Texto leído en el funeral de Louis Althusser. publicado en Les Lettres Françaises, n° 4. diciembre de 1990, pp. 25-26. Traducción de Manuel Arranz en «Cada vez única, el fin del mundo», Valencia, Pre-Textos, 2005. Edición digital de Derrida en castellano.
Ya sabía que iba a ocurrir, hoy voy a ser incapaz
de hablar, voy a ser incapaz de encontrar, como se suele decir, las
palabras.
Perdónenme que lea, por tanto, y que lea no lo
que creo que debería decir –¿se sabe alguna vez lo que hay que decir
en semejante momento?–, sino algo para evitar que el silencio lo cubra
todo, algunos jirones que he podido arrancar al silencio, en el que,
como sin duda ustedes. he estado tentado de encerrarme en este
instante.
Me he enterado de la muerte de
Louis hace pocas horas,
menos de veinticuatro, volviendo de Praga –y el nombre de esta ciudad
me parece ya violento, casi impronunciable–. Porque sabía que a mi
vuelta de Praga tenía que llamarle. Se lo había prometido.
Cualquiera que se encuentre hoy aquí y estuviera
cerca de Louis
cuando hablé con él la última vez por teléfono sin duda lo recuerda:
cuando le prometí llamarle e ir a verle en cuanto volviera de mi
viaje, su última frase, la última frase que oí de
Louis, fue “si todavía
estoy vivo, sí, llámame, ven a verme, date prisa”. Le respondí en tono
de broma para disimular, tratando de ocultar mi angustia y mi
tristeza: “De acuerdo, te llamo y vengo”.
Louis, se ha acabado el
tiempo, me faltan las fuerzas para llamarte, para hablar, para
hablarte (estás demasiado ausente y a la vez demasiado presente: en
mí, en mi interior). y todavía más para hablar de ti a otros, aunque
sean, como es el caso, tus amigos, nuestros amigos.
No tengo ánimos para hacer un elogio. ni siquiera
para pronunciarlo, habría demasiado que decir y éste no es el momento.
Nuestros amigos, tus amigos que están aquí saben por qué es casi
indecente hablar en este momento –y dirigirse una vez más a ti–. Pero
el silencio también es insoportable. No soporto la idea. como si
dentro de mí tú no soportaras la idea.
A la muerte de un pariente o de un amigo, cuando
se han compartido tantas cosas con él (y yo tuve esa suerte. mi vida
ha estado vinculada de mil formas extrañas a la de Louis Althuseer
desde hace treinta y ocho años, desde 1952, cuando el “caimán” recibió
en su despacho al joven alumno que yo era entonces,
y todavía más desde la
fecha en que. más tarde, en el mismo lugar trabajé a su lado durante
casi veinte años), cuando se recuerdan tanto los momentos sin
importancia o las risas despreocupadas de todos los días como los
momentos intensos de trabajo. de enseñanza. de pensamiento, de
polemos filosófico y político, o también las heridas y
las discordias y los dramas y los duelos. cuando muere un amigo
siempre se produce esta reacción culpable, egoísta sin duda,
narcisista también pero irreprimible que consiste en lamentarse uno
mismo y en apiadarse, es decir, en apiadarse uno mismo de si mismo
pronunciando, como voy a hacer ahora mismo, esta frase convencional
pero que contiene la verdad de esta compasión: “Toda una parte de mi
vida, un largo, rico e intenso recorrido de mi vida se interrumpe hoy,
se acaba y muere con Louis
para seguir acompañándole, como en el pasado.
pero esta vez sin retorno y hasta el final, hasta el mundo de las
sombras absolutas”. Lo que se acaba, lo que
Louis se lleva consigo, no es solamente
tal o cual cosa que habríamos compartido en un momento dado o en otro,
en un lugar u otro. es el mundo mismo, un determinado origen del
mundo, el suyo sin duda pero también el del mundo en el que yo he
vivido, en el que hemos vivido una historia única, irrepetible en
cualquier caso y que habrá podido tener diferentes sentidos para cada
uno de nosotros, como el sentido que tuvo para él también pudo ser
diferente; éste es un mundo que para nosotros es el mundo, el único
mundo, que se precipita a un abismo del que ninguna memoria —incluso
si conservamos, como conservamos, la memoria— podrá salvarle.
A pesar de que encuentro cierta intolerable
violencia en ese gesto que consiste en lamentar la propia muerte al
hablar de la muerte del amigo, no quiero abstenerme de hacerlo, porque
es la única manera que queda de conservar a
Louis dentro de mi, de conservarme
conservándole en mí, como estoy seguro de que hacen ustedes, lo
hacemos todos, cada cual con su memoria, que sólo es ella misma a
partir de este proceso de duelo, con su trozo de historia desgarrado
—y fue una historia tan rica, tan borrascosa, tan especial, una
tragedia homicida que ahora es tan impensable. tan inseparable de la
historia de nuestra época. tan marcada por toda la historia
filosófica, política, geopolítica de nuestra época—, una historia que
cada uno de nosotros aprende todavía a través de sus imágenes, y hubo
tantas, las más hermosas y las más terribles, pero todas indisociables
delante de la única aventura que lleva el nombre de
Louis Althusser.
