Simone de Beauvoir
Mediante el trabajo ha sido como la mujer ha podido franquear la distancia
que la separa del hombre.
El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa.
Simone de Beauvoir
Afrodita
Bajo el mantel, las rodillas se rozan por azar y ese contacto, casi imperceptible, los golpea como una corriente poderosa; una llamarada iracunda sube por los muslos y enciende los vientres. Nada cambia en sus posturas, pero el deseo es tan intenso, que puede verse, palparse, como una niebla caliente borrando los contornos del mundo circundante.
Sólo ellos existen.
El mesonero se acerca para escanciar más vino, pero no lo ven. Tiemblan. Ella levanta el tenedor, abre los labios y desde el otro lado de la mesa él adivina el sabor de su saliva y la tibieza de su aliento, siente la lengua de ella moviéndose en su propia boca como un molusco sofocante y terrible. Se le escapa un gemido que, de inmediato, disimula tosiendo con discreción y llevándose la servilleta a la cara.
Ella tiene la vista fija en la última ostra del plato de su compañero, una vulva hinchada, palpitante, indecente, mojada de leche oceánica, síntesis de su propio desvarío. Nada revela la turbación de ambos. En silencio cumplen con decoro, paso a paso, los ritos precisos de la etiqueta; pero no oyen las notas del pianista animando la noche desde un rincón del salón palaciego, los aturde el estrepitoso huracán del deseo en sus pechos.
Fuerzas primitivas se han desencadenado: tambores y jadeos de guerra, un soplo de selva, de humus, de nardos podridos insinuándose a través del aroma delicado de la comida y el perfume femenino; imágenes de carne desnuda, de abrazos crueles, de lanzas inflamadas y flores carnívoras. Sin tocarse, el hombre y la mujer perciben el olor y el calor del otro, las formas secretas de sus cuerpos en el acto de la entrega y del placer, las texturas de la piel y el cabello aún desconocidas; imaginan caricias nuevas, jamás antes experimentadas por nadie, caricias íntimas y atrevidas que inventarán sólo para ellos.
ISABEL ALLENDE / FRAGMENTO DE AFRODITA
Sólo ellos existen.
El mesonero se acerca para escanciar más vino, pero no lo ven. Tiemblan. Ella levanta el tenedor, abre los labios y desde el otro lado de la mesa él adivina el sabor de su saliva y la tibieza de su aliento, siente la lengua de ella moviéndose en su propia boca como un molusco sofocante y terrible. Se le escapa un gemido que, de inmediato, disimula tosiendo con discreción y llevándose la servilleta a la cara.
Ella tiene la vista fija en la última ostra del plato de su compañero, una vulva hinchada, palpitante, indecente, mojada de leche oceánica, síntesis de su propio desvarío. Nada revela la turbación de ambos. En silencio cumplen con decoro, paso a paso, los ritos precisos de la etiqueta; pero no oyen las notas del pianista animando la noche desde un rincón del salón palaciego, los aturde el estrepitoso huracán del deseo en sus pechos.
Fuerzas primitivas se han desencadenado: tambores y jadeos de guerra, un soplo de selva, de humus, de nardos podridos insinuándose a través del aroma delicado de la comida y el perfume femenino; imágenes de carne desnuda, de abrazos crueles, de lanzas inflamadas y flores carnívoras. Sin tocarse, el hombre y la mujer perciben el olor y el calor del otro, las formas secretas de sus cuerpos en el acto de la entrega y del placer, las texturas de la piel y el cabello aún desconocidas; imaginan caricias nuevas, jamás antes experimentadas por nadie, caricias íntimas y atrevidas que inventarán sólo para ellos.
ISABEL ALLENDE / FRAGMENTO DE AFRODITA
La mujer sin miedo
“Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”
Eduardo Galeano
La primera elegía - Rainer María Rilke
¿Quién, si yo gritara, me escucharía desde los órdenes angélicos?
Y suponiendo que un ángel de pronto me tomase contra su corazón:
me extinguiría ante su existencia más fuerte.
Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar
y admirarnos tanto, pues impasible desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible.
Y así me contengo y trago el reclamo de un oscuro sollozo. ¡Ay! ¿A quién podremos pues recurrir?
Ni a los ángeles ni a los hombres; y las bestias, más sagaces, advierten ya
que nos hallamos muy inseguros en el mundo interpretado. Nos queda, quizás,
un árbol cualquiera en la cuesta, que pudiéramos
verlo diariamente; nos queda la senda de ayer, y la fidelidad demorada de la costumbre,
que complacida con nosotros se quedó para no irse,
¡Oh!, y la noche, la noche cuando el viento lleno de espacio cósmico nos consume el rostro,
¿con quién quedaría ella, la anhelada, la que dulcemente nos desengaña, la que arduamente
se anuncia al corazón aislado? ¿Es ella más ligera para los amantes?
¡Ay! ellos no hacen más que ocultarse el uno al otro su destino.
