Grandes temas de conversación estos días en Barcelona: las elecciones
catalanas, la llegada del Papa, el "fin" de las obras en la Sagrada
Familia y la buena disposición hacia la humanidad de Lou Reed.
Un momento.
Cualquiera que conozca a Reed -leyenda del rock literario,
catedrático del malditismo y plusmarquista mundial de la antipatía- sabe
que "buena disposición" es en su caso un oxímoron solo comparable a
"guerra humanitaria". Pero qué demonio, todos los que se lo han cruzado
estos días en la ciudad con motivo de la presentación de El cuervo,
su estupendo libro de homenaje a Edgar Allan Poe firmado con el
ilustrador extraordinario Lorenzo Mattoti, tienen una bella anécdota que
contar sobre el fundador de The Velvet Underground.
Otra cosa es que se traduzca en compasión con los periodistas. En los
instantes previos a la entrevista, el representante, Tom, un grandullón
con ese talento tan estadounidense para el mal rollo amistoso, manda
evacuar a todo dios del bar del hotel finolis en que Reed se aloja, se
acerca al periodista y murmura.
-No toque ningún tema que no esté relacionado con el libro.
Estupendo, el libro es literatura, la literatura es la base de la
carrera de Lou, amén del pegamento de la vida misma, de modo que queda
extendida la carta blanca, le da a uno por pensar y decir. Tom no le ve
la gracia por ningún lado.
Reed, con unas gafas absurdamente enormes y una de esas camisetas que
cuestan un ojo de la cara porque básicamente logran pasar por una muy
usada, se sienta y pone la cara más desagradable de la que es capaz, y
eso que son muchos años de ensayarla, como delatan sus arrugas, tan
profundas como el caudaloso Tajo. A su lado está Mattoti, la encarnación
de la falta de pretensiones y de la relajación.
Señor Mattoti, ¿cuál fue su primer contacto con la música de Lou
Reed? "Bueno, ya sabe, escuchábamos rock de jóvenes y eso incluía a la
Velvet Underground y la rebeldía y...".
Lou Reed. Cualquier conversación sobre The Velvet
Underground le parecerá a usted una entrevista, pero a mí solo me suena a
un buen montón de mierda.
P. ¿Cree en serio que hay algo en su vida más interesante que lo que hizo hace cuatro décadas?
L. R. El libro de Poe es interesante. Así que, por favor, no intente hacer preguntas sobre ese tema otra vez.
P. De acuerdo, hablemos de política. ¿Qué opina sobre Moe Tucker, batería de The Velvet Underground, apoyando al Tea Party?
L. R. Mire que se lo he advertido. Eso no es asunto suyo en absoluto. Y mucho menos, mío.
P. Charlemos pues de literatura. Sus letras siempre
tuvieron una cualidad gótica, muy de Poe. Como aquella de la banda sobre
la que no quiere hablar, The Velvet Underground, que recitó John Cale
maravillosamente: El regalo, en la que un tipo, el pobre Waldo se mandaba a sí mismo por correo y acababa trepanado por la torpeza de su novia...
L. R. Está volviendo a hacerlo... Poe escribió sobre
nuestros peores miedos... Ser enterrado vivo, traicionado por un amigo,
delatado en la autoría de un crimen horrible por la cobardía de uno
mismo...
P. ¿Qué hace de Poe un escritor tan interesante para usted?
L. R. Su prosa es poética... Escribía versos libres
hasta cuando adoptaba formas narrativas. No supe lo bueno que era hasta
que en una fiesta de Halloween lo recité en alto. Ahí te das cuenta que
sus relatos son poemas. La primera vez fue en casa del productor Hal
Wilmer, leí El corazón delator.
P. Un relato sobre la culpabilidad. ¿Qué problema tiene con la culpa?
L. R. El mismo que todo el mundo. El mismo que el
personaje, que ha matado a alguien y escucha el corazón de su víctima
enterrada tan vívidamente que se confiesa a la policía.
P. Su cuervo coincide con una nueva traducción de En los sueños empiezan las responsabilidades, de Delmore Schwartz. En una ocasión definió esa pieza: "El mejor relato que he leído", dijo.
L. R. Solo tiene cinco páginas, pero lo que cuenta
con un lenguaje asombrosamente sencillo, es increíble, me enamoró desde
el principio. Definió el modo en que escribía mis canciones...
P. No es un libro que haya circulado mucho en España...
L. R. Pues debería darme las gracias.
P. Mejor démoselas a Schwartz. Le sedujo a usted
cuando le daba clases en los sesenta en Siracusa y a Saul Bellow... ¡era
el Humboldt que inspiró el El legado de Humboldt!
L. R. Es muy distinto. Yo era su alumno. Bellow era su contemporáneo. Debería haber visto sus clases. Leía Finnegan's Wake
en alto y lo hacía divertidísimo. Recitaba de un modo asombroso. Un
recital es como un concierto, solo que la gente está atenta. Delmore
seguía recitando incluso cuando la campana había sonado.
P. Pese a tanta genialidad, siempre se comportó como su peor enemigo.
L. R. Puede apostar por ello. En un concurso para
elegir a sus peores enemigos, Delmore habría logrado el primero, segundo
y tercer puesto. ¡Ya lo creo! ¡Ten cuidado, niño salvaje! Es lo que
Delmore parecía decir a sus epígonos.
P. Usted no es su peor enemigo...
L. R. Por supuesto que no. He tenido buenos
maestros. Otra cosa es por qué demonios sigo vivo... Pero hace tiempo,
no demasiado tiempo, cierto, que dejé de pelear conmigo mismo.
P. ¿No será, como ha proclamado hoy en su lectura a partir de uno de sus últimos poemas, porque tiene un ángel de la guarda?
L. R. Claro que lo tengo...
P. Y es Laurie Anderson, su mujer...
L. R. Eso tampoco es de su incumbencia.
P. ¿Le gustaría morir en la miseria como Edgar Allan
Poe y que, 150 años después, una panda de sus lunáticos seguidores lo
volviera a enterrar? Sucedió en Baltimore este verano...
L. R. ¿Se lo puede creer? Es absurdo. Pobre Edgar.
P. Dice que ya ha tenido bastante Poe... ¿Ha matado al padre?
L. R. Espero que no esté hablando en serio. Lo que ha sucedido es que ya he reescrito bastante a Poe, eso es todo.
P. Muerto Poe, ¿qué otra empresa literaria acometerá ahora?
L. R. Un libro sobre el taichi...
P. Lou Reed dando consejos a los oficinistas estresados principiantes...
L. R. No pretendo tal cosa. Nunca he dado lecciones a
nadie sobre nada. Pero el taichi que yo he aprendido de varios maestros
desde hace más de 20 años no tiene que ver con ancianos practicando en
el parque. El taichi es un arte marcial. Y ha cambiado mi vida en todos
los niveles, empezando por la salud.
P. ¿Es la clase de arte marcial que le saca a uno de una pelea?
L. R. La clase que le podría matar ahora mismo. Mis
profesores siempre dicen... La primera opción es evitar la pelea. La
segunda, mandar al oponente al hospital.
Fuente: elpais.com-domingo, 7 de noviembre de 2010
domingo, 7 de noviembre de 2010