MIGUEL HERNÁNDEZ


    Tu famosa, tu mínima impotencia
    desparramar intento
    sin detener el paso ni un instante.
    Para lo tal, me apeo en mi paciencia,
    pulso un acordeón llorón de viento
    y socarrón de voz, y ya es bastante.

    Tu cornicabreada decrepitud purgente
    exige estos reparos de escritura,
    y con ellos ayudo a someterse,
    no al manicomio, al tonticomio oscuro
    que tu idiotez, sin mezcla de locura,
    pide hasta que la muerte
    venga a sacar tu vida de este apuro.

    Llevas el corazón con cuello duro,
    residuo de una momia milenaria,
    concurso de idiotas,
    que necesitas la alabanza diaria,
    y descosido en la alabanza explotas.

    Cocodrilito pequeñito, ñito,
    lagartija de astucia,
    mezquina, subterránea, con el rabo marchito,
    y la mirada alcantarilla sucia.

    Tarántula diabética y escuálida,
    forúnculo político y gramático,
    repúblico de triste mierda inválida,
    oráculo, sarcófago enigmático.

    Demócrata de dientes para fuera,
    altares solicita tu zapato.
    No hagas más reflexiones de topo y madriguera
    en tu conejeril rincón de mentecato.

    Humo soberbio, sapo que te hinches
    cuando oyes un piropo:
    disuélvete en berrinches,
    resuélvete, desaparece, topo.

    España no precisa
    tu vaciedad de calabaza neta,
    tu mezquindad que duele y que da risa,
    tu vejez inconcreta,
    venenosa, indecisa.

    No te toca la sangre de los trabajadores,
    sus muertes no salpican tu chaleco,
    no te duelen sus ansias ni su lucha:
    tu tiniebla trafica con sus puros fulgores,
    su clamor no halla en ti ni voz ni eco,
    tu vanidad su mismo ruido escucha
    como un sótano seco.

    Hay ojos que derraman raíces amorosas,
    sobre tus ojos tienes
    uñas que a hacerse dueñas de las cosas
    avanzan por tus sienes.

    Necesitan incienso e incensario
    tu secundaria vida,
    tu corazón de espino secundario,
    tu soberbia de zarza consumida.

    Sobre tu pedestal o tu peana,
    monumento de oficio,
    cuando tu salvación está cercana
    quieres llevar un pueblo al precipicio.

    Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera
    a España que jamás te rebuznara
    con esa cara de escobilla fiera,
    de vieja zorra avara.

    No llevarás mi pueblo a la derrota,
    dictador fracasado, rey confuso,
    y caerás por la punta de una bota
    sobre tus flacos días puesta en uso.

    28 de febrero de 1937, en Valencia.