Gioconda Belli. Entrevista a Zoilamérica Narvaez. Son las diez de la mañana cuando me siento con Zoilamérica en el balcón de mi casa para dar inicio a nuestra entrevista. Desde donde estamos sentadas, un punto en lo alto del Valle Ticomo, se ve en el horizonte el lago de Managua, el perfil de la ciudad asentada sobre su costa, la Península de Chiltepe abrazando la laguna de Xiloá y la hermosa cadena de volcanes azules al otro lado del lago. Es un día claro, recién lavado por la lluvia y las dos nos quedamos un rato observando la magnificencia de este incomparable paisaje nicaragüense.
La Zoilamérica que está frente a mí, ya no es la niña que conocí en Costa Rica, en el exilio. Era entonces una niña de diez años, callada y seriecita, que se dedicaba como madre al cuido de su hermano Tino quien, en ese entonces, era un bebé. Esta Zoilamérica ya no es tampoco la adolescente que veía en las idas y venidas de la Revolución: una muchacha muy alta, larguirucha, delgada, que caminaba viendo hacia el suelo, un poco encorvada, envuelta en un aire de tristeza. La Zoilamérica que tengo delante es ahora una mujer erguida, hermosa, de largo pelo negro, vestida de jeans y una camisa con diseños geométricos blancos, negros y morados. Me llaman la atención sus manos de dedos largos, expresivos. El timbre de su voz es ligeramente ronco; su risa me recuerda la de su madre.
Esta entrevista, le digo, no es para que vuelva a contar lo que ya dijo en su testimonio, sino para que quienes la lean puedan comprender mejor quién es ella, las circunstancias que rodearon su vida, cómo es que sucedió el abuso, qué significó para ella y qué la motivó a hacer su denuncia.
Asiente con la cabeza. Me da la impresión de una persona segura de sí, serena. Durante la entrevista me impresiona su coherencia, su sencillez y me da gusto ver que, a pesar de todo, ha conservado una cierta inocencia, algo de niña, que le permite el optimismo, la esperanza.
Vamos a empezar por el principio, le digo. Háblame de tu infancia, donde vivías, por qué fue tan importante tu abuela para vos.
Viví los primeros años de mi infancia con mis abuelos en Managua. Mi mamá tenía 16 años cuando me tuvo, así que yo fui prácticamente adoptada por mi abuelita. Le decía mami a mi abuelita. Mi mamá vivía en otro lugar. Hasta que murió mi abuelita, cuando yo tenía seis años, viví en un ambiente de mucho cariño. Recuerdo hasta las canciones de cuna que me cantaba mi abuelita cuando me chineaba. Cuando el terremoto, fue ella la que me sacó de los escombros de la casa, que se derrumbó. Fue una figura muy importante en mi vida. Después del terremoto vivimos en distintos lugares mientras mi abuelito construía la casa. Estando en Ciudad Jardín, en una casa alquilada, mi abuelita murió en un accidente de tránsito. Yo iba en el carro con ella cuando el accidente. Cuando recuperé la conciencia la ví en el asiento delantero. Le hablé "mami, mami", pero ya no me contestó. Después me sacaron del carro. Eso marcó un corte definitivo en mi vida. A partir de ese momento empecé a sentirme muy sola. Sentí que todo sería diferente y empecé a meterme en mí misma, para poder estar con ella.
Qué pasó después que murió tu abuelita?
Rafael, mi hermano, y yo, nos fuimos a vivir con mi mamá, pero como mi abuelo necesitaba mucho de nosotros pasábamos tres días en su casa. Después que se murió mi abuela, mi relación más cercana fue con mis tías abuelas. Ellas querían ayudarle a mi mamá y se fueron a vivir con nosotros. Mis tías-abuelas eran del tipo que te chinean en la mecedora hasta los diez años; de las que rezaban el rosario todas las noches con las letanías, el "ten piedad de nosotros", "piedad de nosotros". Me ponían caramelitos en las carteras. Mis tías abuelas son como almas protectoras para mí, son como mis otras madres, porque, afortunadamente, yo tuve varias madres sustitutas.
Estaban también mi tía Lourdes, mi tía Violeta, que era bien brava. Hacía como que me daba con una regla en la cabeza cuando no podía multiplicar (se ríe). A ella yo le ayudé a jalar con su primer esposo. Salía a darle razones al novio de a qué horas pasarla trayendo, le robaba cigarros a mi abuelo para ella. Mi tía Lourdes era la perfección y pulcritud. Llegaba y me limpiaba las orejas, el ombligo, me hacía unas colas de las que no podía salirse ni un pelo, tan estirada que se me achinaban los ojos.
Y cómo fue la vida con tu mamá?
Tener una mamá joven creo que para todo mundo es difícil. Ella no cuadraba en la imagen de mamá tradicional. Estudiando en el Teresiano, la imagen que veía yo era la de la mamá ama de casa, la mamá que se dedica a ir a dejar al niño a la puerta, a darle de desayunar, a ir a las reuniones a traer los boletines, a llegar al colegio, estar en la casa. Pero yo tenía una mamá totalmente diferente. Mi mamá trabajaba en La Prensa. Era una mamá trabajadora, profesional, secretaria, que además pertenecía a los movimientos de artistas. Siempre andaba de cotona, con chereques. Y ese mundo de los artistas, y el mundo del Frente, los peludos, los muchachos, a mí me rompía los esquemas. Era un mundo muy liberal y yo no lo entendía, sobre todo porque estaba siendo formada en un colegio religioso, con un abuelo y unas tías que también tenían formación religiosa. A mí me costaba entender inclusive las relaciones que mi mamá tenía con sus parejas. Todo eso chocaba con la expectativa que el mundo me había creado de lo que era una mamá, que no era la mamá que yo tenía.
Y no le preguntabas sobre lo que hacía? No te hablaba de sus cosas?
No recuerdo haber tenido cercanía con ella. Algo me inhibía. Ella era como una hermana, como una persona que habitaba en la misma casa. Era una persona más en la casa. Mi diálogo, mi comunicación era con mis tías abuelas. Cuando salimos al exilio en Costa Rica, hubo un acercamiento, pero tampoco fue muy positivo porque era una etapa muy tensa para ella, muy para ella. Nosotros éramos como algo que ella acarreaba a sus proyectos. Yo sentía que mi mama no sabía qué hacer con nosotros. Pero también, creo que fue difícil para mí encontrar en ella lo que me dio mi abuela. Esa sustitución no la pude hacer tan fácilmente.
Cómo era tu relación con tu hermano Rafael?
Como teníamos sólo un año de diferencia, nos hicimos mucha compañía. Jugábamos. La relación era muy buena, era alegre, divertida. Como los dos fuimos criados por muchas viejitas que nos consentían, los dos nos dimos gusto jugando. Tenemos muy buenos recuerdos de los que aún nos reímos.
Y tu papá, qué papel jugó él en tu vida?
Desde que tuve uso de razón, mi papá era Anuar Hassan. Mi papá fue Anuar hasta los diez años. Al casarse mi mamá, él asumió responsabilidades de padre. Cuando ellos se separaron y hasta 1977, él siguió preocupándose por nosotros. Llegaba incluso en las Navidades. También la familia Hassan nos quería. Cuando murió mi abuelita fueron muy buenos conmigo. Siempre nos quisieron mucho. Como mi tía Lourdes se casó con Omar, hermano de Anuar, él continuó esa tradición.
Es hasta 1977 que voy a viajar a Costa Rica, y hay que sacarme pasaporte, que una de mis tías abuelas viejitas, me llama a un rincón y mostrándome una foto de periódica amarillenta, me dice "tu papa no es Anuar" sino que es este hombre. En la foto se anunciaba el casamiento de mi mamá con Jorge Narvaez. Entonces mi papá era Jorge Narvaez. Yo repetí el nombre: "Jorge Narvaez" Me pareció un nombre bonito, me pareció una historia de novela, el nombre me sonaba. Vi a una persona morena, alta y ya estuvo. Mi tía me contó anécdotas, me dijo que mi papa era muy juguetón, que tenía un sentido del humor, que me decía Georgina porque me parecía a él. Me contó anécdotas y me acuerdo que la llegada a los quesos Narvaez para mí era importante porque me sentía que me reconectaba con una parte de mi familia. Cuando mi mamá se dio cuenta de que mi tía me había contado, se enojó con ella. Todo lo de mi papá era un misterio. No sé cómo murió. Creo que murió en un accidente, pero también oí decir que se había suicidado.
Qué sentiste cuando te fuiste de Nicaragua al exilio con tu mamá? Entendías lo que estaba pasando?
Para mí, de niña, el exilio fue la experiencia más dura porque la muerte de mi abuela la asumí en el interior, es decir que mi abuela murió pero yo la guardé adentro, pero el exilio fue desgarrante. Sentí que me arrancaron de todo el amor y me hicieron vivir cosas que nunca había vivido, desde ausencia total de cariño, afecto y protección, hasta lo económico, porque pasamos muchas dificultades. Además fue cuando comencé de verdad a conocer a mi mamá, porque nunca habíamos vivido tanto con mi mama. Mi abuelito no quería que nos fuéramos a Costa Rica. Mi abuelito peleó, incluso amenazó a mi mamá como que presentía lo que iba a pasar. Mi mamá no sabía qué hacer con nosotros porque nunca nos había tenido. Yo me acuerdo saliendo de Managua en el vuelo de Pan Am, mi mamá tratando de construirnos ilusiones, que si nos iba a comprar juguetes, porque sabía que nos tenía sin tenernos de verdad y de que íbamos a un mundo desconocido.
Se fueron a Panamá, no? Cómo fue tu vida allí?
Cuando nos fuimos al exilio, mi mamá estaba embarazada de Tino. Ella tenía su compañero, pero después, cuando nos fuimos a Costa Rica, el desapareció un buen día de nuestras vidas. En ese grupo familiar, en Panamá, mi papel era cuidar a Rafael, cuidar a Tino y cuidar la casa. Yo tenía mi rutina: en la mañana me iba al colegio bien temprano y por la tarde, cuando llegaba, lavaba y planchaba mi uniforme y el de Rafael, porque sólo teníamos uno. Después me iba a la lavandería a lavar la ropa de todos, caminaba seis cuadras a la lavandería con las bolsas. Rafael nunca quería ir y yo le decía a mi mamá que lo dejara, que pobrecito que se quedara jugando Después, limpiaba el apartamento. Cuando nació Tino, yo acompañé a mi mamá el día que parió. Fue una experiencia bien rara porque era una clínica bien chiquita en Panamá y yo escuchaba los gritos de mi mamá pariendo. Entonces yo sentía un gran miedo y me agarró por correr de arriba abajo en la clínica porque estaba sola, entonces corría de un lado al otro. A Tino lo empecé a cuidar desde recién nacido. Le hacía la comida: carne molida con verduras licuadas, le hacía la pachas. Se las quemé una vez porque se me olvidó sacarlas del fuego.
Recordás la primera vez que viste a Daniel Ortega?
Yo veo a Daniel Ortega en una casa donde nos habíamos cambiado en Costa Rica. Lo conocí como "Enrique". Lo ví en la cocina. Me acuerdo del hombre vestido con camisa a cuadros verdes, blue-jean, los anteojos gruesos, el bigote, el pelo algo alborotado porque yo creo que se había hecho permanente. Me inspiró desconfianza. Era como un hombre que escondía algo, de esas personas que cuando te vuelven a ver, no sabés que es lo que están viendo. Esa fue mi primera impresión antes de saber que él tenía una relación con mi mama. Se sabía que el era importante por la manera en que lo trataban los demás.
En esa casa siempre había gente que entraba y salía. Cuando yo noté que había una relación entre "Enrique" y mi mamá, yo me dí cuenta que era una relación diferente. Había un trato más cercano entre ella y él de lo que yo había conocido en sus otras relaciones.
Recuerdo que él hacía intentos de acercamiento pero yo, por mi propia timidez y no sé por qué, no sé si por instinto o qué, le puse muchas barreras. No hablaba con él, le contestaba una frase, daba la vuelta y ya, pero no intimé. Estoy apenas conociendo a Daniel Ortega, cuando lo encuentro acostado con la empleada; después también con otra compañera.