¿No lo sabes todavía? Arroja desde los brazos el vacío hacia los espacios que respiramos;
quizá las aves sientan con su vuelo más ferviente el aire dilatado.
Sí, las primaveras te requerían. Algunas estrellas exigían que las percibieras.
Se levantó hacia ti una oleada desde el pasado, o, cuando pasabas junto a la ventana abierta,
un violín se te entregaba. Todo esto era misión. Pero, ¿es que la cumpliste?
¿No estabas siempre distraído por la espera, como si todo te anunciara un amante por llegar?
¿Dónde quieres esconderla, si los grandes y extraños pensamientos entran y salen
en ti, y permanecen más a menudo en la noche?
Pero si sientes la nostalgia, entonces canta a los amantes;
aún no es bastante su renombrado sentimiento.
Canta -casi los envidias- a los abandonados, que hallaste mucho más amantes que los satisfechos.
Inicia siempre de nuevo, inicia la inalcanzable alabanza; piensa: el héroe se mantiene aún
en su misma caída,
fue un pretexto solamente para ser: su nacimiento último.
Pero la naturaleza exhausta recoge a los amantes en su seno, como si no hubiera fuerzas
para cumplir esto dos veces. ¿Has pensado, pues, bastante en Gaspara Stampa?*
Que alguna muchacha, a quien el amante abandonara,
sintiese ante el ejemplo exaltado de esta amante: ¡ojalá llegara a ser yo como ella!
Estos dolores muy antiguos, ¿no deberán finalmente sernos más fecundos? No es tiempo ya
de que amorosamente nos libremos del amado, y de que estremecidos resistamos:
tal como a la cuerda resiste la flecha, para que en la tensión del salto sea más que ella misma.
Pues un detenerse no existe.
¡Voces, voces! Escucha, corazón mío, como antes sólo escuchaban los santos,
hasta que el inmenso llamado los levantaba del suelo; pero ellos, inconmovibles, permanecían arrodillados,
sin atender a nada: así pudieron oír.
No es que tú soportaras la voz de Dios, ni remotamente. Pero escucha el soplo de la brisa,
escucha el mensaje incesante que se forma de silencio.
Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes muertos.
En donde entrabas, en las iglesias de Roma y Nápoles ¿no te hablaba serenamente su destino?
O bien una inscripción se te imponía, sublimemente, como hace poco el epitafio en Santa María Formosa.**
¿Qué quieren de mí aquellos muertos?
Quedamente debo quitarles la apariencia de injusticia, que en ocasiones
estorba un poco el movimiento puro de sus espíritus.
Ciertamente que es extraño no habitar ya más la tierra,
no ejercitar ya costumbres apenas aprendidas, no dar más a las rosas y a otras cosas
en sí prometedoras la significación del porvenir humano; no ser ya lo que se era
en manos infinitamente temerosas, y abandonar hasta el propio nombre, como un juguete roto.
Extraño es no seguir deseando los deseos.
Extraño ver aletear tan sueltamente en el espacio todo lo que tenía relación.
Y el estar muerto es penoso y está lleno de recuperación,
para que gradualmente se sienta un poco de eternidad.
Pero los vivos cometen todos el error de distinguir demasiado intensamente.
Los ángeles (se dice) no saben a menudo si andan entre los vivos o los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas las edades por los dos reinos
y hace acallar a ambos.
Finalmente, los muertos prematuramente ya no nos necesitan.
Uno se deshabitúa suavemente a lo terreno,
igual que cuando con dulzura se emancipa del pecho de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos de tan grandes misterios, para quienes
desde la misma tristeza brota un progreso dichoso, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Fue inútil la leyenda, cuando en el luto por Lino,*** su balbuciente música atravesó
la seca rigidez de la materia?
¿Fue en vano que sólo en el espacio aterrado, del que una vez para siempre
salió un doncel casi divino,
lo vacío haya entrado en aquella vibración, que ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda?
* Dama italiana abandonada por el conde Collatino de Collato, vertió su pasión en sonetos
que tradujo el propio Rilke.
** Iglesia en Venecia.
*** Semidiós y poeta mítico, como Orfeo. Homero menciona en la Ilíada su lamento de extinción.
Y suponiendo que un ángel de pronto me tomase contra su corazón:
me extinguiría ante su existencia más fuerte.
Porque lo bello no es sino el comienzo de lo terrible, que todavía podemos soportar
y admirarnos tanto, pues impasible desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible.
Y así me contengo y trago el reclamo de un oscuro sollozo. ¡Ay! ¿A quién podremos pues recurrir?
Ni a los ángeles ni a los hombres; y las bestias, más sagaces, advierten ya
que nos hallamos muy inseguros en el mundo interpretado. Nos queda, quizás,
un árbol cualquiera en la cuesta, que pudiéramos
verlo diariamente; nos queda la senda de ayer, y la fidelidad demorada de la costumbre,
que complacida con nosotros se quedó para no irse,
¡Oh!, y la noche, la noche cuando el viento lleno de espacio cósmico nos consume el rostro,
¿con quién quedaría ella, la anhelada, la que dulcemente nos desengaña, la que arduamente
se anuncia al corazón aislado? ¿Es ella más ligera para los amantes?
