Tus ojos - OCTAVIO PAZ


Tus ojos son la patria
del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento,
mar sin olas, pájaros presos,
doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque
en donde la luz canta en el hombro
de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana
encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo,
puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea, páramo.

Adolfo Bioy Casares

Reportaje a Adolfo Bioy Casares


Noticias: ¿Cómo está el alma?

Bioy: Muy bien. Estoy escribiendo cuentos breves, que tienen el inconveniente que uno los termina pronto, entonces hay que ver si viene otro.

¿Le duele ser el último Bioy de la estirpe?

Creo que no. Más bien que me gustaría que hublera algún otro que continuara el apellido en la Argentina. Es un apellido bastante raro, parece japonés ¿no?

¿Le hubiera gustado tener un hijo varón?

¡Qué sé yo!... Si me hubiera llevado bien con él, me hubiera gustado. Con mi hija Marta me llevaba blen, compartíamos muchas cosas.

En realidad usted siempre se llevó mejor con las mujeres que con los hombres.

Será porqué me gustan bastante y ellas se sentirán halagadas por eso. Tampoco soy el campeón mundial de los mujeriegos. He tenido las necesarias, lo que es mucho.

Si Silvina estuviera viva, seguramente no pensaría lo mismo...

Ella siempre me decía: "Vos siempre volvés a mis brazos porque me amás". Y era verdad. Pero no se ama de una sola manera, a pesar de que las mujeres dicen que sí.

¿Hoy existe el amor para usted?

No, existe la amistad. Sería un amor peligroso, el de un viejo enamorado. Puede suceder, pero generalmente el viejo enamorado es un viejo burlado, y eso ya no es un amor perfecto.

¿Esto quiere decir que renuncló al sexo?

Estoy haclendo otras cosas, estoy escribiendo. Quiero mucho a algunas mujeres, pero me cuido mucho de enamorarme.

¿Cómo viviría, si fuera joven, el amor en los tiempos del Sida?

Tal vez porque como no corro ese riesgo, no siento miedo. Si este mal hubiera aparecido en mi época, la vida hubiera sido bastante distinta para mí. Tuve mucha suerte; es como si hubieran dicho: "Para éste no le vamos a dar ninguna molestia, no hay enfermedades venéreas incurables, no hay Sida, no hay límites".

A casi un año de la muerte de Silvina, ¿cómo la siente hoy?

La extraño muchísimo. Me siento culpable de no haber estado más tiempo con ella, qulzá porque ahora no puedo estar nada. Si por un milagro ella apareciera, modificaría mi conducta, estaría más atento a ella. Creo que siempre se mereció más.

Ahora que no está Borges para compartir la pasión por la literatura, ni Silvina, ni su hija Marta, ¿cuál es su mejor momento del día?

Es muy difícil contestar eso. Quizás al despertar, porque uno comprueba que va a vivir un día más.

¿Sigue teniendo miedo?

Sigo teniendo horror a la muerte. Arrastro esa falencia desde chiquito. No me parece nada simpática.

¿Alguna vez se sintió vencido?

Por ahora no. Ojalá no me dé cuenta el día en que lo esté. Espero morirme creyendo que voy a seguir escribiendo, que venga la muerte de un momento a otro. Me gustaría decir, segundos antes de la muerte, lo mismo que un personaje de un libro que estoy leyendo: "Rápido cochero, a todo galope, al cielo".

¿Alguna vez pensó en suicidarse?

En algún tiempo me gustó la idea. Era una elegante forma de terminar con la vida. Además, tuve tres tíos que lo hicieron.

¿No lo asusta la idea de morir sin haber escrito algo sobre Borges?

Sí. Lo que pasa es que no sé si sabré hacerlo. Yo fui una de las personas que mejor lo conoció y me gustaría tratar de comunicar eso a mis lectores.

¿La literatura sigue siendo lo más importante de su vida?

Sí, porque creo que refleja la inteligencia y la sinceridad de las mejores personas que vivieron sobre la tierra.

¿Por qué esa frialdad en el trato con Ernesto Sábato?

Quizá porque no se puede congeniar con todo el mundo.

¿Qué le hubiera gustado hacer en la vida y no pudo?

Bueno, no corrí los cien metros llanos en ocho segundos como hubiera querido.

Qué raro, usted siempre se jactó de ser un buen deportista.

Fui un buen centroforward, en el fútbol; un buen tres cuartos, en el rugby; y un buen singlista en el tenis.

Eso marca toda una tendencia a la individualidad.

No se crea, en el amor siempre me gustaron los mixtos.

Los Sueños de Kafka


Los Sueños de Kafka
Diarios, 6 de mayo de 1912.

"Soñé hace poco:Viajaba con mi padre por Berlín, en el tranvía. La característica de gran ciudad consistía en innumerables barreras de tránsito, a intervalos regulares, erectas, rayadas y bicolores, de punta roma. Fuera de eso, casi todo estaba vacío; pero había una multitud considerable de dichas barreras. Llegamos frente a un portón, descendimos del tranvía sin advertirlo, entramos por el portón. Detrás de éste se alzaba una pared muy empinada, que mi padre escaló casi bailando; se le volaban las piernas, tan fácil le resultaba el ascenso. Evidentemente, implicaba cierta falta de consideración el hecho de que no me ayudara en lo más mínimo, ya que llegué a la cima con infinito esfuerzo, a cuatro patas, retrocediendo muchas veces como si la pared se hubiera vuelto más empinada para mí. También era desagradable que estuviera cubierta de excrementos humanos, que se me pegaban en copos colgantes por todo el cuerpo, especialmente en el pecho.Yo los miraba con la cara inclinada, y les pasaba la mano por encima. Cuando por fin llegué arriba, mi padre, que ya salía del interior de un edificio, se me echó al cuello, me besó y me abrazó. Llevaba mi levitón anticuado, corto, acolchonado interiormente como un sofá, que yo recordaba muy bien. "¡Este doctor von Leyden! Es un hombre extraordinario", exclamaba repetidamente. Pero no había ido a visitarlo en su condición de médico, sino como a una persona digna de conocer. Sentí cierto temor de que me obligara a entrar también a mí, pero esto no ocurrió. Detrás de mí, a la izquierda, vi a un hombre que me daba la espalda, sentado en una habitación prácticamente construida de vidrio. Resultó que este hombre era el secretario del Profesor; que mi padre en realidad sólo había hablado con él, y no con el Profesor en persona, pero que de algún modo había llegado a comprender perfectamente, a través del secretario, los méritos del Profesor, de modo que en todo sentido tenía tanto derecho de juzgar al Profesor como si le hubiera hablado personalmente"