120 aniversario del nacimiento de Agatha Christie

Agata Christie es un personaje peculiar, alguien que ha pasado a convertirse en una adicción secreta entre los lectores, una autora a la que se recurre en las vacaciones, de la que se compran sus libros en los puntos de venta de prensa en los aeropuertos o las estaciones como si se tuviera vergüenza de su lectura, que ofrece diversión y misterio pero no, manifiestamente, calidad literaria.

Pero los que hayamos incurrido en sus páginas, sabemos que el sabor de los años 30 y 40 que impregna sus libros, llenos de marqueses con chóferes y jardineros, cuadras y añejos retratos de familia colgados sobre escaleras que se bifurcan, compensa que sus novelas sean artefactos literarios de impecable e implacable eficacia, máquinas bien engrasadas que nos diseñan un crimen, nos presentan un ramillete de sospechosos, los presenta intentando parecer indiferentes a los azares de la investigación y que en las últimas páginas nos demuestran que nuestras sospechas y pálpitos erraban.

Nunca el mayordomo que creíamos será el asesino. La popularidad de Ágata Christie, que al poco de publicar su primera novela, “El misterioso caso de Styles”, en 1920, con la primera aparición del detective belga Hercules Poirot, alcanzó un gran éxito en su país natal, no se corresponde con lo desconocida que sigue siendo su figura entre nosotros.

Nacida el 15 de septiembre de 1890 en Torquay (Inglaterra), fue hija de un corredor de Bolsa norteamericano y de la hija de un capitán de la armada británica. Educada en el típico ambiente de institutrices de rígidas y exigentes maneras, ya en 1906 se trasladó a París para realizar estudios de canto, danza y piano, cuando ya había empezado a escribir sus primeros relatos de adolescente. La vivencia francesa a buen seguro le proporcionó la inspiración para elegir a Poirot como su primer personaje. Encaminada a la respetabilidad, se casó en 1914 con un piloto militar, el coronel Archibald Christie, que le dejaría una única hija, Rosalind, un puñado de amarguras y el apellido de casada con el que firmaría sus obras. En 1928, el matrimonio se cerrará con un divorcio tras haber pasado por un misterio, el único de la vida de Agatha, que incluso ha sido objeto de una película (“Agatha”, 1979, interpretada por Vanessa Redgrave y Dustin Hoffman) y que los biógrafos siguen intentando esclarecer.

El misterio Christie: En 1926, Agatha era ya una autora admirada y querida. Su rostro era bien conocido y allá donde fuera los admiradores la abordaban para saludarla. El 3 de diciembre de aquel año, cuando estaba vigente el éxito de su sexta novela “El asesinato de Roger Ackroyd“, salió de su casa en Styles tras besar a su hija. Durante once días, nada más se supo de ella. Su automóvil, un Morris Cowley con su abrigo y maletas en el interior, fue encontrado abandonado en una cantera en Guilford, al sur de Londres. Se movilizó la policía, la noticia de la búsqueda ocupó las portadas de los periódicos, el público vivió en vilo esas jornadas. Se habló de que podía haberse ahogado en un manantial cercano a la cantera, se especuló con que su infiel marido, el coronel Christie, la había asesinado. La preocupación terminó el 14 de diciembre, cuando fue reconocida por su marido en un lujoso hotel de Arrogate, cerca de la capital, en el que se hospedaba con un nombre falso. Desde diez días antes había estado allí alojada con el nombre de Theresa Neele, justamente el de la amante de su marido, jugando a las cartas, recibiendo tratamientos de hidroterapia y comentando distendida con los huéspedes la desaparición de Agatha Christie. Costó trabajo hacer que reconociera su identidad, pero nunca recordaría lo sucedido. Mientras los maliciosos la acusaban de una maniobra publicitaria pero innecesaria, otros aseguraban que un accidente automovilístico le produjo amnesia. También se habló de un plan de Agatha para desbaratar una escapada amorosa de su marido en las cercanías de la cantera. Lo que sucedió se desconoce. La escritora se escudó siempre en la amnesia. Una crisis nerviosa parece, no obstante, estar en la base de los hechos. Baste decir que incluso Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, intentó encontrar en vano una respuesta a este enigma.

En 1930, Agatha encontraría al fin la estabilidad al casarse con el arqueólogo Max Mallowan, 14 años más joven que ella, al que acompañó en diversas expediciones en Siria. La vida cotidiana durante esas excavaciones, en las que Agatha etiquetaba y fotografiaba los hallazgos, está recogida en un librito encantador y divertido: “Ven y dime cómo vives”. Max morirá en 1978, dos años después que Agatha, que llegó a decir que la ventaja de estar casada con un arqueólogo residía en que a medida que ella cumpliera más y más años, más interesado estaría él en ella. La humorada de la frase se cumplió felizmente. De las expediciones con Max, Agatha extrajo materiales para novelas como “Asesinato en Mesopotamia”, “Muerte en el Nilo”, “Cita a ciegas” e “Intriga en Bagdad”.

Gran legado: En 1961, Agatha será nombrada doctora honoris causa por la universidad de Exeter y Dama del Imperio Británico (el equivalente femenino al título de Sir) en 1971. Morirá el 12 de enero de 1976 en su residencia de Cholsey. Tenía 85 años, y había publicado más de 80 novelas y obras teatrales. Dos detectives muy peculiares, Poirot y la Miss Marple, son su principal legado. Fue una mujer llena de humor, reservada y metódica. Sus méritos y flaquezas ella misma los formuló con exacta concisión: «No soy buena conversadora, no sé dibujar, pintar, moldear o esculpir, no puedo hacer las cosas de prisa, me resulta difícil decir lo que quiero, prefiero escribirlo. Escogí la profesión justa. Lo mejor de ser escritora es que se trabaja en privado y al ritmo que se quiere».