¡Ay! ellos no hacen más que ocultarse el uno al otro su destino.
¿No lo sabes todavía? Arroja desde los brazos el vacío hacia los espacios que respiramos;
quizá las aves sientan con su vuelo más ferviente el aire dilatado.
Sí, las primaveras te requerían. Algunas estrellas exigían que las percibieras.
Se levantó hacia ti una oleada desde el pasado, o, cuando pasabas junto a la ventana abierta,
un violín se te entregaba. Todo esto era misión. Pero, ¿es que la cumpliste?
¿No estabas siempre distraído por la espera, como si todo te anunciara un amante por llegar?
¿Dónde quieres esconderla, si los grandes y extraños pensamientos entran y salen
en ti, y permanecen más a menudo en la noche?
Pero si sientes la nostalgia, entonces canta a los amantes;
aún no es bastante su renombrado sentimiento.
Canta -casi los envidias- a los abandonados, que hallaste mucho más amantes que los satisfechos.
Inicia siempre de nuevo, inicia la inalcanzable alabanza; piensa: el héroe se mantiene aún
en su misma caída,
fue un pretexto solamente para ser: su nacimiento último.
Pero la naturaleza exhausta recoge a los amantes en su seno, como si no hubiera fuerzas
para cumplir esto dos veces. ¿Has pensado, pues, bastante en Gaspara Stampa?*
Que alguna muchacha, a quien el amante abandonara,
sintiese ante el ejemplo exaltado de esta amante: ¡ojalá llegara a ser yo como ella!
Estos dolores muy antiguos, ¿no deberán finalmente sernos más fecundos? No es tiempo ya
de que amorosamente nos libremos del amado, y de que estremecidos resistamos:
tal como a la cuerda resiste la flecha, para que en la tensión del salto sea más que ella misma.
Pues un detenerse no existe.
¡Voces, voces! Escucha, corazón mío, como antes sólo escuchaban los santos,
hasta que el inmenso llamado los levantaba del suelo; pero ellos, inconmovibles, permanecían arrodillados,
sin atender a nada: así pudieron oír.
No es que tú soportaras la voz de Dios, ni remotamente. Pero escucha el soplo de la brisa,
escucha el mensaje incesante que se forma de silencio.
Ahora susurra hacia ti desde aquellos jóvenes muertos.
En donde entrabas, en las iglesias de Roma y Nápoles ¿no te hablaba serenamente su destino?
O bien una inscripción se te imponía, sublimemente, como hace poco el epitafio en Santa María Formosa.**
¿Qué quieren de mí aquellos muertos?
Quedamente debo quitarles la apariencia de injusticia, que en ocasiones
estorba un poco el movimiento puro de sus espíritus.
Ciertamente que es extraño no habitar ya más la tierra,
no ejercitar ya costumbres apenas aprendidas, no dar más a las rosas y a otras cosas
en sí prometedoras la significación del porvenir humano; no ser ya lo que se era
en manos infinitamente temerosas, y abandonar hasta el propio nombre, como un juguete roto.
Extraño es no seguir deseando los deseos.
Extraño ver aletear tan sueltamente en el espacio todo lo que tenía relación.
Y el estar muerto es penoso y está lleno de recuperación,
para que gradualmente se sienta un poco de eternidad.
Pero los vivos cometen todos el error de distinguir demasiado intensamente.
Los ángeles (se dice) no saben a menudo si andan entre los vivos o los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas las edades por los dos reinos
y hace acallar a ambos.
Finalmente, los muertos prematuramente ya no nos necesitan.
Uno se deshabitúa suavemente a lo terreno,
igual que cuando con dulzura se emancipa del pecho de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos de tan grandes misterios, para quienes
desde la misma tristeza brota un progreso dichoso, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Fue inútil la leyenda, cuando en el luto por Lino,*** su balbuciente música atravesó
la seca rigidez de la materia?
¿Fue en vano que sólo en el espacio aterrado, del que una vez para siempre
salió un doncel casi divino,
lo vacío haya entrado en aquella vibración, que ahora nos arrebata, nos consuela y nos ayuda?
* Dama italiana abandonada por el conde Collatino de Collato, vertió su pasión en sonetos
que tradujo el propio Rilke.
** Iglesia en Venecia.
*** Semidiós y poeta mítico, como Orfeo. Homero menciona en la Ilíada su lamento de extinción.
El suéter azul de papá - ANNE CARSON
El suéter azul de papá
Hoy cuelga del respaldo de la silla de la cocina
donde siempre me siento, cuelga
del mismo respaldo y de la misma silla donde solía sentarse.
Me lo pongo al entrar,
como él solía, sacudiendo
la nieve de sus botas.
