Así, con diáfana sencillez está escrito en la piedra junto al río Uruguay (en Salto) en recuerdo al padre del cuento latinoamericano. A cincuenta y siete años de la muerte de Horacio Quiroga queda en pie una monumental obra literaria que sobresale por su dimensión universal y que tiene increíble vigencia, tanto como la de Poe, Chejov, Maupassant, Gorki, Kipling.
"El destino no es ciego, sus resoluciones fatales obedecen a una armonía todavía inaccesible para nosotros, a una felicidad superior oculta en las sombras", escribió alguna vez Quiroga y ese destino, que en todo momento le negó su misericordia, y una dosis infame de cianuro acabaron con su vida un 19 de enero de 1937 a la manera de sus mejores cuentos. "Quien se atreve a matarse es Dios", había leído en Dostoievsky, pero Quiroga no creía en Dios y su vida y su obra fueron un diálogo implacable, seductor y obcecado con la muerte y con ese Dios que rechazaba, aferrado a una moral paradójicamente religiosa. Pero es precisamente desde ese doble juego de agnosticismo y religiosidad, desde ese coqueteo de amor, de locura y de muerte que surge su forma favorita de expresión, el cuento, que da la justa medida de su genio.
El maleficio de Quiroga comenzó cuando contaba dos meses de edad (1879) con la muerte de su padre al disparársele accidentalmente su escopeta. En 1891 Ascenso Bargo, su padrastro, se suicida con una escopeta. En 1902 Horacio Quiroga mata accidentalmente con su revólver a su mejor amigo Federico Ferrando. En 1915 se suicida su primera esposa Ana María Cires. También se suicida Leopoldo Lugones a quien Quiroga admiraba, y Alfonsina Storni por quien sostuvo una profunda pasión. El 19 de febrero de 1937 se suicida Quiroga y en 1939 se suicida su hija Egle. Años después, su hijo Darío también haría lo mismo. Es verdad que el aspecto fatalista y trágico de su vida conmueve y seduce tanto como su creación literaria, pero la intención de este artículo no es el análisis somero de uno u otro, sino una reflexión a vuelo de pájaro tendiente a recordar y recuperar la contemporaneidad de Quiroga a través del cuento, su mayor exponente, por lo directo y vivo hasta la violencia de su manera de decir las cosas.
A Quiroga le preocupaba más el valor expresivo de la palabra que lo puramente gramatical y académico, por lo cual se le ha tachado muchas veces de "escribir mal". A pesar de todo, "su narrativa sigue siendo la construcción más vigorosa -más duramente vigorosa- de la literatura de ficción hispanoamericana hasta su época". Como diría Julio Cortázar al respecto, "Quiroga figura entre los narradores capaces a la vez de escribir tensamente y demostrar intensamente, única forma de que un cuento sea eficaz, haga blanco en el lector y se clave en la memoria".
"La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbrada por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los fox-terriers." La insolación de Cuentos de amor de locura y de muerte. Es tal vez en este cuento, La Insolación, donde Quiroga alcanza la cima de su arte narrativo con un estilo sobrio y conciso y una triple capacidad para sentir con intensidad, atraer la atención y comunicar con energías los sentimientos. "Cuando cayó del todo la noche, la tortuga vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella". La tortuga gigante de Cuentos de la Selva Cuentos de la Selva, 1918. Los animales como protagonistas; muestra la gratitud y amistad con el hombre, mezcla de ternura y humor entre la fantasía y lo real.
Aproximación a la fábula, pues los ocho cuentos que componen este volumen contienen una moraleja. "Debe ser hora de dormir...-murmuró Anaconda. Y pensando deponer suavemente la cabeza a lo largo de sus huevos la aplastó contra el suelo en el sueño final". El regreso de Anaconda. Anaconda y El Regreso de Anaconda: singular espiritualización del mundo animal; un mundo de selvas, fieras, víboras, fiebre, donde el hombre y la serpiente se debaten con la muerte entrando en el otro mundo por el portal de un eterno sueño. Luego seguirán El Desierto (1924), Los Desterrados (1926) narraciones centradas en hombres duros que se matan bebiendo alcohol de las lámparas, cuando no matan a sus propios hijos, víctimas del delirio. Y finalmente El más allá (1935), su libro póstumo. A cincuenta y siete años de la muerte del escritor, que vivió a caballo entre Uruguay y Argentina, el lector que como yo, reflexione un momento entre todas las lecturas posibles de la vida y obra de Quiroga no podrá dejar de seducirse por esa mezcla contradictoria de repulsión-fascinación emparentada con el embrujo que ejercía sobre el autor, el amor y la muerte, donde encontró su lenguaje.
Una secreta adoración hacia un universo localista al margen del mundo, hacia donde descendió Quiroga atormentado y perseguido hasta el paroxismo por la hostilidad del medio devastador y esa especie de aura de fatalidad que lo acompañara durante toda su vida, pero que sin embargo le otorgaron con asombrosa vitalidad una razón de vivir. Hoy lo recordamos con tremenda vigencia por la dimensión universal de su obra. Como dijo Borges: "un idioma es tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos". Quizás estas pocas líneas de análisis seguramente resulten insuficientes como para conformar un panorama completo de uno de los grandes padres de la cultura contemporánea.