1962-64), convertida gracias a la repetición en una figura casi sagrada. Pero también de su Desastre lavanda (1963), en el que multiplica una imagen de la silla eléctrica, o sus obras con imágenes de desastres (1962-65) copiadas casi de forma idéntica de las difundidas por la prensa.
Son años también de una gran participación en proyectos literarios y musicales (un ejemplo es su labor de manager del grupo The Velvet Underground), que finalizarán al término de la década con un intento de asesinato por parte de una feminista radical llamada Valerie Solanis, hecho que le dejaría psicológicamente marcado de por vida.
Un mal episodio al que le suceden años de éxito y reconocimiento dentro de los circuitos comerciales del arte, principalmente durante los 80, y que darán como resultado algunos de sus mejores y más representativos iconos de la era moderna. Warhol nos ha dejado como herencias de este periodo las imágenes de Truman Capote (1979), Joseph Beuys (1980), el líder revolucionario de la China comunista Mao Tse-tung (1973) o Lenin, realizado este último poco antes de su muerte en 1987 por culpa de las complicaciones derivadas de una cirugía. Una etapa final marcada por un incremento en el empleo de la materia pictórica, que añadirá riqueza a la serigrafía, y una progresión cada vez más acentuada hacia un minimalismo que alcanza la abstracción y donde Warhol sigue experimentando y reinventado continuamente el mundo que le rodea.