Sobre las sábanas calientes, retorcidas
abandonado como un borracho o como
un crucifijo, muelle, recién quitado
de la cruz, es la ciega inacción
de un disgusto sin la pureza
que dá al pecado luz de expresión,
la renuncia del enfermo que acaricia
el viejo mal – que aquí me tiene:
y no es noche; ya es mañana, una brisa
cálida jadea en la habitación llena
de mí, de mi lecho blanco y fogoso;
y, fuera, deslumbra, ya alta, la serena
jornada estival. Que todo sea pecado
sensual, bajeza y éxtasis de carne
resonando por el olvidado
barrio – es una pobre radio la que da
nueva certeza, con loca nostalgia.
Esparce alrededor con vehemencia cálidas y descarnadas
músicas de baile; y alegría
popular aflige el arrabal,
tan vivo, reciente; la abrasada vía
festejante de muchachos y perros, la colada
de harapos en la que ondea la miseria...
Ah, dichosa la vida ajena, ¡dichosa
la humilde culpa de sus deseos!