Me lo pongo y me siento en la oscuridad.
Él no haría esto.
Lajas de frío caen desde el hueso de la luna.
Sus leyes eran un secreto.
Pero recuerdo el momento en que supe
que perdía el juicio dentro de sus leyes.
Estaba de pie en la curva de la entrada cuando lo vi.
Llevaba puesto el suéter azul con los botones abrochados hasta
el cuello.
No sólo porque era una calurosa tarde de julio
pero la mirada en su rostro...
como un niño a quien la tía vistió temprano en la mañana
antes de un largo viaje
en trenes fríos y venteados andenes
sentado muy tieso en la orilla de su asiento
mientras las sombras, como largos dedos,
sobre almiares dejados atrás,
aún lo estremecen
porque él viaja mirando hacia atrás.
Anne Carson
JOSÉ SARAMAGO
"Las tres enfermedades del hombre actual son la incomunicación, la revolución tecnológica y su vida centrada en su triunfo personal.
El poder lo contamina todo, es tóxico. Es posible mantener la pureza de los principios mientras estás alejado del poder. Pero necesitamos llegar al poder para poner en práctica nuestras convicciones. Y ahí la cosa se derrumba, cuando nuestras convicciones se enturbian con la suciedad del poder"
José Saramago
Otoño juntos - Tomás Segovia
Otoño vuelve a colocarlo todoMucho más en su sitioDespués de barrer bien
Aprovecha el frescorPara hacer con el aire cuenta nuevaAntes que el año acabe
Otra vez sus caminos son de estrenoOtra vez sonreímos de acordarnosQue antes que a todo lo demásvenimos
A abrir las puertas y salir al frescoDejar sin aprensión nuestro envoltijoenvueltoY surcar ágilmenteEstas límpidas pozas cegadoras
Donde toda jugada está siempreempezando
Pues remover la luz y el alborozoEn este libre golfo zambullidosEs la animosa empresa másrectamente nuestraY correr al azar sin reticenciaPor un jardín azul florido dellamadosFue siempre la mejor manerade estar juntos.
Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental
No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)
Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.
La mujer sin miedo - Eduardo Galeano
".... porque, al fin y al cabo, el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo”
Eduardo Galeano
Paul Auster
Diario de invierno (fragmento)
"Tienes diez años, es pleno verano y hace un calor sofocante, tan húmedo y molesto que, incluso sentado a la sombra de los árboles del jardín, se te llena de sudor la frente.Que ya no eres joven es un hecho indiscutible. Dentro de un mes cumplirás sesenta y cuatro años, y aunque eso no es ser demasiado viejo, no lo que todo el mundo consideraría una edad provecta, no puedes dejar de pensar en todos los que no han logrado llegar tan lejos como tú. Ése es un ejemplo de las diversas cosas que podrían no pasar nunca pero que, en realidad, han ocurrido. El viento en tu rostro durante la tormenta de nieve de la semana pasada. El espantoso aguijón del frío, y tú ahí fuera, en las calles desiertas, preguntándote qué te habría llevado a salir de casa con aquella rugiente tempestad, y sin embargo, aun cuando luchabas por mantener el equilibrio, estaba el júbilo de aquel viento, la euforia de ver las familiares calles empañadas de blanco, convertidas en un remolino de nieve.Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes que nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel. Innumerables ocasiones, no pasa un día sin algún instante o instantes de placer físico, y sin embargo los dolores son sin duda más persistentes y obstinados, y en uno u otro momento han asaltado casi todas las partes de tu cuerpo. Ojos y oídos, cabeza y cuello, hombros y espalda, brazos y piernas, garganta y estómago, tobillos y pies, por no mencionar el enorme forúnculo que una vez te brotó en el carrillo izquierdo del culo, llamado lobanillo por el médico, lo que a tus oídos sonaba a dolencia medieval, y que durante una semana te impidió sentarte en una silla.La proximidad que tu menudo cuerpo guardaba con el suelo, el cuerpo que te correspondía cuando tenías tres y cuatro años, es decir, la brevedad de la distancia."
SAL CON UNA CHICA QUE LEE - Rosemary Urquico
Sal con una chica que lea. Sal con una chica que se gaste el dinero en libros en vez de en ropa. Que tenga problemas de espacio en el armario porque tiene demasiados libros. Sal con una chica que tenga una lista de libros que quiere leer y carné de la biblioteca desde los doce años.
Encuentra una chica que lea. Sabrás que lo hace porque siempre llevará un libro a medias de leer en el bolso. Será la que mire con amor las estanterías de la librería, la que llora silenciosamente cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves la chica rara que huele las páginas de los libros viejos en una librería de segunda mano? Esa es la lectora. Nunca se pueden resistir a oler las páginas, especialmente si están amarillentas.
Es la chica que lee mientras está esperando en la cafetería del final de la calle. Si echas un vistazo a su taza, verás que la crema del café está flotando en la superficie porque ya está absorta. Perdida en un mundo que el autor ha creado. Siéntate. Probablemente te mire fugazmente, como la mayoría de las chicas que leen no le gusta ser interrumpida. Pregúntale si le gusta el libro.
