Beatriz Guido
Los Insomnes (fragmento)
" Los Torrecillas los miraban sorprendidos. Los mayores se llamaban María Constelación, Mario Venus, Mario Autillos, y la causa de sus nombre estelares es bien obvia e indudablemente conformaron el santoral con María o Mario. La chicas, las niñas se llamaban Ángeles, Pandora. Asistían la mitad del año a la escuela diurna y después las echaban porque se quedaban dormidas en los lugares y oportunidades más insólitos: los recreos, los baños, al izar la bandera, durante las visitas de la inspectora; no hablemos de los exámenes. La noticia de la expulsión era recibida con gran felicidad porque las devolvía a la noche más lúcidas y frescas. O tal vez lo aceptaban como algo lógico y fatal: los habitantes de la noche tienen sus reglas invariables y no se puede pretender que sean regidos por las leyes de los demás. Constelación, la mayor de las chicas, crecía sin embargo con sabiduría y belleza. Mientras la madre, Isabel Torrecillas, practicaba el culto metodista –por el hecho que la iglesia Corrientes le quedaba cerca. Ella esperaba a su padre con chocolate caliente, entretenía a sus hermano y leía en el silencio de la noche mientras sus hermanos se dedicaban a responder por la radio las llamadas de “Una voz en el camino”. Constelación y Othus dirigían a los demás. No había mucho que corregir para escribir la verdad, porque la noche los mantenía lúcidos, apacibles. Sus juegos eran bien específicos: cacerías de ratas, quema de cucarachas o escalar balcones y cornisas. Presentir intempestivos infartos o los partos en el alba. Y, ¿por qué no?, los coitos fortuitos. Porque ellos se habían especializado en el oficio de espías: el espión, el chivato, aquél que horada paredes, desvirga cerraduras, escala inodoros para vigilar por claraboyas y mamparas las letrinas vecinas: el hamacarse entre canefas de bronce hasta poder respirar entre contenidas risas las no placenteras defecaciones o las largas e infinitas evacuaciones de los viejos vecinos. No sólo miraban las estrellas. Se asomaban a los techos vecinos de esa antigua casa de departamentos, con la inconciencia y la avidez de los niños por lo escatológico, donde el ángel se alimenta de excrementos".
Los Insomnes (fragmento)
" Los Torrecillas los miraban sorprendidos. Los mayores se llamaban María Constelación, Mario Venus, Mario Autillos, y la causa de sus nombre estelares es bien obvia e indudablemente conformaron el santoral con María o Mario. La chicas, las niñas se llamaban Ángeles, Pandora. Asistían la mitad del año a la escuela diurna y después las echaban porque se quedaban dormidas en los lugares y oportunidades más insólitos: los recreos, los baños, al izar la bandera, durante las visitas de la inspectora; no hablemos de los exámenes. La noticia de la expulsión era recibida con gran felicidad porque las devolvía a la noche más lúcidas y frescas. O tal vez lo aceptaban como algo lógico y fatal: los habitantes de la noche tienen sus reglas invariables y no se puede pretender que sean regidos por las leyes de los demás. Constelación, la mayor de las chicas, crecía sin embargo con sabiduría y belleza. Mientras la madre, Isabel Torrecillas, practicaba el culto metodista –por el hecho que la iglesia Corrientes le quedaba cerca. Ella esperaba a su padre con chocolate caliente, entretenía a sus hermano y leía en el silencio de la noche mientras sus hermanos se dedicaban a responder por la radio las llamadas de “Una voz en el camino”. Constelación y Othus dirigían a los demás. No había mucho que corregir para escribir la verdad, porque la noche los mantenía lúcidos, apacibles. Sus juegos eran bien específicos: cacerías de ratas, quema de cucarachas o escalar balcones y cornisas. Presentir intempestivos infartos o los partos en el alba. Y, ¿por qué no?, los coitos fortuitos. Porque ellos se habían especializado en el oficio de espías: el espión, el chivato, aquél que horada paredes, desvirga cerraduras, escala inodoros para vigilar por claraboyas y mamparas las letrinas vecinas: el hamacarse entre canefas de bronce hasta poder respirar entre contenidas risas las no placenteras defecaciones o las largas e infinitas evacuaciones de los viejos vecinos. No sólo miraban las estrellas. Se asomaban a los techos vecinos de esa antigua casa de departamentos, con la inconciencia y la avidez de los niños por lo escatológico, donde el ángel se alimenta de excrementos".