A mí se me enredó todo. No puedo decirte qué pensé, pero eso fue recién conociéndolo. Por eso es que yo he dicho que desde el inicio no hubo un vínculo de afecto, sino un vínculo de desconfianza, porque yo lo conocí haciendo ese tipo de cosas. No sé cómo mis ojos de niña vieron eso. Yo había visto tanta cosa rara a mi alrededor, cosas que yo consideraba "inmorales", cosas que lesionaban mis convicciones morales, cuando las fiestas en mi casa en Managua con "los peludos" que ahora que veía esto, no se si me aterroricé o simplemente pensé que era una cosa más de las cosas que yo había visto. Lo de Daniel pues yo creo que lo ví como una cosa más. Claro cuando empiezan ya las bromas a mí y todo eso, empiezo a sentir temor, malestar.
Y eso pasó a los varios meses de que él estaba viviendo con ustedes?
No. La agresión verbal vino muy pronto. Por mi misma formación del colegio, de las monjas, de mis abuelos, de mis tías abuelas -yo fui formada por viejitas- yo era muy sensible a las malas palabras y vulgaridades. Entonces cuando aquella persona (Daniel) empieza, sin ni siquiera conocerme, a decirme cosas, me da cólera, malestar. Me acuerdo que yo pasaba con mi toallita a bañarme y él se quedaba haciendo jolgorio con los otros hombres adultos, diciendo "allá va, estás buena, allí vamos a llegar al baño, te vamos a llegar a ver" Todas esas cosas a mí me causaban mucho rechazo. Ese rechazo me quedó mucho tiempo.
Yo no le aceptaba piropos a nadie hasta hace poco. Me molestaban las alusiones a mi cuerpo, fueran buenas o malas. Por eso quizás la seriedad de Alejandro -Zoilamérica se refiere a su ex-esposo, Alejandro Bendaña- fue fascinante para mí. Pero bueno, esas primeras alusiones de Daniel fueron bien abruptas. Yo sentía que transgredía mi intimidad, que se metía demasiado conmigo. Cuando nos pasamos a otra casa, donde ya sólo vivía la familia y había mayor privacidad, fue más fácil para él entrar al baño. El recogía mi ropa interior -por desordenada, yo la dejaba volada en el baño a menudo- y el la recogía y me seguía con ella por la casa. La olía. Me decía "mirá qué rico". La irrupción de el en mi intimidad de cipota, era lo que en ese momento yo más resentía. No te puedo decir que entendía la amenaza de una violación porque no la entendía. No percibía el peligro de que me pudiera hacer algo. Sentía únicamente que era una persona vulgar, que me decía cosas que no me gustaban y que me producían cólera.
Las cosas empiezan a cambiar cuando él pasa de la agresión verbal al contacto físico, al roce de la pierna, a cuando lo encuentro por primera vez sentado en la cama. Yo empiezo a sentir que él me está observando todo el tiempo, que está pendiente de todo lo que yo hago. A la vulgaridad se suman las provocaciones, como decirme por ejemplo que por qué no tenía amigos varones, que si era lesbiana, que si el chofer del bus me tocaba, que me manoseaba, transfiriéndome conductas sexuales que yo estaba lejos de imaginarme siquiera porque tenía sólo once años. Es decir, no había tenido ni siquiera mi primer novio, apenas un chavalo en bicicleta me había tocado la mano y eso para mí había sido una gran cosa. De esa parte yo recuerdo poco. Lo recuerdo masturbándose, lo recuerdo al lado de mi cama. Tengo otros recuerdos, pero son más difusos.
Yo me he preguntado cómo es que yo asumí lo que estaba viviendo, porque yo no acababa de entender lo que pasaba, porque si yo hubiera visto la peligrosidad de las cosas, yo me hubiera quedado viviendo con mi abuelito al momento del triunfo. Pero yo no tenía la claridad porque el mundo no nos prepara a las niñas para esas cosas.
Y por qué no hablaste cuando llegaste a Nicaragua?
Por qué cuando vengo a Nicaragua yo no hablo? Porque a mí me deslumbró la Revolución, me deslumbró el regreso, el reencuentro con mis fuentes de amor de apego, mis abuelos, mis tías viejas, mi todo. Acordate que yo tenía doce años y me deslumbró la vida de princesa. Después de tanta carencia, pasamos a ser lo que éramos. Me deslumbra venir al país en otras condiciones, en otro ambiente. Era como un cuentos de hadas, en una casa que parecía palacio, por primera vez con una familia de hombre, mujer e hijos, sin escondernos, mi abuelo cerca. Era deslumbrante, entonces todo eso operó en mí para minimizar lo que podía ser la amenaza.
En la casa de Don Jaime Morales yo me sentía como en el cuento de la Ricitos de Oro y los Tres Ositos. Dio la casualidad que Don Jaime tenía dos hijos varones y una mujer. Llegamos a la casa de Don Jaime y el cuarto de la muchacha, que pasó a ser mi cuarto, estaba tal y como ella lo había dejado, con un tocador lindísimo. Era un cuarto alfombrado, con un closet enorme, una sobrecama linda de cuadritos celestes, el closet lleno de ropa, blue jeanes de marca, abría las gavetas y estaban los cosméticos, las pulseras, los relojes, todo. Y yo preguntaba "y podemos tocar?" Recuerdo que viví con las cosas de la muchacha y jugué con sus cosas hasta que a los quince días llegaron de parte de Don Jaime a llevárselas.
Tengo que reconocer que de Julio 79 a Julio 80, yo me dediqué a ser la "princesa" -Zoilamérica hace un gesto de burla- Vivía preocupada por mis uñas que siempre me había comido. Iba a clases al Rigoberto, que antes era el 1o. de Febrero. En el colegio era callada porque tenía poca experiencia de estar en colegios mixtos y los hombres me daban miedo. Me costó mucho adaptarme al colegio, pero yo iba a clases y luego volvía a mi vida de princesa encerrada en mi cuarto, oyendo música. Mi mamá me regañaba porque no era sociable. Tenía uno que otro amigo en sexto grado, pero no leía periódicos, no me interesaba lo que estuviera pasando afuera.
Y con Daniel, cómo era tu relación entonces. Recordás algo agradable?
En Costa Rica, él se mantenía fuera la mayor parte del tiempo. A veces ni dormía en la casa, así que lo veía en las mañanitas cuando me iba a bañar o si habían reuniones en la casa. Cuando ya vivimos en Managua, él se levantaba religiosamente todas las mañanas a darnos a Rafael y a mí los cinco córdobas para el colegio, que era una cosa que nunca había pasado con mi mamá, que alguien nos despidiera. Por otro lado, estaba pendiente a la hora del regreso. Sin embargo, esa es la misma etapa de las llegadas al cuarto de noche. O sea que eran como dos cosas: el mundo de noche y el mundo de día. En el día, la princesa; en la noche el horror. En la noche era la figura que aparece en las sombras no sabés cómo; una presencia física que entra al cuarto y se masturba, que te hace sentir perseguida, que te sigue donde vayas. En el día, él nos daba los cinco córdobas. El hombre de la noche era como otra persona. El mundo del día era demasiado bueno y lo incluía a él. El mundo de noche era otro.
Y cuando termina tu vida de "princesa"?
En la lucha de mi mama por sacarme de mi encierro, de pasar las tardes encerrada oyendo música, me dice que haga algo social. Yo le digo que quiero dar clases a "niños pobres" , como les decían en el Teresiano. Entonces me habla de la Cruzada de Alfabetización. A mí, por estar en sexto grado, me tocaba quedarme en Managua, pero yo quise irme fuera de Managua y así es como aparezco a los doce años en Nueva Guinea. Obviamente, la Cruzada me concientizó como a muchos jóvenes. Ví al campesino, aprendí a la par de la cartilla la historia de la revolución, supe de lo que era la convivencia con otros muchachos y muchachas, también maduré como adolescente, ingresé a la Juventud. O sea que también allí empecé mi vida política y la empecé con esa formación moral férrea. Me acuerdo que yo fui a alfabetizar a una casa donde ya habían corrido a dos brigadistas porque fumaban, tenían costumbres que la familia, que era evangélica, no le gustaban. Entonces la solución fue mandar a la chavalita bien portada, que por chavala se iba a adaptar mejor. La convivencia con esta familia evangélica acrecentó mucho mi fe y mi espiritualidad que fue algo que mantuve aún en Costa Rica donde yo iba solita a misa todos los domingos sin que nadie me dijera. Entonces, la cruzada para mí fue un reencuentro con la fe. Iba al culto todo los días, me sabía todas las canciones del culto. El señor, jefe de familia, me aceptó recibir clases de la cartilla, si el me daba clases de biblia. Fue una experiencia completa de renovación de fe, concientización política, conocer Nicaragua, conocer otro mundo. Regresé con un sentido de convicción política, más madura, pero me acuerdo de haber bajado al pueblo a caballo, ya el ultimo día de la cruzada, llorando porque sabía lo que me esperaba.
Qué pasa a tu regreso de la Cruzada?
Al regresar, es cuando yo empiezo a percibir más claramente la amenaza de la que estoy siendo objeto. Y es que en 81 y 82, a mis trece y catorce años, el acoso se acentúa. Es ya el manoseo, la agresión física. Ciertas personas a las que yo les dije algo en esa época, personas que yo ya ni recordaba, se me han acercado ahora para decirme que entonces, cuando yo les conté, se habían sentido impotentes para hacer nada.
Y a Rafael por qué no le contaste?
Porque se exacerbaron todos los mecanismos. Cuando yo regreso con conciencia política, se abre para él (Daniel) un espacio más en el que domesticarme, domarme. Se abre para él la posibilidad de decirme cómo debía ser una sandinista. Y él me transmite esquemas férreos, bien fuertes en términos de su versión de lo que era la "moral revolucionaria" que yo veo ahora precisamente apuntaba a conservarme dócil, en un ambiente exclusivamente de la casa. En ese contexto, yo no podía contarle a Rafael. Yo siento que en mí habitó una inmovilidad, una somnolencia. Yo vivía eso, pero no quería admitirlo. En ese momento, sin embargo, es cuando yo le cuento a la Alicia -Alicia era quien cuidaba a Zoilamérica y se encargaba de administrar la casa- en un momento de angustia.
Y tu mamá no se daba cuenta de nada?
Cuando yo empiezo a enfermarme, a vomitar en la noche, a salivar, yo creo que ella empezó a sospechar.
Pero vos, qué sentías por él?
El se convirtió en esos años en una figura muy importante en mi vida porque estaba allí. En cualquier momento, estaba allí. En la casa, estaba allí. En todos mis tiempos libres, estaba allí. Ejerció una paternidad afectiva y política, que no era, sin embargo, del todo coherente. Nos decía, por ejemplo: "ustedes no me van a usar blue-jeanes gringos", pero mi mama los usaba. El nos había formado para ser ejemplos, debíamos ser ejemplo porque éramos hijos de un dirigente. Pero esa paternidad política también se volvió un esquema completo de dominación. El me decía que yo iba a ser la niña de la revolución que él nunca tuvo. O sea que yo iba a ser ejemplar, pero todo esto en función de él, no en función de la revolución. Yo siento que él me cultivó políticamente como parte de todo un mecanismo para tenerme dominada. Era un doble caso de abuso de poder porque los otros papás que abusan no tienen el poder político que el llego a tener y a usar sobre mí.
Cuando se acentúa el rechazo de mi mama hacia mí, tal vez por instinto, o porque ella no quería enfrentar la situación o por lo que fuera, él empieza a construir un mundo para mí que empieza cuando mi mama se va en las tardes a trabajar. El diseñó una especie de familia dentro de la otra familia. Dentro de la rutina de atención, de compañía y de incorporarnos en su quehacer diario, nos llamaba a ver televisión. Para mí allí empezó la pornografía, la erotización; en la siesta, en la dormida. El llegaba de las dos a las seis y media, siete, las horas que no estaba mi mamá. Durante esas horas, el creaba las oportunidades que necesitaba, que incluían hasta ver televisión con nosotros, para gestar las formas de abuso. Me ponía a ver películas pornográficas, por ejemplo.
Cuando mi mamá me sacó de la casa y me puso a vivir en una casa contigua, sola, el abuso empezó a ser cada vez más complejo. El controlaba todo en esa otra casa. Eran llamadas continuas de teléfono, era él quien me proveía de todo lo material. La Juventud Sandinista, a la que yo pertenecía, también le servía de soporte para mantenerme en su mundo, controlada. A pesar de todo esto, la Juventud fue para mí una importante ventana y yo participé en las tareas de la Juventud porque realmente me gustaba ese compromiso, nadie me forzó. Tuve el gran privilegio de tener a mi lado en la Juventud a responsables muy valiosos. Mario Caldera fue uno de ellos. En esa parte él (Daniel) no irrumpió, aunque si fue él quien me hizo entrega del diploma de militante.