Invítala a otra taza de café.
Hazle saber que lo que piensas de Murakami. Comprueba si ha pasado del primer capítulo deLa Comunidad del Anillo. Entiende que si te dice que entendió el Ulysses de James Joyce sólo te lo dice para sonar inteligente. Pregúntale si le gusta Alice o si le gustaría ser Alice.
Es sencillo salir con una chica que lea. Regálale libros por su cumpleaños, por Navidad y por los aniversarios. Dale el regalo de las palabras, en poesía, en canciones. Regálale a Neruda, Pound, Sexton, Cummings. Hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Entiende que ella conoce la diferencia entre los libros y la realidad, pero por dios que va a intentar hacer su vida un poco como su libro favorito. Nunca será tu culpa si lo hace.
De alguna manera tiene que intentarlo.
Miéntele. Si entiende la sintaxis, entenderá que necesitas mentir. Tras las palabras hay otras cosas: motivaciones, valores, matices, diálogos. No va a ser el fin del mundo.
Fállale. Porque una chica que lee libros sabe que el fracaso siempre lleva hasta el clímax. Porque ellas entienden que todas esas cosas tendrán un final. Y que siempre puedes escribir una secuela. Y que puedes empezar otra vez, y otra y seguir siendo el héroe. Que la vida está destinada a tener un villano o dos.
¿Por qué estar asustado de todo lo que no eres? Las chicas que leen entienden que esa gente, como los personajes, evolucionan. Excepto en la saga Crepúsculo.
Si encuentras una chica que lea, mantenla cerca. Cuando la encuentres a las 2 de la mañana sosteniendo un libro contra su pecho y llorando, hazle una taza de té y abrázala. Puedes perderla por unas cuantas horas, pero siempre volverá a ti. Hablará como si los personajes del libro fuesen reales, porque durante un rato, siempre lo son.
Te declararás en un globo aerostático. O durante un concierto de rock. O casualmente la próxima vez que esté enferma. Por Skype.
Sonreirás con tantas ganas que te preguntarás por qué tu corazón no ha explotado y la sangre no está corriendo ya por tu pecho . Escribirás la historia de vuestra vidas, tendréis hijos con nombres extraños y gustos aún más extraños. Les presentará a vuestros niños al Gato Garabato y a Aslan, quizá el mismo día. Pasaréis los inviernos de vuestra vejez juntos y ella recitará a Keats en voz baja mientras te sacudes la nieve de las botas.
Sal con una chica que lea porque te lo mereces. Te mereces una chica que pueda darte la vida más colorida imaginable. Si sólo puedes darle monotonía y horas aburridas y compromisos a medias, entonces estás mejor solo. Si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, sal con una chica que lea.
O mejor aún, sal con una chica que escriba.
CANCIÓN DE LA AMETRALLADORA por MIGUEL HERNÁNDEZ
De mis hombros desciende,
codorniz de metal,
y a su nido de arena
va la muerte a incubar.
Acaricio su lomo,
de humeante crueldad.
Su mirada de cráter,
su pasión de volcán
atraviesa los cielos
cuando se echa a mirar,
con mis ojos de guerra
desplegados detrás.
Entre todas las armas,
es la mano y será
siempre el arma más pura
y la más inmortal.
Pero hay tiempos que exigen
malherir, disparar
y la mano precisa
esgrimir, además
de los puños de hierro,
hierro más eficaz.
Frente a mí varias líneas
de asesinos están,
acechando mi vida,
campeadora y audaz,
que acobarda al acecho
y al cañón más fatal.
Con el alba en el pico,
delirante y voraz,
con rocío, mi arma
se dedica a cantar.
Donde empieza su canto
el relámpago va:
donde acaba el disparo
de su trino mortal,
no es posible la vida,
no es posible jamás.
¡Ay, cigüeña que picas
en el viento del mal,
fieramente, anhelando
su exterminio total!
Canta, tórtola en celo,
que en mis manos estás
encendida hasta el ascua,
disparada hasta el mar.
Malas ansias se acercan,
pero no pasarán.
Escuchadla en el centro
del combate, escuchad.
Hambre loca, insaciada
con la carne y el pan;
sed que aumenta la fuente
de mi sed fraternal;
fuego bien orientado,
que ni el agua es capaz,
ni la nieve más larga,
de rendir, de aplacar.
Sobre cada colina
de la tierra que hay,
sobre todas las cumbres,
en un rapto animal,
abalánzate, ciérnete,
canta y vuelve a cantar,
máquinas de mi alma
y de mi libertad.
Sed, ametralladoras,
desde aquí y desde allá,
contra aquellos que vienen
a coger sin sembrar.
Vedme a mí desvelado,
sepultando maldad
con semilla de plomo
que jamás verdeará,
sobre España mi sombra,
sobre el sol mi verdad.