Nuestra pertenencia a esta época, y creo poder hablar por todos los
que están aquí, estuvo profundamente marcada por él, por lo que él
buscó, experimentó. arriesgó, por todos los gestos concretos o
esbozados. autoritarios y rebeldes a la vez, contradictorios,
consecuentes o compulsivos, de aquella extraordinaria pasión que tuvo
y que no le dejó ningún respiro. ni le ahorró nada —con sus gestos
teatrales, sus desiertos, sus grandes espacios de silencio, las
retiradas vertiginosas. aquellas impresionantes interrupciones
interrumpidas a su vez por demostraciones, por reforzamientos, por
poderosas erupciones de las que cada uno de sus libros conserva el
recuerdo todavía humeante de haber transformado un paisaje alrededor
de un volcán.
Louis Althusser pasó
por tantas vidas, por las nuestras para empezar, por tantas aventuras
personales, históricas, filosóficas, políticas. dejó su huella y su
influencia en tantos discursos, actividades, existencias, con la
fuerza brillante y provocadora de su pensamiento, de su manera de ser,
de hablar. de enseñar, que los testimonios más diversos y más
contradictorios no agotarán jamás la fuente. A pesar de que cada uno
de nosotros haya tenido con Louis
Althusser una relación diferente
(y no estoy hablando
solamente de filosofía o de política), todos sabemos que en ese
particular prisma, apenas hemos adivinado un secreto, un secreto
inagotable para nosotros, sin duda, pero también, de una manera
completamente diferente, un secreto sin fondo para él, porque
Louis fue también otro
para otros, para muchos otros, entonces y en otros momentos, en
el campo de la
enseñanza y fuera del campo de la enseñanza, en la
Rue d’Ulm o en
cualquier otro lugar en Francia, en el partido, en los partidos y más
allá de los partidos, en Europa y fuera de Europa, porque cada uno de
nosotros ha querido a un Louis
Althusser diferente, en un momento determinado,
durante tal o cual decenio, o incluso, como por suerte fue mi caso,
hasta el final, pues bien, esta generosa multiplicidad, esta
superabundancia misma que tuvo, nos obliga a no generalizar, a no
simplificar, a no detener el camino que inició, a no dar por concluida
una trayectoria, a no sacar ventaja, a no hacer borrón y cuenta nueva,
a no saldar cuentas, pero sobre todo a no calcular, a no apropiarse o
reapropiarse, aunque fuera en esa forma paradójica de reapropiación
manipuladora o calculadora que se llama rechazo, a no apropiarse de
aquello que fue inapropiable y que debe seguir siéndolo. Todos tenemos
mil caras, sin duda, pero aquellos que han conocido a
Louis Althusser saben
que esta ley encuentra en él un ejemplo patente, sorprendente,
hiperbólico. Su obra es importante, en primer lugar. por aquello que
testimonia y por
aquello que arriesga, por aquello que ha recorrido con ese fogonazo
múltiple, roto, varias veces interrumpido, por el alto riesgo que ha
asumido y por cómo ha resistido: su aventura es especial. no pertenece
a nadie más.
Lo que pudo separarnos, y hasta oponernos
(implícitamente o no, a veces con dureza, sobre pequeños o grandes
temas), no me importa contarlo, pues nunca ensombreció el fondo de una
amistad que me es cada día más cara. Pues en ningún momento consideré
que lo que le sucedía o lo que sucedía por su causa, en aquellos
lugares en los que yo todavía me encuentro con él, era algo más que
reacciones en cadena, seismos o despertares de volcanes, tragedias
individuales o colectivas de nuestra época, de una época que. como
ustedes, yo compartí con él. Jamás. a pesar de todo aquello que podía
alejarnos o separarnos. jamás pude ni quise observar, quiero decir con
la neutralidad del espectador. lo que le pasaba o lo que pasaba por su
causa. Y de todo aquello que, gracias a él o a traves de él, ha
ocupado toda mi vida de adulto. incluso las duras experiencias que
todos tenemos en mente, le estaré siempre agradecido desde lo mas
profundo de mi corazón. Como de algo que es irreemplazable. Y por
supuesto aquello que tengo más presente. más vivo hoy en día, más
íntimo y más precioso. es su rostro, el hermoso rostro de ancha frente
de Louis, su
sonrisa, todo aquello que en él, en los momentos de calma, pues los
hubo, muchos de ustedes lo saben, irradiaba bondad, solicitud y amor,
manifestando un interés incomparable por lo nuevo que se avecina,
tratando de descubrir los primeros signos de aquello que todavía no
había sido comprendido, como de todo aquello que alteraba el orden,
los programas. los compromisos fáciles y la previsibilidad. De lo que
me ha quedado un recuerdo más vivo es de aquello que en la luminosidad
de aquel rostro traslucía una lucidez a la vez implacable e
indulgente, unas veces resignada y otras triunfante, como lo era a
veces la inspiración de algunas de sus réplicas. Lo que más me gusta
de él, sin duda porque era algo que le definía, lo que me fascinaba.