Entonces él como que diseñó ese mundo en el que no entraba nadie más que quien él permitía. Las tres amigas que entraban a ese mundo, eran tres amigas que el conocía, con las que se identificaba, que lo respetaban. Ese mundo es lo que yo llamo el cautiverio, la prisión que él hizo para mí. Era un escondite; un escondite de lo que mi mamá no quería ver. Mi mamá quería tenerme escondida, pero también el mundo quería tenerme escondida, el quería tenerme escondida y yo quería tenerme escondida porque no quería que nadie supiera lo que pasaba.
Eso estableció la realidad del escondite. El escondite de lo que la familia escondía, de lo que la vida escondía. Y el único que llegaba al escondite, era él. Yo creo que él también estaba escondido allí. Allí escondía todo lo que no quería que se supiera de sí mismo.
Y el poder qué papel jugaba en todo esto?
Se dice que yo disfruté del poder. Yo sí acepto que lo hice en mi año de princesa, pero ya después fue de otra manera. Yo siempre me mantuve en colegios estatales. Cuando fui dirigente de la juventud lo fui en barrios populares, en la carretera norte, en los barrios orientales, siempre mantuve un vinculo con los sectores más pobres. Y esto me mantuvo conectada al barrio de mi infancia, a San José Oriental. Esto hizo que no me despersonalizara. El único mundo que se mantuvo siendo de princesa eran los actos oficiales, era donde yo aparecía al lado de la familia.
Haber sido expulsada tempranamente de la casa donde estaba el mundo mágico también fue, en términos de la formación política, una bendición, porque si bien la soledad me abatió porque comía sola, estaba sola, en esa casa no tuve abundancia. Entonces yo no cambié.
Una manera de quitarle valor a tu acusación ha sido decir que te enamoraste de Daniel Ortega qué decís vos sobre esto?
Yo siempre digo que, hubo etapa, hay un tiempo allí de dependencia, que no es enamoramiento porque es un sentimiento que nace distorsionado. Emotivamente, en términos de sentimientos, pasé del miedo al acomodamiento, que sí tiene un componente afectivo en términos de que vos llegás a agradecer, llegás a desarrollar sentimientos de gratitud. Porque llega un momento en que todo es distorsión. Yo debo haber sentido que él era lo único que yo tenía. Eso es lo más duro. Así que en algún momento, mi sentimiento predominante hacia él fue de gratitud porque él me protegía. Aunque era mi agresor, era una compañía, una presencia, alguien que estaba allí. La Alicia, cuando ella y yo hablamos, me dice "por qué yo no hacía nada?" "Porque era el único que te podía dar algo, el único. Sacarte de allí, para qué" Entonces, esa fue la etapa en que yo acepté la situación y por aceptarla, le empecé a buscar explicaciones. No dejaba de agredirme la situación, mis amigas de ese entonces son testigos de que yo les contaba los vejámenes, pero él allí estaba. Entre 83 y 86, como que me adormecí, es decir, me resigné, me cree una explicación, me quedé allí y dibujé ese mundo con lo que yo necesitaba para no sentirlo mounstruoso, para intentar quitarle todo el terror.
Y qué pasó en 86?
Cuando en el 86, empiezo los intentos de liberarme, la persona entonces se me transforma en el perseguidor. Y digo el perseguidor porque era como una cacería. Fue la etapa en la que él me dio más miedo. En los primeros años, el miedo que yo sentí era el miedo a la noche, al fantasma, al monstruo de máscaras. Pero, ya mayor, entre los quince y los dieciocho, fue el miedo al hombre que te podía hacer algo. Ya empecé a tener instinto de riesgo de mi vida porque aquí ya entraron los mecanismos de escuchar mis llamadas, el mecanismo de los escoltas vigilándome, el mecanismo de amenazar, el mecanismo, incluso, del chantaje emocional, de verlo llorar diciéndome que no me fuera de la casa, de llamadas en llanto, de los mensajes de la voluntad de Dios, del castigo de Dios. Allí se afianzó el modelo de dominación sicológica y de la prisión.
Como te decía, yo vivía desde los once años en su mundo, pero el mundo que él fue construyendo pasó por varias etapas. El primero fue el mágico, donde el era bueno de día y mounstruo de noche, pero este último ya fue el cautiverio en su máxima expresión, donde me privó de mi libertad porque yo lucho por salir y ya no puedo. Y ya no puedo porque yo no puedo y porque él me convence de que yo no puedo. Entonces lo mas grave de esos años, del 86 al 90, además de lo que pasaba, es que él me hizo sentir a mí de que yo no podía salir de ese mundo. Alejandro me cuenta que la primera vez que nosotros hablamos de lo que sentíamos, yo le dije fue que yo tenía una situación de la que yo no podía salir y de la que nunca iba a poder escapar.
Cómo fue que pudiste tener una relación con Alejandro si Daniel Ortega te tenía tan controlada? No se opuso a tu matrimonio?
Yo conocí a Alejandro por mi trabajo en la Cancillería. Era mi jefe. Trabajábamos en el mismo departamento y oficina. Eso facilitó la comunicación, el vínculo y la posibilidad de vernos. En 89-90 empezamos a andar. Yo me había ido de la casa contigua porque mi mamá me había corrido y eso agilizó un proceso de relación con Alejandro. Mientras tanto, yo ni siquiera había tenido fuerzas para decirle a Daniel "no quiero volverlo a ver, déjeme en paz", no. El sigue vigilándome y sigue incidiendo en mi vida. Cuando Daniel sospecha del asunto y confirma sus sospechas, lo acepta porque considera a Alejandro una persona leal a él que le guardará el secreto. Entonces empieza su nueva manera, que eran las llamadas, la búsqueda. Era su manera de decir "aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy. Estoy donde vos estés". Entonces era la voz diciéndome: "Ajá, me dejaste. Estoy solo.
Me dejaste solo. Ya sabés que yo no tengo nada". Me chantajeaba haciéndose la víctima. Daniel no quería que me casara, y me continuó llamando con pretextos de todo tipo para que yo llegara a lugares donde él pudiera seguir su acoso y abuso. Incluso, más tarde, intentó acercarse a nuestras actividades sociales con la idea de crear circunstancias que permitieran prácticas sexuales aberrantes. Esto él me lo hizo saber de forma explícita. Por otro lado, asistió a mi matrimonio en 1991, al que no llegaron ni mi madre, ni mis hermanos; y también llegó a verme al hospital después del parto de mi primer hijo, y me llevó un regalo. Siguió sus atenciones como padre "público", mientras continuaba por teléfono las aberraciones, vulgaridades e insinuaciones sexuales. Para entonces, yo sentía que necesitaba estar aislada, protegida de él y de un mundo que no entendía, al que no me adaptaba.
Por qué no dijiste nada en el 90?
Por qué no hablé en el 90? Lo explica mi misma relación de matrimonio. Yo salgo al mundo y me doy cuenta que no sé vivir en el mundo. Me siento totalmente desadaptada de todo. Siento que nada me da seguridad, ni siquiera el matrimonio, que nada me da estabilidad. Empiezo a construir yo la otra cárcel, la cárcel del ser desbastado, para protegerme. Mi primer año de matrimonio fue terrible. Yo tenía muchas ilusiones, muchos sueños con mi matrimonio, pero no sabía por donde empezar. Estaba demasiado destruida.
Por fin me agarré de lo profesional y encontré allí una forma de alimento y sustento. Empecé a trabajar con los desmovilizados en reconciliación, en no violencia. No sabía por qué eso me hacía sentir bien. Me identifiqué con los desmovilizados de una manera muy intensa y dediqué a eso siete años. Yo me ví en ellos. Eran seres que no se adaptaban, que no se adaptaron a la vida civil, que tenían traumas, que tenían miedo de recordar, que traían heridas y que, por otro lado, necesitaban reintegrarse y no hallaban cómo. En el trabajo con los desmovilizados, me humanicé y creo que entonces asumí una actitud de sobrevivencia, que es lo que han hecho todos estos muchachos después de la guerra: sigamos sobreviviendo con nuestras vidas que sangran, con vacíos, con dolor, y sin sueños. Simplemente sobrevivamos.
Pero también el enfoque de la reconciliación, empezó a ser para mí un enfoque de reconciliarme conmigo. Yo reconozco ahora que muchas de las maneras en que yo no disfrutaba la vida eran formas de castigo, porque el rechazo de mi madre siempre me hizo pensar que yo tuve la culpa. Antes de que se dijera lo que se ha dicho en la calle, yo lo pensé primero: que si yo me le metí, que si le quité el marido a mi mama; que por qué no tuve fuerzas para rebelarme. Tuve que echarme todas esas culpas a tuto, hasta echarme la culpa de si él se enamoró por culpa mía y de si yo lo hice sufrir también a él.
Y cuando nacieron tus hijos?
El embarazo tocó mis anhelos más íntimos y recónditos de gestar vida; de alguna manera gestar mi propia vida, entonces mis dos embarazos fueron una cosa maravillosa. Mi estabilidad emocional nunca había estado mejor. Yo creo que yo me volví a parir a mí misma.
Pero una vez que tuve a los niños, volvía al mismo ciclo. Empecé a tener a mis hijos sobreprotegidos, es decir, los niños tenían mis mismos miedos de vivir. Tuvieron embarazos felices, pero cuando llegaron al mundo, llegaron a mi mundo de miedos, a mi mundo de amenazas, a mi mundo de cautiverio. Y mis hijos se criaron, hasta hace año y medio, o sea sus primeros cuatro, cinco años, con mucho amor, con mucho apego, pero con miedo. Mi actitud era vengan, no se me vayan, que allá está el mundo, ese mundo al que yo no me puedo adaptar. Si yo no me puedo adaptar, si le tengo miedo a ese mundo, por qué van a ir ellos, les va a pasar lo mismo. Entonces, sin querer les empecé a quitar vida también, la misma vida que yo me negué. Y fue a través de mis hijos que yo desperté.
Cómo llegaste al momento de la denuncia. Tuvo algo que ver el congreso del Frente, sentiste en algún momento una responsabilidad moral, ética de dar a conocer lo que te había sucedido?
En 1997 yo cumplí 30 años. Fue un año en que convergieron una serie de fenómenos, de manera que no puedo decir qué fue primero y qué fue después. Primero, mis hijos, empiezan a dar gritos de querer ser ellos, con toda una serie de complejidades y comportamientos que en la escuela las profesoras me ayudaron a ver. Mi hijo tenía cuatro años, pero tenía tantos miedos como yo y un niño lleno de miedos deja de disfrutar su niñez. Entonces, ver a mi hijo tan triste como yo, y luego enfrentar con ambos una serie de situaciones, me empezó a hacer sentir que yo no tenía más que darles. No sentía que podía darles colores, que podía darles otra cosa, porque adentro no tenía eso. Empecé pensando que quizás mi relación estaba frustrando esa posibilidad mía de ser feliz y es allí donde empiezo la terapia. O sea yo empiezo la terapia tratando de encontrar mejores maneras de ser mamá. Yo llego donde una terapeuta especialista en niños porque mi primera motivación son ellos. Es pensar cómo darles la vida que yo no siento que tengo. Es ese reto el me hizo confiarle mi historia y a partir de allí reconocer que era mi historia la que estaba frustrando todo el proceso.
Ahora por otro lado, en ese año, en esos meses, me llaman para que me integrara a una comisión de rediseño del FSLN, para que reingresara a la vida partidaria de la que yo había estado alejada por seis años, dedicada a mi trabajo con los desmovilizados. Al principio yo no quería participar. Fue Vladimir Soto, el que hoy quiere expulsarme, quien me convenció de que participara en esta comisión.
