Ponencia leída en el panel sobre Lesbianismo y Literatura, de la Asociación de Lengua Moderna, en Chicago, Illinois, el 28 de diciembre de 1977.
Publicada
por primera vez en 1978, en el volumen 6 de Sabiduría Siniestra
(Sinister Wisdom).
Traducción:
Diana Mines
Muchas
veces pienso que tengo que decir las cosas que me resultan más
importantes, verbalizarlas, compartirlas, aún a riesgo de que sean
rechazadas o malentendidas. Es que el hecho de decirlas me hace bien,
más allá de cualquier otro efecto. Yo estoy acá como poeta Negra
lesbiana, y sobre el significado de todo esto descansa el hecho de
estar aún viva, cosa que pudo no haber sido. Hace menos de dos
meses, dos médicos -un hombre y una mujer- me dijeron que debía
hacerme una operación de mama y que había entre un 60 y un 80 por
ciento de posibilidad de que el tumor fuera maligno. Entre esas
palabras y la operación, hubo tres semanas de agonía en las que
tuve que reorganizar involuntariamente toda mi vida. La operación ya
pasó y el tumor era benigno.
Pero
durante esas tres semanas, tuve que volver sobre mí misma y sobre mi
vida con una severa y urgente lucidez que me ha dejado aún
temblando, pero mucho más fuerte. Es una situación a la que se ven
enfrentadas muchas mujeres, tal vez algunas de ustedes hoy. Las cosas
que experimenté en ese período me han ayudado a comprender mucho de
lo que siento sobre la transformación del silencio en lenguaje y en
acción.
Al
tomar forzosamente conciencia de mi propia mortalidad, de lo que
deseaba y quería de mi vida, durara lo que durara, las prioridades y
las omisiones brillaron bajo una luz despiadada, y de lo que más me
arrepentí fue de mis silencios. ¿Qué es lo que me daba tanto
miedo? Cuestionar y decir lo que pensaba podía ocasionarme dolor, o
la muerte. Pero todas sufrimos de tantas maneras todo el tiempo, sin
que por ello el dolor disminuya o desaparezca. La muerte no es más
que el silencio final. Y puede llegar rápidamente, ahora mismo, más
allá de que yo haya dicho lo que necesitaba decir. Sólo me había
traicionado a mí misma en esos pequeños silencios, pensando que
algún día iba a hablar, o esperando que otras hablaran. Y empecé a
reconocer una fuente de poder dentro de mí al darme cuenta que no
debía tener miedo, que la fuerza estaba en aprender a ver el miedo
desde otra perspectiva.
Yo
iba a morir tarde o temprano, hubiera hablado o no. Mis silencios no
me habían protegido. Tampoco las protegerá a ustedes. Pero cada
palabra que había dicho, cada intento que había hecho de hablar
sobre las verdades que aún persigo, me acercó a otra mujer, y
juntas examinamos las palabras adecuadas para el mundo en que
creíamos, más allá de nuestras diferencias. Y fue la preocupación
y el cuidado de todas esas mujeres lo que me dio fuerzas y me
permitió analizar la esencia de mi vida.
Las
mujeres que me ayudaron durante esa etapa fueron Negras y blancas,
viejas y jóvenes, lesbianas, bisexuales y heterosexuales, pero todas
compartíamos la lucha contra la tiranía del silencio. Todas ellas
me dieron la fuerza y la compañía sin las cuales no habría
sobrevivido intacta. En esas semanas de miedo agudo -en la guerra
todas peleamos, sutilmente o no, conscientemente o no, contra las
fuerzas de la muerte- comprendí que yo no era sólo una víctima,
sino también una guerrera.
¿Qué
palabras les faltan todavía? ¿Qué necesitan decir? ¿Qué tiranías
tragan cada día y tratan de hacer suyas, hasta asfixiarse y morir
por ellas, siempre en silencio? Tal vez para algunas ustedes hoy,
aquí, yo represento uno de sus miedos. Porque soy mujer, porque soy
Negra, porque soy lesbiana, porque soy yo misma -una poeta guerrera
Negra haciendo su trabajo- les pregunto: ¿Están ustedes haciendo el
suyo?
Y
por supuesto que tengo miedo, porque la transformación del silencio
en lenguaje y en acción es un acto de auto-revelación, y eso
siempre parece estar lleno de peligros. Pero mi hija, cuando le hablé
de nuestro tema y de mis dificultades, me dijo: "Háblales de
cómo nunca eres una persona entera si guardas silencio, porque
siempre está ese pedacito dentro tuyo que quiere salir, y si sigues
ignorándolo se vuelve cada vez más irritado y furioso, y si nunca
lo dejas salir un día dice '¡basta!' y te da un puñetazo en la
boca desde adentro".