Sed la máquina pura
que hago arder y girar;
la muralla de máquinas
de la frágil ciudad
del sudor, del trabajo,
defensor de la paz.
Y al que intente invadirla
de vejez, enturbiad
sus paredes con sangre,
¡disparad!
codorniz de metal,
y a su nido de arena
va la muerte a incubar.
Acaricio su lomo,
de humeante crueldad.
Su mirada de cráter,
su pasión de volcán
atraviesa los cielos
cuando se echa a mirar,
con mis ojos de guerra
desplegados detrás.
Entre todas las armas,
es la mano y será
siempre el arma más pura
y la más inmortal.
Pero hay tiempos que exigen
malherir, disparar
y la mano precisa
esgrimir, además
de los puños de hierro,
hierro más eficaz.
Frente a mí varias líneas
de asesinos están,
acechando mi vida,
campeadora y audaz,
que acobarda al acecho
y al cañón más fatal.
Con el alba en el pico,
delirante y voraz,
con rocío, mi arma
se dedica a cantar.
Donde empieza su canto
el relámpago va:
donde acaba el disparo
de su trino mortal,
no es posible la vida,
no es posible jamás.
¡Ay, cigüeña que picas
en el viento del mal,
fieramente, anhelando
su exterminio total!
Canta, tórtola en celo,
que en mis manos estás
encendida hasta el ascua,
disparada hasta el mar.
Malas ansias se acercan,
pero no pasarán.
Escuchadla en el centro
del combate, escuchad.
Hambre loca, insaciada
con la carne y el pan;
sed que aumenta la fuente
de mi sed fraternal;
fuego bien orientado,
que ni el agua es capaz,
ni la nieve más larga,
de rendir, de aplacar.
Sobre cada colina
de la tierra que hay,
sobre todas las cumbres,
en un rapto animal,
abalánzate, ciérnete,
canta y vuelve a cantar,
máquinas de mi alma
y de mi libertad.
Sed, ametralladoras,
desde aquí y desde allá,
contra aquellos que vienen
a coger sin sembrar.
Vedme a mí desvelado,
sepultando maldad
con semilla de plomo
que jamás verdeará,
sobre España mi sombra,
sobre el sol mi verdad.
Sed la máquina pura
que hago arder y girar;
la muralla de máquinas
de la frágil ciudad
del sudor, del trabajo,
defensor de la paz.
Y al que intente invadirla
de vejez, enturbiad
sus paredes con sangre,
¡disparad!
ADRIENNE RICH
Qué clase de tiempos son éstos
Hay un lugar entre dos grupos de árboles donde el pasto crece cuesta arriba
y el viejo camino de la revolución se interrumpe entre sombras
cerca de un templo abandonado por los perseguidos
que desaparecieron en esas mismas sombras.
Por allí caminé juntando setas al filo del espanto, pero no te equivoques
éste no es un poema ruso, éste no es otro lugar sino aquí,
nuestro país que se acerca a su propia verdad y espanto,
a su propia manera de hacer a la gente desaparecer.
No voy a decirte dónde está ese lugar, la trama oscura del bosque
que se encuentra con la franja inmaculada de la luz –
cruces fantasmas, paraíso de mantillo:
ya sé quién quiere comprarlo, venderlo, hacerlo desaparecer.
Y no voy a decirte dónde es ¿Para qué te digo ésto, entonces?
Porque todavía escuchas, porque en tiempos como éstos
para tenerte siquiera escuchando es necesario
hablar sobre los árboles.
Tus ojos - OCTAVIO PAZ
Tus ojos son la patria
del relámpago y de la lágrima,
silencio que habla,
tempestades sin viento,
mar sin olas, pájaros presos,
doradas fieras adormecidas,
topacios impíos como la verdad,
otoño en un claro del bosque
en donde la luz canta en el hombro
de un árbol y son pájaros todas las hojas,
playa que la mañana
encuentra constelada de ojos,
cesta de frutos de fuego,
mentira que alimenta,
espejos de este mundo,
puertas del más allá,
pulsación tranquila del mar a mediodía,
absoluto que parpadea, páramo.
Adolfo Bioy Casares
Reportaje a Adolfo Bioy Casares
Noticias: ¿Cómo está el alma?
Bioy: Muy bien. Estoy escribiendo cuentos breves, que tienen el inconveniente que uno los termina pronto, entonces hay que ver si viene otro.
¿Le duele ser el último Bioy de la estirpe?
Creo que no. Más bien que me gustaría que hublera algún otro que continuara el apellido en la Argentina. Es un apellido bastante raro, parece japonés ¿no?
¿Le hubiera gustado tener un hijo varón?
¡Qué sé yo!... Si me hubiera llevado bien con él, me hubiera gustado. Con mi hija Marta me llevaba blen, compartíamos muchas cosas.
En realidad usted siempre se llevó mejor con las mujeres que con los hombres.