Entonces yo empiezo casi al mismo tiempo estos dos procesos: Un proceso personal que me dice que yo ya no puedo seguir viviendo en una cárcel, que las rejas no me pueden seguir acompañando todo el tiempo y por otro lado, la entrada otra vez al mundo del partido. En la Comisión de Rediseño en el FSLN, estaba René Nuñez. Cuando empezábamos a enfrentar la desilusión con el partido que sentíamos muchos compañeros y nos preguntábamos si iríamos a trabajar en vano, si realmente sería posible transformar al Frente, René nos inyectó ánimo, nos retó a soñar. El incluso nos dijo que íbamos a elaborar un sueño. Permitámonos el sueño, decía, después veremos qué pasa; vamos a revolucionar al FSLN. El nos hizo sentirnos emprendedores, constructores. Yo tan necesitada de personas a quién admirar, empecé a admirar muchísimo a René Nuñez. Me motivó mucho la frescura que él le imprimía al trabajo, me entusiasmé.
Y cuando me volví a comprometer con el sandinismo de la utopía, con el sandinismo que todos soñamos; cuando empecé a volverme a identificar en relaciones políticas muy humanas con personas como René, Henry, Fanor, Carlos Emilio -se refiere a las personas que integraban la comisión de rediseño-, tomé conciencia de que yo, como mujer, estaba atrapada por ese poder político. Porque a raíz de mi trabajo en la comisión, a través del trabajo político, reaparece el personaje, reaparece Daniel Ortega. Entonces otra vez se mezcla el escenario de la violencia que viví, con el escenario político de 1996. Resulta que el Frente que quiero transformar es el Frente que tiene en su dirigencia, a una persona que me sigue haciendo daño, que utiliza incluso la participación política nueva mía, para volver a recomenzar la agresión.
Esto me plantea un dilema moral, un dilema profundo, y cuando analizo ese dilema, es cuando me siento que yo ando cargando una mentira, que yo soy esa mentira. En el ámbito político es donde más me chocó la mentira. Por eso sí creo que mi motor moral y ético fue el problema político que significaba la mentira que yo cargaba en mi vida: yo decía que era hija de alguien que para mí no era mi padre; yo también lo aplaudía y al aplaudirlo era como que me burlaba de mi propio dolor. En la terapia -Zoilamérica en esta época ha iniciado ya la terapia personal con ayuda sicológica-, yo estaba haciendo el inventario de los daños que había sufrido, de lo que el abuso sexual había significado en mi vida. La toma de conciencia fue una mezcla entre lo político y lo personal porque fui tomando conciencia del daño que como mujer había recibido, al mismo tiempo que me daba cuenta de lo destruido que estaba el Frente Sandinista en términos de valores. Entonces toqué mi propio daño y el daño del Frente en un mismo momento.
Y qué hiciste?
Yo hablo con René Nuñez. La primera persona con quien yo rompo el silencio fue con el. Henry Petrie lo supo antes porque él fue testigo, vivió una circunstancia de acoso donde yo estallé y se lo revelé a él y otro compañero, pero con René hablo de manera formal. Lo que yo esperaba en el fondo, era una auto-crítica. Lo que yo más necesitaba en el mundo, no era solo sanar yo, sino sentir que el Frente sanaba conmigo. Pero René se limitó a decirme que Daniel era terco.
Decís que Daniel Ortega te volvió a acosar a raíz de tu trabajo en la Comisión de Rediseño y Transformación del FSLN. Cómo fue eso?
Bueno, desde que yo me separo de Alejandro y mientras trabajo en la comisión, las llamadas aumentan. Usa pretextos políticos para llamarme, como preguntarme "qué vieron en la reunión de la comisión la última semana?" O me dice "ajá andabas con el fulano, andabas con el sutano" Yo me empiezo a preguntar por qué no protesto, por qué no detengo el acoso. Ya había empezado a crecer como madre. Como profesional, empezaba a reclamar espacios en el centro que yo me había negado, pero la parte de mujer y militante, estaban siempre desbastadas. No me podía negar a recibir una llamada. Había una parte de mi que continuaba siendo tan humillada, tan agredida, tan pisoteada como siempre, incluso tan dominada, porque aparecía la voz y yo me paralizaba.
Para las actividades políticas tuve que construir un escondite, todas las reuniones eran el Centro para no hacerlas en la Secretaría, porque allí estaba él. Entonces qué lindo -pensaba yo- reunirse para construir el sueño con René, pero cómo puedo creer en ese sueño con esta conducta de este señor que yo no puedo detener? Cómo vamos a implementar el sueño? En la terapia con la sicóloga, además, me doy cuenta que tengo cosas buenas. Pero apenas empezaba a querer hacerme mujer por mí misma, a querer volar, a querer sentirme que podía ser querida, que podía sentir otras cosas, aparecía el fantasma y era como se me cerraba el telón para cualquier posibilidad de felicidad. No era capaz de disfrutar absolutamente nada porque allí estaba él y no me lo podía quitar de encima. Y la razón porque no me lo podía quitar era una razón política: el poder. Es allí donde me doy cuenta que yo quería hablar.
Y cómo lograste la determinación para hacerlo, porque debe haber sido muy difícil, no?
Precisamente porque era una batalla ética, una lucha ética y moral, mi preparación para dar el grito fue una preparación espiritual. Yo siempre he sido católica, apostólica, practicante. Tengo mis maneras de ver diferentes porque fui de las cristianas afectadas por la politización de la iglesia de una u otra manera, pero la fuerza de cómo salir de esto, la busqué en mi interior, la busqué en mi fuerza espiritual, la busqué en los mensajes que mi abuela, que las personas que ya no estaban conmigo, que la vida, me podían ofrecer. Inicié un proceso de meditación y de encuentro conmigo misma.
Sabía que la fuerza que iba a necesitar, no era la fuerza solamente sicológica de haber superado el trauma, sino una fuerza espiritual. Tocar lo que yo toqué al haber hecho la denuncia, al haberme atrevido a tocar como yo toque a quien mucha gente ha considerado un símbolo, requería de mí toda la fuerza necesaria para que mi mensaje llevara también un signo, un signo de lo más profundo, de lo más genuino de mí misma. Yo necesitaba que me creyeran por la fuerza de lo que soy, de lo que soy como una mujer que esta luchando por su vida, no por otras cosas, y eso solo me lo iba a dar la fuerza espiritual. Pienso que las partes mías que están permitiendo que yo renazca son la fuerza espiritual y la base afectiva que me dio mi abuela.
Y cómo ha sido esta lucha?
Es difícil. Hay una sensación en el cuerpo de que seguís batallando contra la omnipresencia, la omnipotencia, de la persona. El alma trasciende, pero en el cuerpo han quedado las señales, las heridas, el miedo. Yo tengo que reafirmar cada día que creo en mí, que soy capaz, que no me destruyeron. Tengo que ir sustituyendo con vida toda las partes de mí que estaban muertas.
Vos esperabas una reacción diferente de parte de Daniel Ortega, de tu mamá?
Yo me preparé para lo peor, pero uno siempre tiene esperanzas. Yo puse esperanzas en que mi madre reconociera lo que había pasado. Puse esperanzas en que Daniel aceptara lo que pasó, que reconociera el daño que me hizo. También tuve esperanzas de que René se pusiera de mi lado. Yo esperaba otra cosa y lo sigo esperando porque yo no me puedo cerrar a la posibilidad de que las personas cambien. Yo siempre espero que en algún momento estas personas me vean. Y me estoy acostumbrando al tiempo, estoy teniendo paciencia. Voy a esperar porque ese momento de asumir la verdad va a llegar.
Que crees que pasó con tus hermanos?
Sea lo que sea que ellos piensen, no hay que perder de vista que esta es para ellos una elección entre su padre y yo. Tienen mucha más razones para estar con su padre -y no me refiero solo al poder- porque han convivido con él, mientras que a mí no me conocen puesto que yo me fui de la casa en el 86, cuando el mayor de ellos -los hijos de Daniel- tenía cinco años y cuatro de ellos no habían nacido. En cuanto a Rafael, se que nada de lo que hizo, lo hizo sin sentir dolor, pero el está defendiendo lo que el considera en este momento que debe defender. Pero yo se que me voy a reencontrar con ellos mas adelante. Con él y con Tino.
Sentís que el hecho de hablar ha sido liberador? Romper el secreto es parte de la curación?
Si mi sufrimiento puede ser recibido por muchos; si en este país que ha sufrido tantos dolores por guerra, por dolores políticos, por hambre, por explotación, puede volver a surgir la solidaridad, si la gente se puede abrir al dolor de los demás, entonces vamos a empezar a ser un país, una nación.
El acto de hablar es el acto de creer en uno mismo. No se habla para acusar o condenar. Hablamos para decir "aquí estoy". Es un acto para hacer presencia en el mundo, porque el abuso sexual te deja en condiciones de invisibilidad. Te invisibiliza la esperanza. El hecho de tener alojado ese dolor, de sentir miedo de salir, te hace pensar que estás condenada en vida. El acto de hablar es la primera manera de hacer presencia en el mundo, pero los demás tienen que tener una forma diferente de recibir el sufrimiento; tenemos que abrirnos, porque esto no es un asunto de leyes únicamente, sino que tiene que ver con la confianza que vayan a tener otras mujeres, de que va haber quien las entienda.
Cual es la tragedia de las historias que uno lee en el periódico? Que a las muchachas abusadas la mama las corre de la casa. A veces son muchachas de catorce años embarazadas de sus padrastros. La muchachita acaba en la casa de un vecino, convencida de que nadie la quiere.
La justicia no está en si hay condena o no hay condena; está en la posibilidad de la sociedad de asumirnos, de adoptarnos, de darnos amor, cariño, lealtad y protección a las mujeres que hemos vivido eso, porque está demostrado que el abusador no tiene la fortaleza como para dejar en paz a la víctima.
Qué le aconsejarías a otras mujeres en tu situación?
Yo creo que una mujer que esté viviendo lo que yo he vivido, tiene que confiar primero en sí misma, creer en que va a poder. En el grito hay un instinto de renacer. Cuando vos hablás empezás a sentir, por primera vez , que tu vida depende de vos. Mi denuncia fue la primera cosa que yo hice por mí en mi vida. Y ese instinto de vida hace que otras despierten. Yo pienso que hay muchas mujeres que me están observando a mí. Y yo quiero decir que mi razón ética y moral está en mi ser mujer. Soy mujer, quiero ser mujer y quiero que se me permita ser mujer en un mundo que debe ser para hombres y para mujeres. Porque en mí se ensayaron todas las formas de dominación masculina. Todas. No hay una que no esté presente en mi caso. Creo que reivindico la desaparición de todas esas formas de dominación, a partir de que nosotras mismas, las mujeres, las enfrentemos. Este es un reto también para los hombres porque significa reconocer el dolor y la miseria que son capaces de causar. Ningún hombre puede considerarse libre de la posibilidad de convertirse en abusador hasta en su misma casa, si no analiza a profundidad su propia condición de dominador. Es necesario que todos y cada uno reflexionemos: Las mujeres sobre lo que las ha dominado y los hombres sobre lo que los ha hecho dominar y abusar. Sólo en ese proceso le encontraremos razón a todo esto.
El poder que yo pueda llegar a tener, no es un poder material, sino el poder de mi propia humanidad, de mi propia conciencia. Este es un valor que trasciende la política, trasciende el interés de un partido. El éxito de mi causa está en la posibilidad de que muchas personas se humanicen; de que puedan ver dentro de sí cuantas veces en su vida han abusado de la humanidad de otro ser.
Y tenés esperanzas de que las personas que están en la Asamblea desaforarán a Daniel Ortega?
Yo espero que todos los que van a tener que incidir en el asunto de la desaforación logren hacer de este momento, un momento de contricción y reflexión no por mí, sino por el país. Espero que esta no sea una nueva oportunidad para agredir al país. Yo soy sandinista porque aprendí muchas cosas con el sandinismo. Pero mi lucha trasciende lo que hasta ahora hemos entendido por la política. No es a partir de los partidos políticos que se pueden enfrentar los males mayores, como el mal del miedo que es una epidemia. Estas no son cosas que enarbolan como banderas los partidos políticos. Es otro tipo de convivencia la que tenemos que establecer. Los partidos por lo impersonal que son, no pueden tocar la individualidad y la conciencia. Y lo que necesitamos es precisamente volver a la conciencia, pero este es un proceso de cada uno y no de colectivos.
Me hace pensar en una frase muy profunda y hermosa de Jean Paul Sartre: "No creo en el revolucionario que es capaz de amar al pueblo, pero no es capaz de amar a los seres que tiene mas cerca". Qué esperás vos lograr de todo esto?
