Nace Alejandro Rodríguez Álvarez, que desde la publicación de su libro de poemas La flauta del sapo -1930- utiliza en su vida artística y de relación el seudónimo Casona, el 23 de Marzo de 1903, en Besullo, concejo entonces de Cangas de Tineo y ahora de Cangas del Narcea (Asturias). Sus primeros años transcurren en tierra asturiana, junto a sus padres, maestros los dos: Besullo, Luarca, Miranda, Villaviciosa, Gijón. En el Instituto Jovellanos de esta última ciudad comienza sus estudios de Bachillerato, que termina en Murcia -1920-, a donde habían sido destinados sus progenitores. La vocación pedagógica de la familia y el amor a la enseñanza que se respiraba en ella son proverbiales. Alejandro Casona se hará maestro como todos sus hermanos y llevará ya para siempre metida en la sangre esa vena pedagógica. En Murcia, en los últimos cursos del Instituto, durante el preparatorio en la Facultad de Filosofía y Letras y en el Conservatorio de Música y Declamación empieza a perfilarse un nuevo y para él definitivo ambiente. Sus nacientes aficiones literarias encuentran allí maestros que le aconsejan y orientan -Andrés Sobejano, Dionisio Sierra, Jara Carrillo...- y amigos que le contagian su entusiasmo loco por el teatro: Antonio Martínez, Pellicer, Prior, Julio Reyes, Pepe Martínez Gilabert... "Todos ellos -los maestros- y vosotros -los amigos-, cada uno un poco, habéis tenido la culpa de que yo tomara este camino del teatro", como él mismo asegura.
Cronológicamente la primera publicación de Alejandro R. Álvarez de que se tiene noticia es La empresa del Ave María, romance histórico premiado en unos juegos florales de Zamora y aparecido en la revista Polytechnicum, de Murcia, que dirigía su fundador José Pérez Mateos, en cuyo comité directivo figuraba Andrés Sobejano, siendo responsable de la parte artística Dionisio Sierra -1920. Entre los colaboradores de la revista aparecen los nombres de Benavente, Linares Rivas, Villaespesa, Rueda, M. Machado, Fernández Almagro... En 1922 ingresa en la Escuela Superior de Magisterio, de Madrid; allí se hace Inspector después de cuatro años de estudios, en los que no abandona su creación literaria. Aparte de algunos ensayos incipientes, da cima, probablemente antes de concluir sus estudios en la capital, a Otra vez el Diablo, obra que queda finalista en el concurso para escritores jóvenes convocado por ABC en 1928. Sigue un año de prácticas en Madrid, y en 1928 es destinado al Valle de Arán -Les- por el Ministerio de Instrucción Pública. En Octubre de ese mismo año contrae matrimonio con Rosalía Martín, condiscípula suya en la citada Escuela Superior; en 1930 nace su hija Marta. En esta comarca pirenaica permanece Alejandro Casona tres años, en los que escribe entre otras cosas, La sirena varada y El crimen de Lord Arturo, primera de sus obras representada en público -Zaragoza, 1929. Después de unos meses de estancia en la Asturias natal, obtiene en 1931, por oposición, una plaza en la Inspección Provincial de Madrid. Ese mismo año se proclama la República y se funda el Patronato de Misiones Pedagógicas. A Casona se le encarga de dirigir el Teatro ambulante o teatro del pueblo, marco excelente para la realización de sus ideales, tanto artísticos como pedagógicos, humanos y españoles. En 1932 alcanza el Premio Nacional de Literatura con Flor de leyendas. El 34 es seguramente un año clave en la vida de Alejandro Casona. La sirena varada, galardonada por el Ayuntamiento de Madrid con el Premio Lope de Vega -1933-, es estrenada triunfalmente en el teatro Español -17 de Marzo- por la compañía Xirgu-Borrás. Todos los periódicos saludan la parición de un destacado valor que viene a inocular savia nueva al decaído teatro español. Después se suceden otros estrenos: El misterio del "María Celeste", Otra vez el diablo, Nuestra Natacha, esta última con enorme éxito de público -Barcelona, 1935, Madrid, 1936.
En su vida, como en la de tantos otros, se produce un doloroso paréntesis: estalla nuestra guerra civil, Alejandro Casona marcha a Francia, y desde allí, como director artístico de la compañía Díaz de Artigas-Collado, emprende una gira artística por diferentes países de Hispanoamérica. En Julio de 1939 establece su residencia en Buenos Aires, centro cultural de la América del Sur, en donde permanece hasta su definitivo regreso a España. Durante todo este tiempo, Casona ha seguido trabajando incansablemente para la radio, el cine, para periódicos y revistas, pero, sobre todo, ha escrito con sello propio e inconfundible obras maestras para la escena que dan la vuelta al mundo: La dama del alba, Los árboles mueren de pie... En 1951 le entrevista Eduardo Zamacois en su casa de la calle de Arenales. Con su ingenio añejo y su desenfadado característico nos describe así la imagen física del dramaturgo:
...hombre cuarentón, ni alto ni bajo, enjuto y cetrino, de mirar malicioso y penetrante, de trato cordial y sonrisa burlona, cuya frente se pierde en la nobleza de una calvicie prematura... Aunque esté callada, su persona -toda ella- no cesa de hablar. Y es porque hay en sus ojillos astutos, negros y buidos, de campesino castellano, en la ironía de sus sonrisas, a las que el contraste entre el blancor de los dientes y el cobre de las mejillas infunde relieve, como también en la apacibilidad de su voz y la pulida mesura de los ademanes, ese algo misterioso -lejano- inseparable de los aristócratas de espíritu.
En 1962, después de veinticinco años de silencio, vuelve a representarse su teatro en España. El 22 de abril tiene lugar en Madrid un acontecimiento memorable: el estreno en el teatro Bellas Artes de La dama del alba, que es recibida con entusiasmo unánime. A ella le siguen las demás piezas, que se van poniendo en escena con aplauso constante, a pesar del tiempo transcurrido desde su primera representación, porque sus valores esenciales siguen teniendo vigencia. En 1964 se ofrece al público español El caballero de las espuelas de oro, "retrato dramático" de Quevedo, primera obra redactada en España por su autor dentro del ambiente español de nuestros días. Alejandro Casona es ya un clásico en vida, "uno de los maestros del teatro contemporáneo". Desgraciadamente, en un momento en que había empalmado de nuevo con las raíces más puras de su arte: con la gente, con la tierra, con el espíritu de España, con cuyo ser metafísico tan íntimamente se identificaba, cuando todavía tanto cabía esperar de él, de las nuevas circunstancias en que se hallaba inmerso, se extingue a los sesenta y dos años la vida fecunda, alegre, apasionada y generosa de Alejandro Casona el 17 de septiembre de 1965. Con él desaparece un altísimo dramaturgo y un gran hombre.