Será porqué me gustan bastante y ellas se sentirán halagadas por eso. Tampoco soy el campeón mundial de los mujeriegos. He tenido las necesarias, lo que es mucho.
Si Silvina estuviera viva, seguramente no pensaría lo mismo...
Ella siempre me decía: "Vos siempre volvés a mis brazos porque me amás". Y era verdad. Pero no se ama de una sola manera, a pesar de que las mujeres dicen que sí.
¿Hoy existe el amor para usted?
No, existe la amistad. Sería un amor peligroso, el de un viejo enamorado. Puede suceder, pero generalmente el viejo enamorado es un viejo burlado, y eso ya no es un amor perfecto.
¿Esto quiere decir que renuncló al sexo?
Estoy haclendo otras cosas, estoy escribiendo. Quiero mucho a algunas mujeres, pero me cuido mucho de enamorarme.
¿Cómo viviría, si fuera joven, el amor en los tiempos del Sida?
Tal vez porque como no corro ese riesgo, no siento miedo. Si este mal hubiera aparecido en mi época, la vida hubiera sido bastante distinta para mí. Tuve mucha suerte; es como si hubieran dicho: "Para éste no le vamos a dar ninguna molestia, no hay enfermedades venéreas incurables, no hay Sida, no hay límites".
A casi un año de la muerte de Silvina, ¿cómo la siente hoy?
La extraño muchísimo. Me siento culpable de no haber estado más tiempo con ella, qulzá porque ahora no puedo estar nada. Si por un milagro ella apareciera, modificaría mi conducta, estaría más atento a ella. Creo que siempre se mereció más.
Ahora que no está Borges para compartir la pasión por la literatura, ni Silvina, ni su hija Marta, ¿cuál es su mejor momento del día?
Es muy difícil contestar eso. Quizás al despertar, porque uno comprueba que va a vivir un día más.
¿Sigue teniendo miedo?
Sigo teniendo horror a la muerte. Arrastro esa falencia desde chiquito. No me parece nada simpática.
¿Alguna vez se sintió vencido?
Por ahora no. Ojalá no me dé cuenta el día en que lo esté. Espero morirme creyendo que voy a seguir escribiendo, que venga la muerte de un momento a otro. Me gustaría decir, segundos antes de la muerte, lo mismo que un personaje de un libro que estoy leyendo: "Rápido cochero, a todo galope, al cielo".
¿Alguna vez pensó en suicidarse?
En algún tiempo me gustó la idea. Era una elegante forma de terminar con la vida. Además, tuve tres tíos que lo hicieron.
¿No lo asusta la idea de morir sin haber escrito algo sobre Borges?
Sí. Lo que pasa es que no sé si sabré hacerlo. Yo fui una de las personas que mejor lo conoció y me gustaría tratar de comunicar eso a mis lectores.
¿La literatura sigue siendo lo más importante de su vida?
Sí, porque creo que refleja la inteligencia y la sinceridad de las mejores personas que vivieron sobre la tierra.
¿Por qué esa frialdad en el trato con Ernesto Sábato?
Quizá porque no se puede congeniar con todo el mundo.
¿Qué le hubiera gustado hacer en la vida y no pudo?
Bueno, no corrí los cien metros llanos en ocho segundos como hubiera querido.
Qué raro, usted siempre se jactó de ser un buen deportista.
Fui un buen centroforward, en el fútbol; un buen tres cuartos, en el rugby; y un buen singlista en el tenis.
Eso marca toda una tendencia a la individualidad.
No se crea, en el amor siempre me gustaron los mixtos.
Noticias: ¿Cómo está el alma?
Bioy: Muy bien. Estoy escribiendo cuentos breves, que tienen el inconveniente que uno los termina pronto, entonces hay que ver si viene otro.
¿Le duele ser el último Bioy de la estirpe?
Creo que no. Más bien que me gustaría que hublera algún otro que continuara el apellido en la Argentina. Es un apellido bastante raro, parece japonés ¿no?
¿Le hubiera gustado tener un hijo varón?
¡Qué sé yo!... Si me hubiera llevado bien con él, me hubiera gustado. Con mi hija Marta me llevaba blen, compartíamos muchas cosas.
En realidad usted siempre se llevó mejor con las mujeres que con los hombres.
Será porqué me gustan bastante y ellas se sentirán halagadas por eso. Tampoco soy el campeón mundial de los mujeriegos. He tenido las necesarias, lo que es mucho.
Si Silvina estuviera viva, seguramente no pensaría lo mismo...
Ella siempre me decía: "Vos siempre volvés a mis brazos porque me amás". Y era verdad. Pero no se ama de una sola manera, a pesar de que las mujeres dicen que sí.
¿Hoy existe el amor para usted?
No, existe la amistad. Sería un amor peligroso, el de un viejo enamorado. Puede suceder, pero generalmente el viejo enamorado es un viejo burlado, y eso ya no es un amor perfecto.
¿Esto quiere decir que renuncló al sexo?
