Camino, ruta, sendero, callejón de soledad, con esbirros, embanderado de
mujeres y de ciudades, por océanos, o árbol trágico y matemático. a
aquella gran ribera desesperada, vía de luto, calle de dolores, senda de
llanto,
gran vereda asoleada y florea! como trigo, como montaña, como pecho de
serpiente, lago de oro. dios enloquecido.
todos van hacia la misma orilla .
Allí donde están tendidos los muertos y los recuerdos de los muertos, y la desgracia humana se reúne y se azota y se precipita y se abruma contra
el oleaje irremediable, como una gran vaca idiota, porque, de un gran amor, de un gran amor, sólo quedan los sexos vacíos.
Azotado o poderoso, humillado o altanero, alegre como el vino o la mujer
desnuda,
triste y grande, como la caída del sol, profundo
como la unidad y sus misterios, como la voz que emerge, desde la especie.
por debajo del hombre enorme.
Lenin o Jesús. las grandes banderas,
el hambriento, el rico, el enfermo, el que tenia una sola flor, y se la robaron, y el amo de la propiedad atrabiliaria,
éstos, aquéllos, ésos, a la muerte desesperados, irán cayendo, irán cayendo.
irán cayendo, despavoridos, aunque se agarren a la humanidad, que se derrumba y se desploma con ellos,
o con nosotros, con todos nosotros,
como un carro de cosechas, en la quebrada cordillerana.
Sí, el ser perece, pero, por adentro de la historia, naciendo y muriendo,
heroicamente.
todo y sólo lo humano, enarbolado de trabajadores, sobrevive y resplandece,
encima de la gran tiniebla,
la sociedad, coronada de obreros.
Eternamente, las masas humanas son lo eterno, individuo-uníverso-infinito, en multitud orgánica y dramática.
condensados. estructurados, sumados, soviéticamente, en enormes soviets
de voces.
Muere el hombre no tronchando nunca la cadena.
la cadena encadenada, de fuego y hierro del suceder económico,
porque tiempo y mundo son lo mismo;
astro de angustia, manzanas de sueños, naranjas de miedo, vientre de flor
celeste.
y en los cementerios culmina la vida.
Apretándose y destrozándose, hacia la muralla enlutada.
agachado el proletario, bajo los látigos del explotador, que restalla la huasca
ensangrentada y difícil, como una inmensa copa de salud, empuña la dialéctica.
gran vereda asoleada y florea! como trigo, como montaña, como pecho de
serpiente, lago de oro. dios enloquecido.
todos van hacia la misma orilla .
Allí donde están tendidos los muertos y los recuerdos de los muertos, y la desgracia humana se reúne y se azota y se precipita y se abruma contra
el oleaje irremediable, como una gran vaca idiota, porque, de un gran amor, de un gran amor, sólo quedan los sexos vacíos.
Azotado o poderoso, humillado o altanero, alegre como el vino o la mujer
desnuda,
triste y grande, como la caída del sol, profundo
como la unidad y sus misterios, como la voz que emerge, desde la especie.
por debajo del hombre enorme.
Lenin o Jesús. las grandes banderas,
el hambriento, el rico, el enfermo, el que tenia una sola flor, y se la robaron, y el amo de la propiedad atrabiliaria,
éstos, aquéllos, ésos, a la muerte desesperados, irán cayendo, irán cayendo.
irán cayendo, despavoridos, aunque se agarren a la humanidad, que se derrumba y se desploma con ellos,
o con nosotros, con todos nosotros,
como un carro de cosechas, en la quebrada cordillerana.
Sí, el ser perece, pero, por adentro de la historia, naciendo y muriendo,
heroicamente.
todo y sólo lo humano, enarbolado de trabajadores, sobrevive y resplandece,
encima de la gran tiniebla,
la sociedad, coronada de obreros.
Eternamente, las masas humanas son lo eterno, individuo-uníverso-infinito, en multitud orgánica y dramática.
condensados. estructurados, sumados, soviéticamente, en enormes soviets
de voces.
Muere el hombre no tronchando nunca la cadena.
la cadena encadenada, de fuego y hierro del suceder económico,
porque tiempo y mundo son lo mismo;
astro de angustia, manzanas de sueños, naranjas de miedo, vientre de flor
celeste.
y en los cementerios culmina la vida.
Apretándose y destrozándose, hacia la muralla enlutada.
agachado el proletario, bajo los látigos del explotador, que restalla la huasca
ensangrentada y difícil, como una inmensa copa de salud, empuña la dialéctica.