La Zoilamérica que está frente a mí, ya no es la niña que conocí en Costa Rica, en el exilio. Era entonces una niña de diez años, callada y seriecita, que se dedicaba como madre al cuido de su hermano Tino quien, en ese entonces, era un bebé. Esta Zoilamérica ya no es tampoco la adolescente que veía en las idas y venidas de la Revolución: una muchacha muy alta, larguirucha, delgada, que caminaba viendo hacia el suelo, un poco encorvada, envuelta en un aire de tristeza. La Zoilamérica que tengo delante es ahora una mujer erguida, hermosa, de largo pelo negro, vestida de jeans y una camisa con diseños geométricos blancos, negros y morados. Me llaman la atención sus manos de dedos largos, expresivos. El timbre de su voz es ligeramente ronco; su risa me recuerda la de su madre.
Esta entrevista, le digo, no es para que vuelva a contar lo que ya dijo en su testimonio, sino para que quienes la lean puedan comprender mejor quién es ella, las circunstancias que rodearon su vida, cómo es que sucedió el abuso, qué significó para ella y qué la motivó a hacer su denuncia.
Asiente con la cabeza. Me da la impresión de una persona segura de sí, serena. Durante la entrevista me impresiona su coherencia, su sencillez y me da gusto ver que, a pesar de todo, ha conservado una cierta inocencia, algo de niña, que le permite el optimismo, la esperanza.
Vamos a empezar por el principio, le digo. Háblame de tu infancia, donde vivías, por qué fue tan importante tu abuela para vos.
Viví los primeros años de mi infancia con mis abuelos en Managua. Mi mamá tenía 16 años cuando me tuvo, así que yo fui prácticamente adoptada por mi abuelita. Le decía mami a mi abuelita. Mi mamá vivía en otro lugar. Hasta que murió mi abuelita, cuando yo tenía seis años, viví en un ambiente de mucho cariño. Recuerdo hasta las canciones de cuna que me cantaba mi abuelita cuando me chineaba. Cuando el terremoto, fue ella la que me sacó de los escombros de la casa, que se derrumbó. Fue una figura muy importante en mi vida. Después del terremoto vivimos en distintos lugares mientras mi abuelito construía la casa. Estando en Ciudad Jardín, en una casa alquilada, mi abuelita murió en un accidente de tránsito. Yo iba en el carro con ella cuando el accidente. Cuando recuperé la conciencia la ví en el asiento delantero. Le hablé "mami, mami", pero ya no me contestó. Después me sacaron del carro. Eso marcó un corte definitivo en mi vida. A partir de ese momento empecé a sentirme muy sola. Sentí que todo sería diferente y empecé a meterme en mí misma, para poder estar con ella.
Qué pasó después que murió tu abuelita?
Rafael, mi hermano, y yo, nos fuimos a vivir con mi mamá, pero como mi abuelo necesitaba mucho de nosotros pasábamos tres días en su casa. Después que se murió mi abuela, mi relación más cercana fue con mis tías abuelas. Ellas querían ayudarle a mi mamá y se fueron a vivir con nosotros. Mis tías-abuelas eran del tipo que te chinean en la mecedora hasta los diez años; de las que rezaban el rosario todas las noches con las letanías, el "ten piedad de nosotros", "piedad de nosotros". Me ponían caramelitos en las carteras. Mis tías abuelas son como almas protectoras para mí, son como mis otras madres, porque, afortunadamente, yo tuve varias madres sustitutas.
Estaban también mi tía Lourdes, mi tía Violeta, que era bien brava. Hacía como que me daba con una regla en la cabeza cuando no podía multiplicar (se ríe). A ella yo le ayudé a jalar con su primer esposo. Salía a darle razones al novio de a qué horas pasarla trayendo, le robaba cigarros a mi abuelo para ella. Mi tía Lourdes era la perfección y pulcritud. Llegaba y me limpiaba las orejas, el ombligo, me hacía unas colas de las que no podía salirse ni un pelo, tan estirada que se me achinaban los ojos.
Y cómo fue la vida con tu mamá?
Tener una mamá joven creo que para todo mundo es difícil. Ella no cuadraba en la imagen de mamá tradicional. Estudiando en el Teresiano, la imagen que veía yo era la de la mamá ama de casa, la mamá que se dedica a ir a dejar al niño a la puerta, a darle de desayunar, a ir a las reuniones a traer los boletines, a llegar al colegio, estar en la casa. Pero yo tenía una mamá totalmente diferente. Mi mamá trabajaba en La Prensa. Era una mamá trabajadora, profesional, secretaria, que además pertenecía a los movimientos de artistas. Siempre andaba de cotona, con chereques. Y ese mundo de los artistas, y el mundo del Frente, los peludos, los muchachos, a mí me rompía los esquemas. Era un mundo muy liberal y yo no lo entendía, sobre todo porque estaba siendo formada en un colegio religioso, con un abuelo y unas tías que también tenían formación religiosa. A mí me costaba entender inclusive las relaciones que mi mamá tenía con sus parejas. Todo eso chocaba con la expectativa que el mundo me había creado de lo que era una mamá, que no era la mamá que yo tenía.
Y no le preguntabas sobre lo que hacía? No te hablaba de sus cosas?
No recuerdo haber tenido cercanía con ella. Algo me inhibía. Ella era como una hermana, como una persona que habitaba en la misma casa. Era una persona más en la casa. Mi diálogo, mi comunicación era con mis tías abuelas. Cuando salimos al exilio en Costa Rica, hubo un acercamiento, pero tampoco fue muy positivo porque era una etapa muy tensa para ella, muy para ella. Nosotros éramos como algo que ella acarreaba a sus proyectos. Yo sentía que mi mama no sabía qué hacer con nosotros. Pero también, creo que fue difícil para mí encontrar en ella lo que me dio mi abuela. Esa sustitución no la pude hacer tan fácilmente.
Cómo era tu relación con tu hermano Rafael?
Como teníamos sólo un año de diferencia, nos hicimos mucha compañía. Jugábamos. La relación era muy buena, era alegre, divertida. Como los dos fuimos criados por muchas viejitas que nos consentían, los dos nos dimos gusto jugando. Tenemos muy buenos recuerdos de los que aún nos reímos.
Y tu papá, qué papel jugó él en tu vida?
Desde que tuve uso de razón, mi papá era Anuar Hassan. Mi papá fue Anuar hasta los diez años. Al casarse mi mamá, él asumió responsabilidades de padre. Cuando ellos se separaron y hasta 1977, él siguió preocupándose por nosotros. Llegaba incluso en las Navidades. También la familia Hassan nos quería. Cuando murió mi abuelita fueron muy buenos conmigo. Siempre nos quisieron mucho. Como mi tía Lourdes se casó con Omar, hermano de Anuar, él continuó esa tradición.
Es hasta 1977 que voy a viajar a Costa Rica, y hay que sacarme pasaporte, que una de mis tías abuelas viejitas, me llama a un rincón y mostrándome una foto de periódica amarillenta, me dice "tu papa no es Anuar" sino que es este hombre. En la foto se anunciaba el casamiento de mi mamá con Jorge Narvaez. Entonces mi papá era Jorge Narvaez. Yo repetí el nombre: "Jorge Narvaez" Me pareció un nombre bonito, me pareció una historia de novela, el nombre me sonaba. Vi a una persona morena, alta y ya estuvo. Mi tía me contó anécdotas, me dijo que mi papa era muy juguetón, que tenía un sentido del humor, que me decía Georgina porque me parecía a él. Me contó anécdotas y me acuerdo que la llegada a los quesos Narvaez para mí era importante porque me sentía que me reconectaba con una parte de mi familia. Cuando mi mamá se dio cuenta de que mi tía me había contado, se enojó con ella. Todo lo de mi papá era un misterio. No sé cómo murió. Creo que murió en un accidente, pero también oí decir que se había suicidado.
Qué sentiste cuando te fuiste de Nicaragua al exilio con tu mamá? Entendías lo que estaba pasando?
Para mí, de niña, el exilio fue la experiencia más dura porque la muerte de mi abuela la asumí en el interior, es decir que mi abuela murió pero yo la guardé adentro, pero el exilio fue desgarrante. Sentí que me arrancaron de todo el amor y me hicieron vivir cosas que nunca había vivido, desde ausencia total de cariño, afecto y protección, hasta lo económico, porque pasamos muchas dificultades. Además fue cuando comencé de verdad a conocer a mi mamá, porque nunca habíamos vivido tanto con mi mama. Mi abuelito no quería que nos fuéramos a Costa Rica. Mi abuelito peleó, incluso amenazó a mi mamá como que presentía lo que iba a pasar. Mi mamá no sabía qué hacer con nosotros porque nunca nos había tenido. Yo me acuerdo saliendo de Managua en el vuelo de Pan Am, mi mamá tratando de construirnos ilusiones, que si nos iba a comprar juguetes, porque sabía que nos tenía sin tenernos de verdad y de que íbamos a un mundo desconocido.
Se fueron a Panamá, no? Cómo fue tu vida allí?
Cuando nos fuimos al exilio, mi mamá estaba embarazada de Tino. Ella tenía su compañero, pero después, cuando nos fuimos a Costa Rica, el desapareció un buen día de nuestras vidas. En ese grupo familiar, en Panamá, mi papel era cuidar a Rafael, cuidar a Tino y cuidar la casa. Yo tenía mi rutina: en la mañana me iba al colegio bien temprano y por la tarde, cuando llegaba, lavaba y planchaba mi uniforme y el de Rafael, porque sólo teníamos uno. Después me iba a la lavandería a lavar la ropa de todos, caminaba seis cuadras a la lavandería con las bolsas. Rafael nunca quería ir y yo le decía a mi mamá que lo dejara, que pobrecito que se quedara jugando Después, limpiaba el apartamento. Cuando nació Tino, yo acompañé a mi mamá el día que parió. Fue una experiencia bien rara porque era una clínica bien chiquita en Panamá y yo escuchaba los gritos de mi mamá pariendo. Entonces yo sentía un gran miedo y me agarró por correr de arriba abajo en la clínica porque estaba sola, entonces corría de un lado al otro. A Tino lo empecé a cuidar desde recién nacido. Le hacía la comida: carne molida con verduras licuadas, le hacía la pachas. Se las quemé una vez porque se me olvidó sacarlas del fuego.
Recordás la primera vez que viste a Daniel Ortega?
Yo veo a Daniel Ortega en una casa donde nos habíamos cambiado en Costa Rica. Lo conocí como "Enrique". Lo ví en la cocina. Me acuerdo del hombre vestido con camisa a cuadros verdes, blue-jean, los anteojos gruesos, el bigote, el pelo algo alborotado porque yo creo que se había hecho permanente. Me inspiró desconfianza. Era como un hombre que escondía algo, de esas personas que cuando te vuelven a ver, no sabés que es lo que están viendo. Esa fue mi primera impresión antes de saber que él tenía una relación con mi mama. Se sabía que el era importante por la manera en que lo trataban los demás.
En esa casa siempre había gente que entraba y salía. Cuando yo noté que había una relación entre "Enrique" y mi mamá, yo me dí cuenta que era una relación diferente. Había un trato más cercano entre ella y él de lo que yo había conocido en sus otras relaciones.
Recuerdo que él hacía intentos de acercamiento pero yo, por mi propia timidez y no sé por qué, no sé si por instinto o qué, le puse muchas barreras. No hablaba con él, le contestaba una frase, daba la vuelta y ya, pero no intimé. Estoy apenas conociendo a Daniel Ortega, cuando lo encuentro acostado con la empleada; después también con otra compañera.
A mí se me enredó todo. No puedo decirte qué pensé, pero eso fue recién conociéndolo. Por eso es que yo he dicho que desde el inicio no hubo un vínculo de afecto, sino un vínculo de desconfianza, porque yo lo conocí haciendo ese tipo de cosas. No sé cómo mis ojos de niña vieron eso. Yo había visto tanta cosa rara a mi alrededor, cosas que yo consideraba "inmorales", cosas que lesionaban mis convicciones morales, cuando las fiestas en mi casa en Managua con "los peludos" que ahora que veía esto, no se si me aterroricé o simplemente pensé que era una cosa más de las cosas que yo había visto. Lo de Daniel pues yo creo que lo ví como una cosa más. Claro cuando empiezan ya las bromas a mí y todo eso, empiezo a sentir temor, malestar.
Y eso pasó a los varios meses de que él estaba viviendo con ustedes?
