Entre la ley y la conciencia
Raimon Panikkar era el hombre que dominaba el catalán, el castellano, el francés, el italiano, el alemán, el inglés, el hindi, más el latín, el griego clásico, el sánscrito y el hebreo. Era el hombre de los tres doctorados (Química, Filosofía y Teología), de los cinco doctorados honoris causa, de una cincuentena de alumnos de todo el mundo que han escrito su tesis doctoral sobre la obra panikkariana, el catedrático de Benarés, de Harvard y de Santa Bàrbara. Pero Panikkar se sentía incompleto si quedaba reducido a la figura de uno de los más importantes filósofos y teólogos contemporáneos. Lo que Panikkar quería era ver las caras de la gente porque aspiraba a hablar al corazón de las personas. Panikkar fue un activo practicante del libro del Eclesiástico: «Sedúcete a ti mismo, y anima tu corazón, y aleja de ti la tristeza. Que la tristeza ha sido la perdición de muchos, y no hace ningún provecho». Panikkar se ha seducido, nos sedujo, y nos enseñó a huir del miedo: «El miedo es la falta de confianza en uno mismo», decía.La de Panikkar era una sonrisa exigente. «Si usted no es feliz, pregúntese por qué», e insistía: «¿Acaso no sabe que se va a morir? ¿A qué viene tanta desesperación?»
El cliché de Panikkar lo retrata como un puente entre Oriente y Occidente. Todo el mundo lo ha enmarcado entre dos polaridades: este y oeste, cristianismo e hinduismo, el Tíber o el Ganges, la India o Estados Unidos.
Pero si nos imaginamos Oriente y Occidente como las orillas de un río, Panikkar no ha sido el puente, sino el río que vive con las aportaciones que le llegan desde las dos orillas.
No es Oriente por un lado u Occidente por otro, sino Oriente y Occidente a la vez. Panikkar, amante de la música clásica, no soportaba el ruido ni las prisas ni el trabajo mal hecho. Ni la supremacía de la ciencia en detrimento del espíritu. Se negaba a aceptar que el hombre fuese solo un mono desarrollado: «Tenemos un pensamiento histórico, lineal, racional y científico, falto del misticismo y el simbolismo orientales. Y la realidad es también histórica, pero no solamente».
Pero es que además, la verdadera dicotomía en la vida de Panikkar no ha sido entre Oriente y Occidente, sino entre Roma y el Evangelio, o entre la ley y la conciencia, teniendo en cuenta que el cumplimiento estricto de la ley le reportó comodidades y seguridades y que el seguimiento de la conciencia le excluyó del juego del poder.
Porque esta es otra dicotomía desconocida de Panikkar: poder o autoridad. Panikkar siempre prefirió la segunda.
La de Raimon Panikkar es la improbable historia de alguien que ha guardado la libertad de pensar y de actuar. Panikkar se complace en la parábola del hombre que escandalizaba a todo el mundo trabajando en sábado, y a quien Jesús dice en la traducción griega de la Biblia: «Feliz tú hombre, si sabes lo que haces, porque si lo sabes, estás perdonado, y si no lo sabes, la misma ley que ignoras te ha condenado».
91 años han dado para construir una vida muy plena, también llena de contradicciones y errores que se hicieron especialmente dolorosos de soportar a la luz de su autoexigencia en los últimos años de vida. Raimon Panikkar se apagó definitivamente ayer, hacia las seis de la tarde, en presencia de Carme, la vecina de Tavertet que se ocupaba de él solícitamente a todas horas hacía años.
Raimon Panikkar era el hombre que dominaba el catalán, el castellano, el francés, el italiano, el alemán, el inglés, el hindi, más el latín, el griego clásico, el sánscrito y el hebreo. Era el hombre de los tres doctorados (Química, Filosofía y Teología), de los cinco doctorados honoris causa, de una cincuentena de alumnos de todo el mundo que han escrito su tesis doctoral sobre la obra panikkariana, el catedrático de Benarés, de Harvard y de Santa Bàrbara. Pero Panikkar se sentía incompleto si quedaba reducido a la figura de uno de los más importantes filósofos y teólogos contemporáneos. Lo que Panikkar quería era ver las caras de la gente porque aspiraba a hablar al corazón de las personas. Panikkar fue un activo practicante del libro del Eclesiástico: «Sedúcete a ti mismo, y anima tu corazón, y aleja de ti la tristeza. Que la tristeza ha sido la perdición de muchos, y no hace ningún provecho». Panikkar se ha seducido, nos sedujo, y nos enseñó a huir del miedo: «El miedo es la falta de confianza en uno mismo», decía.La de Panikkar era una sonrisa exigente. «Si usted no es feliz, pregúntese por qué», e insistía: «¿Acaso no sabe que se va a morir? ¿A qué viene tanta desesperación?»
El cliché de Panikkar lo retrata como un puente entre Oriente y Occidente. Todo el mundo lo ha enmarcado entre dos polaridades: este y oeste, cristianismo e hinduismo, el Tíber o el Ganges, la India o Estados Unidos.
Pero si nos imaginamos Oriente y Occidente como las orillas de un río, Panikkar no ha sido el puente, sino el río que vive con las aportaciones que le llegan desde las dos orillas.
No es Oriente por un lado u Occidente por otro, sino Oriente y Occidente a la vez. Panikkar, amante de la música clásica, no soportaba el ruido ni las prisas ni el trabajo mal hecho. Ni la supremacía de la ciencia en detrimento del espíritu. Se negaba a aceptar que el hombre fuese solo un mono desarrollado: «Tenemos un pensamiento histórico, lineal, racional y científico, falto del misticismo y el simbolismo orientales. Y la realidad es también histórica, pero no solamente».
Pero es que además, la verdadera dicotomía en la vida de Panikkar no ha sido entre Oriente y Occidente, sino entre Roma y el Evangelio, o entre la ley y la conciencia, teniendo en cuenta que el cumplimiento estricto de la ley le reportó comodidades y seguridades y que el seguimiento de la conciencia le excluyó del juego del poder.
Porque esta es otra dicotomía desconocida de Panikkar: poder o autoridad. Panikkar siempre prefirió la segunda.
La de Raimon Panikkar es la improbable historia de alguien que ha guardado la libertad de pensar y de actuar. Panikkar se complace en la parábola del hombre que escandalizaba a todo el mundo trabajando en sábado, y a quien Jesús dice en la traducción griega de la Biblia: «Feliz tú hombre, si sabes lo que haces, porque si lo sabes, estás perdonado, y si no lo sabes, la misma ley que ignoras te ha condenado».
91 años han dado para construir una vida muy plena, también llena de contradicciones y errores que se hicieron especialmente dolorosos de soportar a la luz de su autoexigencia en los últimos años de vida. Raimon Panikkar se apagó definitivamente ayer, hacia las seis de la tarde, en presencia de Carme, la vecina de Tavertet que se ocupaba de él solícitamente a todas horas hacía años.