que otros sin duda han conocido mejor y de más cerca,
era su sentido y su
afición a la grandeza, a cierta grandeza, al gran teatro de la
tragedia politica
allí donde la desmesura compromete, desorienta o rompe sin piedad el
cuerpo privado de sus actores.
El discurso público
sobre Althusser, cuando aborda el eco de nombres propios como señales
o pistas en un territorio que hay que ocupar,
nos permite oír el de
Montesquieu, por ejemplo, o los de Rousseau. Marx o Lenin. Aquellos
que han estado cerca de Althusser, a veces entre bastidores del teatro
político, los que se han acercado a la habitación y a la cabecera de
su cama en el hospital saben que es de justicia nombrar también a
Pascal, por
ejemplo, y a Dostoievski, y a Nietzsche, y a Artaud.
En el fondo, sé perfectamente que
Louis no me puede oír,
que sólo me oye dentro de mi, dentro de nosotros (nosotros. que sólo
podemos ser nosotros mismos a través de la
resonancia en nosotros del otro, también del otro mortal), y me doy
cuenta de que en mí su voz insiste para pedirme que no finja que le
estoy hablando, y me doy cuenta también que no tengo nada nuevo que
decir a los que estáis aquí, precisamente porque
estáis aquí.
Pero por encima de esta tumba, y por encima de
vuestras cabezas, me hago la ilusión de dirigirme a aquellos que
vendrán después de él. o despues de nosotros, pues creo percibir por
algunos detalles que tienen mucha prisa por comprender, por
interpretar, clasificar. establecer, reducir, simplificar, clausurar.
juzgar, es decir, ignorar, ya se trate de un destino tan singular. o
se trate, indistintamente. de las pruebas de la existencia, del
pensamiento, o de la política. Yo les pediría que se detuvieran un
momento, que se tomaran un tiempo para escuchar nuestro tiempo, pues
no tuvimos otro, que descifraran pacientemente todo aquello que en
nuestra época significaba la vida, la obra. el nombre de
Louis Althusser.
No solamente porque la
dimensión de este destino exigiría el respeto. el respeto a un tiempo
de donde provienen esas otras generaciones. el nuestro, sino porque
las heridas abiertas todavía,
las cicatrices o las esperanzas que ponen
de manifiesto, y que
fueron y siguen siendo las nuestras, les enseñarán seguramente algo
esencial de lo que queda por comprender, por leer, pensar y hacer.
Mientras viva, es decir, mientras conserve la memoria de aquello que
Louis Althusser
hizo que viviera con él y junto a él, esto es lo que me gustaría
recordar a todos aquellos que no han compartido su época o que no se
han preocupado por ocuparse de él. Esto es lo que espero poder decir
mejor algún día. sin que sea una despedida de
Louis Althusser.
Y ahora quiero devolverle, o cederle la palabra.
Otra última palabra, y que sea una vez más la suya. Mientras le releía
anoche, ya tarde, reparé en este fragmento, sin intención de leerlo ni
de elegirlo para esta ocasión. Esta en uno de sus primeros textos,
“Bertolazzi y Brecht” (en Pour Marx):
Si, en primer lugar estamos unidos por esa
institución que se
llama espectaculo, pero todavía unidos más
profundamente por los mismos mitos, por los mismos temas, que nos
gobiernan sin nuestro consentimiento. por la misma
ideologia vivida
espontáneamente. Si, a pesar de
que sea por excelencia la de los pobres.
como en El Nost Milan,
comemos el mismo pan. nos enfurecemos por lo mismo, nos indignamos por
lo mismo. tenemos los mismos delirios (al menos en la memoria, que es
por donde merodea esa posibilidad), incluso el mismo abatimiento ante
una época que ninguna Historia impulsa.Si como Madre Coraje, tenemos
la misma guerra a la puerta. a dos pasos de nosotros, e incluso en
nosotros mismos, la misma horrible ceguera. la misma ceniza en los
ojos, la misma tierra en la boca. Tenemos el mismo amanecer y la misma
noche: nuestra inconsciencia. Compartimos la
misma historia —y ahi es donde empieza
todo.