No. La agresión verbal vino muy pronto. Por mi misma formación del colegio, de las monjas, de mis abuelos, de mis tías abuelas -yo fui formada por viejitas- yo era muy sensible a las malas palabras y vulgaridades. Entonces cuando aquella persona (Daniel) empieza, sin ni siquiera conocerme, a decirme cosas, me da cólera, malestar. Me acuerdo que yo pasaba con mi toallita a bañarme y él se quedaba haciendo jolgorio con los otros hombres adultos, diciendo "allá va, estás buena, allí vamos a llegar al baño, te vamos a llegar a ver" Todas esas cosas a mí me causaban mucho rechazo. Ese rechazo me quedó mucho tiempo.
Yo no le aceptaba piropos a nadie hasta hace poco. Me molestaban las alusiones a mi cuerpo, fueran buenas o malas. Por eso quizás la seriedad de Alejandro -Zoilamérica se refiere a su ex-esposo, Alejandro Bendaña- fue fascinante para mí. Pero bueno, esas primeras alusiones de Daniel fueron bien abruptas. Yo sentía que transgredía mi intimidad, que se metía demasiado conmigo. Cuando nos pasamos a otra casa, donde ya sólo vivía la familia y había mayor privacidad, fue más fácil para él entrar al baño. El recogía mi ropa interior -por desordenada, yo la dejaba volada en el baño a menudo- y el la recogía y me seguía con ella por la casa. La olía. Me decía "mirá qué rico". La irrupción de el en mi intimidad de cipota, era lo que en ese momento yo más resentía. No te puedo decir que entendía la amenaza de una violación porque no la entendía. No percibía el peligro de que me pudiera hacer algo. Sentía únicamente que era una persona vulgar, que me decía cosas que no me gustaban y que me producían cólera.
Las cosas empiezan a cambiar cuando él pasa de la agresión verbal al contacto físico, al roce de la pierna, a cuando lo encuentro por primera vez sentado en la cama. Yo empiezo a sentir que él me está observando todo el tiempo, que está pendiente de todo lo que yo hago. A la vulgaridad se suman las provocaciones, como decirme por ejemplo que por qué no tenía amigos varones, que si era lesbiana, que si el chofer del bus me tocaba, que me manoseaba, transfiriéndome conductas sexuales que yo estaba lejos de imaginarme siquiera porque tenía sólo once años. Es decir, no había tenido ni siquiera mi primer novio, apenas un chavalo en bicicleta me había tocado la mano y eso para mí había sido una gran cosa. De esa parte yo recuerdo poco. Lo recuerdo masturbándose, lo recuerdo al lado de mi cama. Tengo otros recuerdos, pero son más difusos.
Yo me he preguntado cómo es que yo asumí lo que estaba viviendo, porque yo no acababa de entender lo que pasaba, porque si yo hubiera visto la peligrosidad de las cosas, yo me hubiera quedado viviendo con mi abuelito al momento del triunfo. Pero yo no tenía la claridad porque el mundo no nos prepara a las niñas para esas cosas.
Y por qué no hablaste cuando llegaste a Nicaragua?
Por qué cuando vengo a Nicaragua yo no hablo? Porque a mí me deslumbró la Revolución, me deslumbró el regreso, el reencuentro con mis fuentes de amor de apego, mis abuelos, mis tías viejas, mi todo. Acordate que yo tenía doce años y me deslumbró la vida de princesa. Después de tanta carencia, pasamos a ser lo que éramos. Me deslumbra venir al país en otras condiciones, en otro ambiente. Era como un cuentos de hadas, en una casa que parecía palacio, por primera vez con una familia de hombre, mujer e hijos, sin escondernos, mi abuelo cerca. Era deslumbrante, entonces todo eso operó en mí para minimizar lo que podía ser la amenaza.
En la casa de Don Jaime Morales yo me sentía como en el cuento de la Ricitos de Oro y los Tres Ositos. Dio la casualidad que Don Jaime tenía dos hijos varones y una mujer. Llegamos a la casa de Don Jaime y el cuarto de la muchacha, que pasó a ser mi cuarto, estaba tal y como ella lo había dejado, con un tocador lindísimo. Era un cuarto alfombrado, con un closet enorme, una sobrecama linda de cuadritos celestes, el closet lleno de ropa, blue jeanes de marca, abría las gavetas y estaban los cosméticos, las pulseras, los relojes, todo. Y yo preguntaba "y podemos tocar?" Recuerdo que viví con las cosas de la muchacha y jugué con sus cosas hasta que a los quince días llegaron de parte de Don Jaime a llevárselas.
Tengo que reconocer que de Julio 79 a Julio 80, yo me dediqué a ser la "princesa" -Zoilamérica hace un gesto de burla- Vivía preocupada por mis uñas que siempre me había comido. Iba a clases al Rigoberto, que antes era el 1o. de Febrero. En el colegio era callada porque tenía poca experiencia de estar en colegios mixtos y los hombres me daban miedo. Me costó mucho adaptarme al colegio, pero yo iba a clases y luego volvía a mi vida de princesa encerrada en mi cuarto, oyendo música. Mi mamá me regañaba porque no era sociable. Tenía uno que otro amigo en sexto grado, pero no leía periódicos, no me interesaba lo que estuviera pasando afuera.
Y con Daniel, cómo era tu relación entonces. Recordás algo agradable?
En Costa Rica, él se mantenía fuera la mayor parte del tiempo. A veces ni dormía en la casa, así que lo veía en las mañanitas cuando me iba a bañar o si habían reuniones en la casa. Cuando ya vivimos en Managua, él se levantaba religiosamente todas las mañanas a darnos a Rafael y a mí los cinco córdobas para el colegio, que era una cosa que nunca había pasado con mi mamá, que alguien nos despidiera. Por otro lado, estaba pendiente a la hora del regreso. Sin embargo, esa es la misma etapa de las llegadas al cuarto de noche. O sea que eran como dos cosas: el mundo de noche y el mundo de día. En el día, la princesa; en la noche el horror. En la noche era la figura que aparece en las sombras no sabés cómo; una presencia física que entra al cuarto y se masturba, que te hace sentir perseguida, que te sigue donde vayas. En el día, él nos daba los cinco córdobas. El hombre de la noche era como otra persona. El mundo del día era demasiado bueno y lo incluía a él. El mundo de noche era otro.
Y cuando termina tu vida de "princesa"?
En la lucha de mi mama por sacarme de mi encierro, de pasar las tardes encerrada oyendo música, me dice que haga algo social. Yo le digo que quiero dar clases a "niños pobres" , como les decían en el Teresiano. Entonces me habla de la Cruzada de Alfabetización. A mí, por estar en sexto grado, me tocaba quedarme en Managua, pero yo quise irme fuera de Managua y así es como aparezco a los doce años en Nueva Guinea. Obviamente, la Cruzada me concientizó como a muchos jóvenes. Ví al campesino, aprendí a la par de la cartilla la historia de la revolución, supe de lo que era la convivencia con otros muchachos y muchachas, también maduré como adolescente, ingresé a la Juventud. O sea que también allí empecé mi vida política y la empecé con esa formación moral férrea. Me acuerdo que yo fui a alfabetizar a una casa donde ya habían corrido a dos brigadistas porque fumaban, tenían costumbres que la familia, que era evangélica, no le gustaban. Entonces la solución fue mandar a la chavalita bien portada, que por chavala se iba a adaptar mejor. La convivencia con esta familia evangélica acrecentó mucho mi fe y mi espiritualidad que fue algo que mantuve aún en Costa Rica donde yo iba solita a misa todos los domingos sin que nadie me dijera. Entonces, la cruzada para mí fue un reencuentro con la fe. Iba al culto todo los días, me sabía todas las canciones del culto. El señor, jefe de familia, me aceptó recibir clases de la cartilla, si el me daba clases de biblia. Fue una experiencia completa de renovación de fe, concientización política, conocer Nicaragua, conocer otro mundo. Regresé con un sentido de convicción política, más madura, pero me acuerdo de haber bajado al pueblo a caballo, ya el ultimo día de la cruzada, llorando porque sabía lo que me esperaba.
Qué pasa a tu regreso de la Cruzada?
Al regresar, es cuando yo empiezo a percibir más claramente la amenaza de la que estoy siendo objeto. Y es que en 81 y 82, a mis trece y catorce años, el acoso se acentúa. Es ya el manoseo, la agresión física. Ciertas personas a las que yo les dije algo en esa época, personas que yo ya ni recordaba, se me han acercado ahora para decirme que entonces, cuando yo les conté, se habían sentido impotentes para hacer nada.
Y a Rafael por qué no le contaste?
Porque se exacerbaron todos los mecanismos. Cuando yo regreso con conciencia política, se abre para él (Daniel) un espacio más en el que domesticarme, domarme. Se abre para él la posibilidad de decirme cómo debía ser una sandinista. Y él me transmite esquemas férreos, bien fuertes en términos de su versión de lo que era la "moral revolucionaria" que yo veo ahora precisamente apuntaba a conservarme dócil, en un ambiente exclusivamente de la casa. En ese contexto, yo no podía contarle a Rafael. Yo siento que en mí habitó una inmovilidad, una somnolencia. Yo vivía eso, pero no quería admitirlo. En ese momento, sin embargo, es cuando yo le cuento a la Alicia -Alicia era quien cuidaba a Zoilamérica y se encargaba de administrar la casa- en un momento de angustia.
Y tu mamá no se daba cuenta de nada?
Cuando yo empiezo a enfermarme, a vomitar en la noche, a salivar, yo creo que ella empezó a sospechar.
Pero vos, qué sentías por él?
El se convirtió en esos años en una figura muy importante en mi vida porque estaba allí. En cualquier momento, estaba allí. En la casa, estaba allí. En todos mis tiempos libres, estaba allí. Ejerció una paternidad afectiva y política, que no era, sin embargo, del todo coherente. Nos decía, por ejemplo: "ustedes no me van a usar blue-jeanes gringos", pero mi mama los usaba. El nos había formado para ser ejemplos, debíamos ser ejemplo porque éramos hijos de un dirigente. Pero esa paternidad política también se volvió un esquema completo de dominación. El me decía que yo iba a ser la niña de la revolución que él nunca tuvo. O sea que yo iba a ser ejemplar, pero todo esto en función de él, no en función de la revolución. Yo siento que él me cultivó políticamente como parte de todo un mecanismo para tenerme dominada. Era un doble caso de abuso de poder porque los otros papás que abusan no tienen el poder político que el llego a tener y a usar sobre mí.
Cuando se acentúa el rechazo de mi mama hacia mí, tal vez por instinto, o porque ella no quería enfrentar la situación o por lo que fuera, él empieza a construir un mundo para mí que empieza cuando mi mama se va en las tardes a trabajar. El diseñó una especie de familia dentro de la otra familia. Dentro de la rutina de atención, de compañía y de incorporarnos en su quehacer diario, nos llamaba a ver televisión. Para mí allí empezó la pornografía, la erotización; en la siesta, en la dormida. El llegaba de las dos a las seis y media, siete, las horas que no estaba mi mamá. Durante esas horas, el creaba las oportunidades que necesitaba, que incluían hasta ver televisión con nosotros, para gestar las formas de abuso. Me ponía a ver películas pornográficas, por ejemplo.
Cuando mi mamá me sacó de la casa y me puso a vivir en una casa contigua, sola, el abuso empezó a ser cada vez más complejo. El controlaba todo en esa otra casa. Eran llamadas continuas de teléfono, era él quien me proveía de todo lo material. La Juventud Sandinista, a la que yo pertenecía, también le servía de soporte para mantenerme en su mundo, controlada. A pesar de todo esto, la Juventud fue para mí una importante ventana y yo participé en las tareas de la Juventud porque realmente me gustaba ese compromiso, nadie me forzó. Tuve el gran privilegio de tener a mi lado en la Juventud a responsables muy valiosos. Mario Caldera fue uno de ellos. En esa parte él (Daniel) no irrumpió, aunque si fue él quien me hizo entrega del diploma de militante.
Entonces él como que diseñó ese mundo en el que no entraba nadie más que quien él permitía. Las tres amigas que entraban a ese mundo, eran tres amigas que el conocía, con las que se identificaba, que lo respetaban. Ese mundo es lo que yo llamo el cautiverio, la prisión que él hizo para mí. Era un escondite; un escondite de lo que mi mamá no quería ver. Mi mamá quería tenerme escondida, pero también el mundo quería tenerme escondida, el quería tenerme escondida y yo quería tenerme escondida porque no quería que nadie supiera lo que pasaba.