Estoy haclendo otras cosas, estoy escribiendo. Quiero mucho a algunas mujeres, pero me cuido mucho de enamorarme.
¿Cómo viviría, si fuera joven, el amor en los tiempos del Sida?
Tal vez porque como no corro ese riesgo, no siento miedo. Si este mal hubiera aparecido en mi época, la vida hubiera sido bastante distinta para mí. Tuve mucha suerte; es como si hubieran dicho: "Para éste no le vamos a dar ninguna molestia, no hay enfermedades venéreas incurables, no hay Sida, no hay límites".
A casi un año de la muerte de Silvina, ¿cómo la siente hoy?
La extraño muchísimo. Me siento culpable de no haber estado más tiempo con ella, qulzá porque ahora no puedo estar nada. Si por un milagro ella apareciera, modificaría mi conducta, estaría más atento a ella. Creo que siempre se mereció más.
Ahora que no está Borges para compartir la pasión por la literatura, ni Silvina, ni su hija Marta, ¿cuál es su mejor momento del día?
Es muy difícil contestar eso. Quizás al despertar, porque uno comprueba que va a vivir un día más.
¿Sigue teniendo miedo?
Sigo teniendo horror a la muerte. Arrastro esa falencia desde chiquito. No me parece nada simpática.
¿Alguna vez se sintió vencido?
Por ahora no. Ojalá no me dé cuenta el día en que lo esté. Espero morirme creyendo que voy a seguir escribiendo, que venga la muerte de un momento a otro. Me gustaría decir, segundos antes de la muerte, lo mismo que un personaje de un libro que estoy leyendo: "Rápido cochero, a todo galope, al cielo".
¿Alguna vez pensó en suicidarse?
En algún tiempo me gustó la idea. Era una elegante forma de terminar con la vida. Además, tuve tres tíos que lo hicieron.
¿No lo asusta la idea de morir sin haber escrito algo sobre Borges?
Sí. Lo que pasa es que no sé si sabré hacerlo. Yo fui una de las personas que mejor lo conoció y me gustaría tratar de comunicar eso a mis lectores.
¿La literatura sigue siendo lo más importante de su vida?
Sí, porque creo que refleja la inteligencia y la sinceridad de las mejores personas que vivieron sobre la tierra.
¿Por qué esa frialdad en el trato con Ernesto Sábato?
Quizá porque no se puede congeniar con todo el mundo.
¿Qué le hubiera gustado hacer en la vida y no pudo?
Bueno, no corrí los cien metros llanos en ocho segundos como hubiera querido.
Qué raro, usted siempre se jactó de ser un buen deportista.
Fui un buen centroforward, en el fútbol; un buen tres cuartos, en el rugby; y un buen singlista en el tenis.
Eso marca toda una tendencia a la individualidad.
No se crea, en el amor siempre me gustaron los mixtos.
Los Sueños de Kafka
Los Sueños de Kafka
Diarios, 6 de mayo de 1912.
"Soñé hace poco:Viajaba con mi padre por Berlín, en el tranvía. La característica de gran ciudad consistía en innumerables barreras de tránsito, a intervalos regulares, erectas, rayadas y bicolores, de punta roma. Fuera de eso, casi todo estaba vacío; pero había una multitud considerable de dichas barreras. Llegamos frente a un portón, descendimos del tranvía sin advertirlo, entramos por el portón. Detrás de éste se alzaba una pared muy empinada, que mi padre escaló casi bailando; se le volaban las piernas, tan fácil le resultaba el ascenso. Evidentemente, implicaba cierta falta de consideración el hecho de que no me ayudara en lo más mínimo, ya que llegué a la cima con infinito esfuerzo, a cuatro patas, retrocediendo muchas veces como si la pared se hubiera vuelto más empinada para mí. También era desagradable que estuviera cubierta de excrementos humanos, que se me pegaban en copos colgantes por todo el cuerpo, especialmente en el pecho.Yo los miraba con la cara inclinada, y les pasaba la mano por encima. Cuando por fin llegué arriba, mi padre, que ya salía del interior de un edificio, se me echó al cuello, me besó y me abrazó. Llevaba mi levitón anticuado, corto, acolchonado interiormente como un sofá, que yo recordaba muy bien. "¡Este doctor von Leyden! Es un hombre extraordinario", exclamaba repetidamente. Pero no había ido a visitarlo en su condición de médico, sino como a una persona digna de conocer. Sentí cierto temor de que me obligara a entrar también a mí, pero esto no ocurrió. Detrás de mí, a la izquierda, vi a un hombre que me daba la espalda, sentado en una habitación prácticamente construida de vidrio. Resultó que este hombre era el secretario del Profesor; que mi padre en realidad sólo había hablado con él, y no con el Profesor en persona, pero que de algún modo había llegado a comprender perfectamente, a través del secretario, los méritos del Profesor, de modo que en todo sentido tenía tanto derecho de juzgar al Profesor como si le hubiera hablado personalmente"
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