En
aras del silencio, cada una de nosotras desvía la mirada de sus
propios miedos -miedo al desprecio, a la censura, a la condena, o al
reconocimiento, al desafío, al aniquilamiento. Pero más que nada
creo que le tememos a la visibilidad, sin la cual sin embargo, no
podemos vivir verdaderamente. En este país en que la diferencia
racial crea una constante, aunque no explícita, distorsión de la
visión, las mujeres Negras hemos sido altamente visibles por un
lado, mientras que por otro nos han hecho invisibles por la
despersonalización del racismo. Aún dentro del movimiento de
mujeres hemos tenido que luchar, y seguimos haciéndolo, por
recuperar esa visibilidad que al mismo tiempo nos hace más
vulnerables: la de ser Negras.
Porque
para sobrevivir en esta boca de dragón que llamamos américa, hemos
tenido que aprender esta primera lección, la más vital, y es que no
se suponía que fuéramos a sobrevivir. No como seres humanos. Ni se
suponía que fueran a sobrevivir la mayoría de ustedes, Negras o no.
Y esa visibilidad que nos hace tan vulnerables, es también la fuente
de nuestra mayor fortaleza. Porque la máquina va a tratar de
triturarnos de cualquier manera, hayamos hablado o no. Podemos
sentarnos en un rincón y enmudecer para siempre mientras nuestras
hermanas y nuestras iguales son despreciadas, mientras nuestros hijos
son deformados y destruidos, mientras nuestra tierra es envenenada;
podemos quedarnos quietas en nuestros rincones seguros, calladas como
botellas, y aún seguiremos teniendo miedo.En mi casa se celebra este
año la fiesta de Kwanza, el festival Afro-americano de la cosecha,
que comienza el día después de Navidad y dura siete días. Hay
siete principios de Kwanza, uno para cada día. El primer principio
es Umoja, que quiere decir unidad, la decisión de luchar por la
unidad y mantenerla en nosotras mismas y en la comunidad. El
principio de ayer, el segundo día, era Kujichagulia: la
autodeterminación, la decisión de definirnos a nosotras mismas, de
nombrarnos, de hablar por nosotras en vez de ser nombradas y
expresadas por otros. Hoy es el tercer día de Kwanza, y el principio
de hoy es Ujima: el trabajo colectivo y la responsabilidad, la
decisión de construir y conservar juntas nuestras comunidades, de
reconocer y resolver juntas nuestros problemas.
Cada
una de nosotras está hoy aquí porque de un modo u otro compartimos
un compromiso con el lenguaje y con el poder del lenguaje, y con la
recuperación de ese lenguaje que ha sido utilizado contra nosotras.
En la transformación del silencio en lenguaje y en acción, es de
una necesidad vital para nosotras establecer y examinar la función
de esa transformación y reconocer su rol igualmente vital dentro de
esa transformación.
Para
quienes escribimos, es necesario examinar no sólo la verdad de lo
que hablamos sino la verdad del lenguaje en que lo decimos. Para
otras, se trata de compartir y difundir aquellas palabras que
significan tanto para nosotras. Pero en principio, para todas
nosotras, es necesario enseñar con la vida y con las palabras esas
verdades que creemos y que conocemos más allá del entendimiento.
Porque sólo así sobreviviremos, participando en un proceso de vida
creativo, continuó y en crecimiento.
Y
siempre se hará con miedo -a la visibilidad, a la dura luz del
análisis, quizás al enjuiciamiento, al dolor, a la muerte. Pero,
salvo la muerte, nosotras ya hemos pasado por todo eso y lo hemos
hecho en silencio.
Yo
pienso todo el tiempo que si hubiera nacido muda, o si hubiera
mantenido un juramento de silencio toda mi vida, igual habría
sufrido, e igual moriría. Es bueno recordarlo, para no perder la
perspectiva.
Y
cuando las palabras de las mujeres claman por ser oídas, cada una de
nosotras debe reconocer su responsabilidad de sacar esas palabras
afuera, leerlas, compartirlas y examinarlas en su pertinencia a la
vida. No nos escondamos detrás de las falsas separaciones que nos
han impuesto y que tan a menudo aceptamos como propias. Por ejemplo:
"No puedo enseñar la literatura de las mujeres Negras porque su
experiencia es diferente de la mía". Sin embargo, ¿cuántos
años han estado enseñando Platón, Shakespeare y Proust? O: "Ella
es una mujer blanca, así que ¿qué puede decirme a mí?" O:
"Ella es lesbiana...¿Qué va a decir mi marido, o mi jefe?"
O aún: "Esta mujer escribe sobre sus hijos, y yo no soy madre."
Y así todas las otras formas en que nos sustraemos unas de otras.
Podemos
aprender a trabajar y a hablar a pesar del miedo, de la misma manera
en que aprendemos a trabajar y a hablar a pesar de estar cansadas.
Hemos sido educadas para respetar más al miedo que a nuestra
necesidad de lenguaje y definición, pero si esperamos en silencio a
que llegue la valentía, el peso del silencio nos ahogará.
El
hecho de que estemos aquí y de que yo esté diciendo estas palabras,
ya es un intento por quebrar el silencio y tender un puente sobre
nuestras diferencias, porque no son las diferencias las que nos
inmovilizan, sino el silencio. Y quedan tantos silencios por romper !