Eso estableció la realidad del escondite. El escondite de lo que la familia escondía, de lo que la vida escondía. Y el único que llegaba al escondite, era él. Yo creo que él también estaba escondido allí. Allí escondía todo lo que no quería que se supiera de sí mismo.
Y el poder qué papel jugaba en todo esto?
Se dice que yo disfruté del poder. Yo sí acepto que lo hice en mi año de princesa, pero ya después fue de otra manera. Yo siempre me mantuve en colegios estatales. Cuando fui dirigente de la juventud lo fui en barrios populares, en la carretera norte, en los barrios orientales, siempre mantuve un vinculo con los sectores más pobres. Y esto me mantuvo conectada al barrio de mi infancia, a San José Oriental. Esto hizo que no me despersonalizara. El único mundo que se mantuvo siendo de princesa eran los actos oficiales, era donde yo aparecía al lado de la familia.
Haber sido expulsada tempranamente de la casa donde estaba el mundo mágico también fue, en términos de la formación política, una bendición, porque si bien la soledad me abatió porque comía sola, estaba sola, en esa casa no tuve abundancia. Entonces yo no cambié.
Una manera de quitarle valor a tu acusación ha sido decir que te enamoraste de Daniel Ortega qué decís vos sobre esto?
Yo siempre digo que, hubo etapa, hay un tiempo allí de dependencia, que no es enamoramiento porque es un sentimiento que nace distorsionado. Emotivamente, en términos de sentimientos, pasé del miedo al acomodamiento, que sí tiene un componente afectivo en términos de que vos llegás a agradecer, llegás a desarrollar sentimientos de gratitud. Porque llega un momento en que todo es distorsión. Yo debo haber sentido que él era lo único que yo tenía. Eso es lo más duro. Así que en algún momento, mi sentimiento predominante hacia él fue de gratitud porque él me protegía. Aunque era mi agresor, era una compañía, una presencia, alguien que estaba allí. La Alicia, cuando ella y yo hablamos, me dice "por qué yo no hacía nada?" "Porque era el único que te podía dar algo, el único. Sacarte de allí, para qué" Entonces, esa fue la etapa en que yo acepté la situación y por aceptarla, le empecé a buscar explicaciones. No dejaba de agredirme la situación, mis amigas de ese entonces son testigos de que yo les contaba los vejámenes, pero él allí estaba. Entre 83 y 86, como que me adormecí, es decir, me resigné, me cree una explicación, me quedé allí y dibujé ese mundo con lo que yo necesitaba para no sentirlo mounstruoso, para intentar quitarle todo el terror.
Y qué pasó en 86?
Cuando en el 86, empiezo los intentos de liberarme, la persona entonces se me transforma en el perseguidor. Y digo el perseguidor porque era como una cacería. Fue la etapa en la que él me dio más miedo. En los primeros años, el miedo que yo sentí era el miedo a la noche, al fantasma, al monstruo de máscaras. Pero, ya mayor, entre los quince y los dieciocho, fue el miedo al hombre que te podía hacer algo. Ya empecé a tener instinto de riesgo de mi vida porque aquí ya entraron los mecanismos de escuchar mis llamadas, el mecanismo de los escoltas vigilándome, el mecanismo de amenazar, el mecanismo, incluso, del chantaje emocional, de verlo llorar diciéndome que no me fuera de la casa, de llamadas en llanto, de los mensajes de la voluntad de Dios, del castigo de Dios. Allí se afianzó el modelo de dominación sicológica y de la prisión.
Como te decía, yo vivía desde los once años en su mundo, pero el mundo que él fue construyendo pasó por varias etapas. El primero fue el mágico, donde el era bueno de día y mounstruo de noche, pero este último ya fue el cautiverio en su máxima expresión, donde me privó de mi libertad porque yo lucho por salir y ya no puedo. Y ya no puedo porque yo no puedo y porque él me convence de que yo no puedo. Entonces lo mas grave de esos años, del 86 al 90, además de lo que pasaba, es que él me hizo sentir a mí de que yo no podía salir de ese mundo. Alejandro me cuenta que la primera vez que nosotros hablamos de lo que sentíamos, yo le dije fue que yo tenía una situación de la que yo no podía salir y de la que nunca iba a poder escapar.
Cómo fue que pudiste tener una relación con Alejandro si Daniel Ortega te tenía tan controlada? No se opuso a tu matrimonio?
Yo conocí a Alejandro por mi trabajo en la Cancillería. Era mi jefe. Trabajábamos en el mismo departamento y oficina. Eso facilitó la comunicación, el vínculo y la posibilidad de vernos. En 89-90 empezamos a andar. Yo me había ido de la casa contigua porque mi mamá me había corrido y eso agilizó un proceso de relación con Alejandro. Mientras tanto, yo ni siquiera había tenido fuerzas para decirle a Daniel "no quiero volverlo a ver, déjeme en paz", no. El sigue vigilándome y sigue incidiendo en mi vida. Cuando Daniel sospecha del asunto y confirma sus sospechas, lo acepta porque considera a Alejandro una persona leal a él que le guardará el secreto. Entonces empieza su nueva manera, que eran las llamadas, la búsqueda. Era su manera de decir "aquí estoy, aquí estoy, aquí estoy. Estoy donde vos estés". Entonces era la voz diciéndome: "Ajá, me dejaste. Estoy solo.
Me dejaste solo. Ya sabés que yo no tengo nada". Me chantajeaba haciéndose la víctima. Daniel no quería que me casara, y me continuó llamando con pretextos de todo tipo para que yo llegara a lugares donde él pudiera seguir su acoso y abuso. Incluso, más tarde, intentó acercarse a nuestras actividades sociales con la idea de crear circunstancias que permitieran prácticas sexuales aberrantes. Esto él me lo hizo saber de forma explícita. Por otro lado, asistió a mi matrimonio en 1991, al que no llegaron ni mi madre, ni mis hermanos; y también llegó a verme al hospital después del parto de mi primer hijo, y me llevó un regalo. Siguió sus atenciones como padre "público", mientras continuaba por teléfono las aberraciones, vulgaridades e insinuaciones sexuales. Para entonces, yo sentía que necesitaba estar aislada, protegida de él y de un mundo que no entendía, al que no me adaptaba.
Por qué no dijiste nada en el 90?
Por qué no hablé en el 90? Lo explica mi misma relación de matrimonio. Yo salgo al mundo y me doy cuenta que no sé vivir en el mundo. Me siento totalmente desadaptada de todo. Siento que nada me da seguridad, ni siquiera el matrimonio, que nada me da estabilidad. Empiezo a construir yo la otra cárcel, la cárcel del ser desbastado, para protegerme. Mi primer año de matrimonio fue terrible. Yo tenía muchas ilusiones, muchos sueños con mi matrimonio, pero no sabía por donde empezar. Estaba demasiado destruida.
Por fin me agarré de lo profesional y encontré allí una forma de alimento y sustento. Empecé a trabajar con los desmovilizados en reconciliación, en no violencia. No sabía por qué eso me hacía sentir bien. Me identifiqué con los desmovilizados de una manera muy intensa y dediqué a eso siete años. Yo me ví en ellos. Eran seres que no se adaptaban, que no se adaptaron a la vida civil, que tenían traumas, que tenían miedo de recordar, que traían heridas y que, por otro lado, necesitaban reintegrarse y no hallaban cómo. En el trabajo con los desmovilizados, me humanicé y creo que entonces asumí una actitud de sobrevivencia, que es lo que han hecho todos estos muchachos después de la guerra: sigamos sobreviviendo con nuestras vidas que sangran, con vacíos, con dolor, y sin sueños. Simplemente sobrevivamos.
Pero también el enfoque de la reconciliación, empezó a ser para mí un enfoque de reconciliarme conmigo. Yo reconozco ahora que muchas de las maneras en que yo no disfrutaba la vida eran formas de castigo, porque el rechazo de mi madre siempre me hizo pensar que yo tuve la culpa. Antes de que se dijera lo que se ha dicho en la calle, yo lo pensé primero: que si yo me le metí, que si le quité el marido a mi mama; que por qué no tuve fuerzas para rebelarme. Tuve que echarme todas esas culpas a tuto, hasta echarme la culpa de si él se enamoró por culpa mía y de si yo lo hice sufrir también a él.
Y cuando nacieron tus hijos?
El embarazo tocó mis anhelos más íntimos y recónditos de gestar vida; de alguna manera gestar mi propia vida, entonces mis dos embarazos fueron una cosa maravillosa. Mi estabilidad emocional nunca había estado mejor. Yo creo que yo me volví a parir a mí misma.
Pero una vez que tuve a los niños, volvía al mismo ciclo. Empecé a tener a mis hijos sobreprotegidos, es decir, los niños tenían mis mismos miedos de vivir. Tuvieron embarazos felices, pero cuando llegaron al mundo, llegaron a mi mundo de miedos, a mi mundo de amenazas, a mi mundo de cautiverio. Y mis hijos se criaron, hasta hace año y medio, o sea sus primeros cuatro, cinco años, con mucho amor, con mucho apego, pero con miedo. Mi actitud era vengan, no se me vayan, que allá está el mundo, ese mundo al que yo no me puedo adaptar. Si yo no me puedo adaptar, si le tengo miedo a ese mundo, por qué van a ir ellos, les va a pasar lo mismo. Entonces, sin querer les empecé a quitar vida también, la misma vida que yo me negué. Y fue a través de mis hijos que yo desperté.
Cómo llegaste al momento de la denuncia. Tuvo algo que ver el congreso del Frente, sentiste en algún momento una responsabilidad moral, ética de dar a conocer lo que te había sucedido?
En 1997 yo cumplí 30 años. Fue un año en que convergieron una serie de fenómenos, de manera que no puedo decir qué fue primero y qué fue después. Primero, mis hijos, empiezan a dar gritos de querer ser ellos, con toda una serie de complejidades y comportamientos que en la escuela las profesoras me ayudaron a ver. Mi hijo tenía cuatro años, pero tenía tantos miedos como yo y un niño lleno de miedos deja de disfrutar su niñez. Entonces, ver a mi hijo tan triste como yo, y luego enfrentar con ambos una serie de situaciones, me empezó a hacer sentir que yo no tenía más que darles. No sentía que podía darles colores, que podía darles otra cosa, porque adentro no tenía eso. Empecé pensando que quizás mi relación estaba frustrando esa posibilidad mía de ser feliz y es allí donde empiezo la terapia. O sea yo empiezo la terapia tratando de encontrar mejores maneras de ser mamá. Yo llego donde una terapeuta especialista en niños porque mi primera motivación son ellos. Es pensar cómo darles la vida que yo no siento que tengo. Es ese reto el me hizo confiarle mi historia y a partir de allí reconocer que era mi historia la que estaba frustrando todo el proceso.
Ahora por otro lado, en ese año, en esos meses, me llaman para que me integrara a una comisión de rediseño del FSLN, para que reingresara a la vida partidaria de la que yo había estado alejada por seis años, dedicada a mi trabajo con los desmovilizados. Al principio yo no quería participar. Fue Vladimir Soto, el que hoy quiere expulsarme, quien me convenció de que participara en esta comisión.
Entonces yo empiezo casi al mismo tiempo estos dos procesos: Un proceso personal que me dice que yo ya no puedo seguir viviendo en una cárcel, que las rejas no me pueden seguir acompañando todo el tiempo y por otro lado, la entrada otra vez al mundo del partido. En la Comisión de Rediseño en el FSLN, estaba René Nuñez. Cuando empezábamos a enfrentar la desilusión con el partido que sentíamos muchos compañeros y nos preguntábamos si iríamos a trabajar en vano, si realmente sería posible transformar al Frente, René nos inyectó ánimo, nos retó a soñar. El incluso nos dijo que íbamos a elaborar un sueño. Permitámonos el sueño, decía, después veremos qué pasa; vamos a revolucionar al FSLN. El nos hizo sentirnos emprendedores, constructores. Yo tan necesitada de personas a quién admirar, empecé a admirar muchísimo a René Nuñez. Me motivó mucho la frescura que él le imprimía al trabajo, me entusiasmé.
Y cuando me volví a comprometer con el sandinismo de la utopía, con el sandinismo que todos soñamos; cuando empecé a volverme a identificar en relaciones políticas muy humanas con personas como René, Henry, Fanor, Carlos Emilio -se refiere a las personas que integraban la comisión de rediseño-, tomé conciencia de que yo, como mujer, estaba atrapada por ese poder político. Porque a raíz de mi trabajo en la comisión, a través del trabajo político, reaparece el personaje, reaparece Daniel Ortega. Entonces otra vez se mezcla el escenario de la violencia que viví, con el escenario político de 1996. Resulta que el Frente que quiero transformar es el Frente que tiene en su dirigencia, a una persona que me sigue haciendo daño, que utiliza incluso la participación política nueva mía, para volver a recomenzar la agresión.
Esto me plantea un dilema moral, un dilema profundo, y cuando analizo ese dilema, es cuando me siento que yo ando cargando una mentira, que yo soy esa mentira. En el ámbito político es donde más me chocó la mentira. Por eso sí creo que mi motor moral y ético fue el problema político que significaba la mentira que yo cargaba en mi vida: yo decía que era hija de alguien que para mí no era mi padre; yo también lo aplaudía y al aplaudirlo era como que me burlaba de mi propio dolor. En la terapia -Zoilamérica en esta época ha iniciado ya la terapia personal con ayuda sicológica-, yo estaba haciendo el inventario de los daños que había sufrido, de lo que el abuso sexual había significado en mi vida. La toma de conciencia fue una mezcla entre lo político y lo personal porque fui tomando conciencia del daño que como mujer había recibido, al mismo tiempo que me daba cuenta de lo destruido que estaba el Frente Sandinista en términos de valores. Entonces toqué mi propio daño y el daño del Frente en un mismo momento.
Y qué hiciste?
Yo hablo con René Nuñez. La primera persona con quien yo rompo el silencio fue con el. Henry Petrie lo supo antes porque él fue testigo, vivió una circunstancia de acoso donde yo estallé y se lo revelé a él y otro compañero, pero con René hablo de manera formal. Lo que yo esperaba en el fondo, era una auto-crítica. Lo que yo más necesitaba en el mundo, no era solo sanar yo, sino sentir que el Frente sanaba conmigo. Pero René se limitó a decirme que Daniel era terco.
Decís que Daniel Ortega te volvió a acosar a raíz de tu trabajo en la Comisión de Rediseño y Transformación del FSLN. Cómo fue eso?
Bueno, desde que yo me separo de Alejandro y mientras trabajo en la comisión, las llamadas aumentan. Usa pretextos políticos para llamarme, como preguntarme "qué vieron en la reunión de la comisión la última semana?" O me dice "ajá andabas con el fulano, andabas con el sutano" Yo me empiezo a preguntar por qué no protesto, por qué no detengo el acoso. Ya había empezado a crecer como madre. Como profesional, empezaba a reclamar espacios en el centro que yo me había negado, pero la parte de mujer y militante, estaban siempre desbastadas. No me podía negar a recibir una llamada. Había una parte de mi que continuaba siendo tan humillada, tan agredida, tan pisoteada como siempre, incluso tan dominada, porque aparecía la voz y yo me paralizaba.
Para las actividades políticas tuve que construir un escondite, todas las reuniones eran el Centro para no hacerlas en la Secretaría, porque allí estaba él. Entonces qué lindo -pensaba yo- reunirse para construir el sueño con René, pero cómo puedo creer en ese sueño con esta conducta de este señor que yo no puedo detener? Cómo vamos a implementar el sueño? En la terapia con la sicóloga, además, me doy cuenta que tengo cosas buenas. Pero apenas empezaba a querer hacerme mujer por mí misma, a querer volar, a querer sentirme que podía ser querida, que podía sentir otras cosas, aparecía el fantasma y era como se me cerraba el telón para cualquier posibilidad de felicidad. No era capaz de disfrutar absolutamente nada porque allí estaba él y no me lo podía quitar de encima. Y la razón porque no me lo podía quitar era una razón política: el poder. Es allí donde me doy cuenta que yo quería hablar.
Y cómo lograste la determinación para hacerlo, porque debe haber sido muy difícil, no?
Precisamente porque era una batalla ética, una lucha ética y moral, mi preparación para dar el grito fue una preparación espiritual. Yo siempre he sido católica, apostólica, practicante. Tengo mis maneras de ver diferentes porque fui de las cristianas afectadas por la politización de la iglesia de una u otra manera, pero la fuerza de cómo salir de esto, la busqué en mi interior, la busqué en mi fuerza espiritual, la busqué en los mensajes que mi abuela, que las personas que ya no estaban conmigo, que la vida, me podían ofrecer. Inicié un proceso de meditación y de encuentro conmigo misma.
Sabía que la fuerza que iba a necesitar, no era la fuerza solamente sicológica de haber superado el trauma, sino una fuerza espiritual. Tocar lo que yo toqué al haber hecho la denuncia, al haberme atrevido a tocar como yo toque a quien mucha gente ha considerado un símbolo, requería de mí toda la fuerza necesaria para que mi mensaje llevara también un signo, un signo de lo más profundo, de lo más genuino de mí misma. Yo necesitaba que me creyeran por la fuerza de lo que soy, de lo que soy como una mujer que esta luchando por su vida, no por otras cosas, y eso solo me lo iba a dar la fuerza espiritual. Pienso que las partes mías que están permitiendo que yo renazca son la fuerza espiritual y la base afectiva que me dio mi abuela.
Y cómo ha sido esta lucha?
Es difícil. Hay una sensación en el cuerpo de que seguís batallando contra la omnipresencia, la omnipotencia, de la persona. El alma trasciende, pero en el cuerpo han quedado las señales, las heridas, el miedo. Yo tengo que reafirmar cada día que creo en mí, que soy capaz, que no me destruyeron. Tengo que ir sustituyendo con vida toda las partes de mí que estaban muertas.
Vos esperabas una reacción diferente de parte de Daniel Ortega, de tu mamá?
Yo me preparé para lo peor, pero uno siempre tiene esperanzas. Yo puse esperanzas en que mi madre reconociera lo que había pasado. Puse esperanzas en que Daniel aceptara lo que pasó, que reconociera el daño que me hizo. También tuve esperanzas de que René se pusiera de mi lado. Yo esperaba otra cosa y lo sigo esperando porque yo no me puedo cerrar a la posibilidad de que las personas cambien. Yo siempre espero que en algún momento estas personas me vean. Y me estoy acostumbrando al tiempo, estoy teniendo paciencia. Voy a esperar porque ese momento de asumir la verdad va a llegar.
Que crees que pasó con tus hermanos?
Sea lo que sea que ellos piensen, no hay que perder de vista que esta es para ellos una elección entre su padre y yo. Tienen mucha más razones para estar con su padre -y no me refiero solo al poder- porque han convivido con él, mientras que a mí no me conocen puesto que yo me fui de la casa en el 86, cuando el mayor de ellos -los hijos de Daniel- tenía cinco años y cuatro de ellos no habían nacido. En cuanto a Rafael, se que nada de lo que hizo, lo hizo sin sentir dolor, pero el está defendiendo lo que el considera en este momento que debe defender. Pero yo se que me voy a reencontrar con ellos mas adelante. Con él y con Tino.
Sentís que el hecho de hablar ha sido liberador? Romper el secreto es parte de la curación?
Si mi sufrimiento puede ser recibido por muchos; si en este país que ha sufrido tantos dolores por guerra, por dolores políticos, por hambre, por explotación, puede volver a surgir la solidaridad, si la gente se puede abrir al dolor de los demás, entonces vamos a empezar a ser un país, una nación.
El acto de hablar es el acto de creer en uno mismo. No se habla para acusar o condenar. Hablamos para decir "aquí estoy". Es un acto para hacer presencia en el mundo, porque el abuso sexual te deja en condiciones de invisibilidad. Te invisibiliza la esperanza. El hecho de tener alojado ese dolor, de sentir miedo de salir, te hace pensar que estás condenada en vida. El acto de hablar es la primera manera de hacer presencia en el mundo, pero los demás tienen que tener una forma diferente de recibir el sufrimiento; tenemos que abrirnos, porque esto no es un asunto de leyes únicamente, sino que tiene que ver con la confianza que vayan a tener otras mujeres, de que va haber quien las entienda.
Cual es la tragedia de las historias que uno lee en el periódico? Que a las muchachas abusadas la mama las corre de la casa. A veces son muchachas de catorce años embarazadas de sus padrastros. La muchachita acaba en la casa de un vecino, convencida de que nadie la quiere.
La justicia no está en si hay condena o no hay condena; está en la posibilidad de la sociedad de asumirnos, de adoptarnos, de darnos amor, cariño, lealtad y protección a las mujeres que hemos vivido eso, porque está demostrado que el abusador no tiene la fortaleza como para dejar en paz a la víctima.
Qué le aconsejarías a otras mujeres en tu situación?
Yo creo que una mujer que esté viviendo lo que yo he vivido, tiene que confiar primero en sí misma, creer en que va a poder. En el grito hay un instinto de renacer. Cuando vos hablás empezás a sentir, por primera vez , que tu vida depende de vos. Mi denuncia fue la primera cosa que yo hice por mí en mi vida. Y ese instinto de vida hace que otras despierten. Yo pienso que hay muchas mujeres que me están observando a mí. Y yo quiero decir que mi razón ética y moral está en mi ser mujer. Soy mujer, quiero ser mujer y quiero que se me permita ser mujer en un mundo que debe ser para hombres y para mujeres. Porque en mí se ensayaron todas las formas de dominación masculina. Todas. No hay una que no esté presente en mi caso. Creo que reivindico la desaparición de todas esas formas de dominación, a partir de que nosotras mismas, las mujeres, las enfrentemos. Este es un reto también para los hombres porque significa reconocer el dolor y la miseria que son capaces de causar. Ningún hombre puede considerarse libre de la posibilidad de convertirse en abusador hasta en su misma casa, si no analiza a profundidad su propia condición de dominador. Es necesario que todos y cada uno reflexionemos: Las mujeres sobre lo que las ha dominado y los hombres sobre lo que los ha hecho dominar y abusar. Sólo en ese proceso le encontraremos razón a todo esto.
El poder que yo pueda llegar a tener, no es un poder material, sino el poder de mi propia humanidad, de mi propia conciencia. Este es un valor que trasciende la política, trasciende el interés de un partido. El éxito de mi causa está en la posibilidad de que muchas personas se humanicen; de que puedan ver dentro de sí cuantas veces en su vida han abusado de la humanidad de otro ser.
Y tenés esperanzas de que las personas que están en la Asamblea desaforarán a Daniel Ortega?
Yo espero que todos los que van a tener que incidir en el asunto de la desaforación logren hacer de este momento, un momento de contricción y reflexión no por mí, sino por el país. Espero que esta no sea una nueva oportunidad para agredir al país. Yo soy sandinista porque aprendí muchas cosas con el sandinismo. Pero mi lucha trasciende lo que hasta ahora hemos entendido por la política. No es a partir de los partidos políticos que se pueden enfrentar los males mayores, como el mal del miedo que es una epidemia. Estas no son cosas que enarbolan como banderas los partidos políticos. Es otro tipo de convivencia la que tenemos que establecer. Los partidos por lo impersonal que son, no pueden tocar la individualidad y la conciencia. Y lo que necesitamos es precisamente volver a la conciencia, pero este es un proceso de cada uno y no de colectivos.
Me hace pensar en una frase muy profunda y hermosa de Jean Paul Sartre: "No creo en el revolucionario que es capaz de amar al pueblo, pero no es capaz de amar a los seres que tiene mas cerca". Qué esperás vos lograr de todo esto?
Yo quiero vivir. Estoy empezando a vivir. Quiero vivir. Cada mujer que se desate, cada mujer que emprenda su vuelo, tiene que tener conciencia de que en sus alas lleva otro montón de seres, de personas. Antes el ser ejemplo era el que cortara más café, el que fuera a más batallas, el militante vanguardia, el buen alumno. Pero el ejemplo que ahora necesita la sociedad, los hombres y las mujeres, es el ejemplo de la felicidad. Es el ejemplo de verte siempre motivado, el ejemplo de tener energías, de tener optimismo, el ejemplo de respetar a los demás; el ejemplo de ser vida y de ser genuina. Mi reto es ser feliz porque otras mujeres van a necesitar verme feliz para creer que ellas también pueden llegar a serlo.